La mala noticia para el proceso de paz no es el secuestro de un general de la República ni la suspensión de las conversaciones. La mala noticia para el proceso de paz es esta foto:
Como todas las puestas en escena del gobierno, la decisión de rodear a Mr. Santos con la cúpula militar no se tomó a la ligera. Santos quería hacerle un guiño a la derecha sin darle más munición a la galería uribista; Santos tenía que aparecer como el comandante en jefe. Trajes de fatiga y miradas adustas. Nada de palomas en la solapa.
No servirá de mucho. Al menos no para lo que quiere Santos que sirva. Más allá del desenlace del secuestro del general Alzate, los uribistas considerarán insuficiente la respuesta de Santos. Para ellos, cualquier despliegue de fuerza de él es en realidad otra muestra de debilidad. Es el vaso medio vacío como forma de oposición política. Seguirán corriendo el listón hasta que lo vean derrotado. Los militares, por su parte, usarán este hecho para fortalecer su teoría sobre la moral de la tropa (¿cómo vamos a combatir a nuestro enemigo si en La Habana el gobierno se sienta con él a manteles?). El chantaje emocional como forma de hacer política.
Para lo que sí sirvió este episodio es para demostrar que a esta negociación le faltan dolientes. Tanto en el Estado como en la sociedad civil. Como si tuviera una enfermedad contagiosa (o como si temieran que se enfermaran los votos de la próxima contienda), los funcionarios se escondieron y los políticos se deshicieron en frases tibias a favor del proceso. Mientras tanto, Humberto de la Calle y su combo pasaron a la banca.
No está mal que el gobierno haga un alto en el camino para revisar el impacto práctico de la teoría de negociar en medio de la guerra. No está mal detenerse a mirar si realmente podemos tragarnos el sapo de los ataques y secuestros de las Farc en tiempos de La Habana. Pero la manera cómo se hizo demuestra que, del Presidente para abajo, todos los que apoyan este proceso estamos de alguna forma inmersos en la lógica uribista.
En el caso de Santos, porque está llegando al límite de su malabarismo y liderazgo para sacar esto adelante. Como se dijo decenas de veces en la campaña, vendió un paz aséptica e indolora; una negociación de donde solo sacaríamos ganancias. Hoy intenta congraciarse con la derecha tomando prestado el libreto de Uribe.
En el caso de la gente de a pie que apoya el proceso, voy a intentar hacer una generalización. O, más bien, voy a hacer un test. Si usted apoya el proceso de paz, tómelo; si se le rebota la bilis cuando se lo mencionan, pase al siguiente párrafo. Comencemos: ¿Le indignó la noticia del secuestro del general Alzate? ¿Sintió que el cinismo de las Farc había llegado al límite? ¿Se sintió identificado, aunque sea por un momento, con la máxima uribista de que las Farc se están burlando del gobierno?
Si respondió afirmativamente a alguna de estas preguntas, usted, como yo y tantos otros, estamos, repito, inmersos en esa lógica uribista (alimentada, claro, por un largo cansancio con las Farc). Tal vez sin darnos cuenta, estamos armando un expediente contra esa guerrilla para el día en que se acabe de una vez por todas con el diálogo en La Habana. Tenemos un anhelo inconfesable de crisis. Apoyamos la negociación, sí, pero no nos permitimos entender la posición de la guerrilla.
Si revisan con calma la reacción de los negociadores de las Farc frente a este episodio –este episodio, repito–, encontrarán que ellos, al igual que el gobierno, están dando su pelea. En medio de la crisis y de la enorme presión política y mediática, intentaron defender el proceso sin que fueran escuchados. En resumen: un general de la República cae en manos de las Farc por estar en zona roja y no como consecuencia de un acción planeada; los negociadores dicen inicialmente que no saben si su grupo lo tiene, pero tratarán de determinarlo; dos horas después, aceptan que lo tienen y se comprometen a buscar una pronta solución al problema.
Los distintos comunicados evidencian la diferencia entre el lenguaje conciliador de los negociadores y el tono guerrerista del Bloque ‘Iván Ríos’. Y, por supuesto, aflora de nuevo la tensión de negociar en medio del conflicto. Pero la alusión de las Farc al cese al fuego no puede leerse ahí como una dosis de cinismo, sino como un intento de poner el problema en contexto. Más allá de eso, ¿qué más podía decir la delegación guerrillera de La Habana? ¿Por qué este hecho tiene que desencadenar un frenesí colectivo?
Decía que no nos permitimos entender la posición de las Farc, pero en realidad se trata de algo más que una reflexión individual. Lo cierto es que las condiciones del debate no permiten asumir una postura distinta. Con el primer escollo grande, los medios de comunicación transmiten ondas de indignación, los extremos políticos se radicalizan y Mr. Santos se mete en las enaguas de los militares. Y vuelvo a la mala noticia de la foto: la suerte de un proceso de paz definiéndose en un Ministerio de Defensa; el presidente elegido para la paz anunciando la suspensión de los diálogos acompañado de sus alfiles para hacer la guerra.