El gobierno Santos ha sido prudente. Afortunadamente, el colapso de la revolución bolivariana se dio cuando el proceso de paz con las FARC ya estaba en un punto de no retorno. De hecho, muchos analistas consideran que la caída del chavismo fue determinante para lograr la paz colombiana ya que las guerrillas se quedaron sin norte ideológico y sin retaguardia estratégica. Algo parecido a lo que ocurrió en Centroamérica y en África con la caída del muro de Berlín.
Cuando los Sukhoi de Chávez bombardearon un hospital en San Cristóbal donde supuestamente se encontraba el comando rebelde, Estados Unidos decidió declarar como aguas internacionales el golfo de Venezuela. Ahora la Cuarta Flota patrulla el lago de Maracaibo acompañada de la ARC Caldas para proteger la seguridad de las rutas marítimas. Por otra parte la crisis de desplazamiento forzado ha sido mitigada por el establecimiento de una “zona de amortiguación” de treinta kilómetros de ancho sobre territorio venezolano que patrullan tropas colombianas.
En unas semanas se ha programado una conferencia de paz en Brasilia organizada por “países amigos”. En verdad, no hay mucho optimismo sobre su resultado. Para empezar el gobierno de Dilma sigue atribulado por el creciente escándalo de los sobornos en Petrobras y las dificultades económicas de Ecuador han puesto a Correa contra las cuerdas. El presidente Macri está demasiado ocupado con la fuga de Cristina tras la confesión de Lázaro Báez y la Bachelet tiene la popularidad por el piso.
Además hay un problema de legitimidad. Estados Unidos reconoce al gobierno de San Cristóbal y los rusos y los chinos a Diosdado. Los europeos no se han pronunciado esperando que algún bando tome ventaja, mientras que los países latinoamericanos invocan la “Carta Democrática”, lo cual es un mal chiste: no hay democracia en Venezuela desde 1998.
La salida negociada no parece nada fácil porque las posiciones de las partes son extremas. Los rebeldes exigen la salida de Diosdado, el rompimiento de relaciones con Cuba, la desmovilización de la FANB y la derogatoria de la Constitución del 99. Los chavistas exigen el sometimiento de los rebeldes, el fin de la propiedad privada y la dejación de armas a cambio de una amnistía. Existe, sin embargo, la posibilidad de un cese al fuego que genere una partición de facto del territorio. Ya hay quienes hablan de la República Bolivariana Oriental de Venezuela y la República Democrática Venezolana de los Andes, aunque nada garantiza el fin del conflicto.
En materia económica las cosas son dramáticas. El socialismo del siglo XXI había avanzado determinadamente en la destrucción del aparato productivo venezolano, pero ahora ya no queda nada de nada. De la “soberanía alimentaria” que proclamaba Chávez acabamos en una hambruna etíope. Hasta incidentes de canibalismo se han reportado en los barrios populares de Caracas. Es verdad, el nuevo hombre socialista ya no participa en la explotación del hombre por el hombre, solamente se lo come a pedazos.
Por ahora la guerra continúa financiada por los puchos de petróleo que cada bando logra contrabandear. Se espera que antes de la conferencia se inicie una ofensiva rebelde para aliviar el cerco a Valencia. De lograrse los rebeldes tendrán despejado el camino a Caracas y quizás se rompa el estancamiento estratégico de los últimos meses.
Teodoro Petkoff dijo hace algunos años que “la sociedad, o una parte de ella, creó un monstruo, que, como al Dr. Frankenstein, después se le fue de las manos”. Como suele suceder, las promesas de redención humana del socialismo acabaron en los gulags de la Guyana. Pasarán décadas antes de que Venezuela se recupere de la hecatombe gestada por el arañero de Sabaneta. Quien sabe cuando se acabe esta matanza inútil. Lo único seguro es que a Chávez y a sus cómplices la historia no los absolverá.