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La favorabilidad del presidente Santos ha venido cayendo en picada. Y su imagen es mucho peor que la de su gabinete. |
El desplante que le hizo el jueves en el Congreso el ministro de la presidencia Néstor Humberto Martínez a Yesid Reyes y Juan Fernando Cristo se resolvió el viernes en Casa de Nariño. Allí también se excusó el vicepresidente Germán Vargas Lleras con el ministro Cárdenas, de quien se había quejado públicamente unos días antes. Y también se zanjó la reciente diferencia de posturas entre el ministro de Defensa y el de Salud respecto a la suspensión de la fumigación con glifosato.
Pero estos tres episodios muestran las tensiones que existen en el gabinete santista y el lado flaco del liderazgo de Juan Manuel Santos.
“El Presidente es un macrogerente que se concentra en los asuntos más gruesos y delega todo lo que considera chiquito”, dice uno de sus subalternos.
Este estilo empodera a los ministros pero cuando existe un choque de visiones entre ellos Santos se demora en definir (o sencillamente no define) la línea a seguir lo que hace que más temprano que tarde el choque se dirima públicamente.



En el caso de Vargas Lleras y Cárdenas, los roces venían de atrás y eran conocidos por todo el gabinete, pero Santos no se había metido. Y eso fue lo que permitió que crecieran.
Vargas llevaba un par de meses criticando públicamente lo que a su juicio han sido demoras injustificadas del Ministerio de Hacienda de dar luz verde a proyectos de APP.
En el Ministerio de Hacienda han dicho que el problema es que las propuestas que le llegan de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), una entidad que depende de Vargas, están incompletas o con errores, y que por lo tanto ha habido un proceso de cruce de documentos para ajustarlas.
La confrontación era latente, y a pesar de eso, Santos solo convocó a sus dos funcionarios a una reunión para resolverla cuando la pelea había pasado a mayores.
El caso del rifirafe público el jueves pasado entre el ministro de la Presidencia Néstor Humberto Martínez y los ministros del Interior y Justicia fue similar.
Desde que arrancó el debate alrededor de la reforma de Equilibrio de Poderes, el proyecto legislativo bandera de Santos II, el minjusticia Yesid Reyes y Martínez han tenido posiciones divergentes sobre puntos específicos.
El Ministro de la Presidencia, por ejemplo, considera que la Administración de la Justicia no debería tener los tres niveles que defiende Yesid y también cree que meter personas ajenas a la Rama Judicial en el Consejo de Gobierno Judicial atentaría contra la autonomía de la justicia.
Estas diferencias de criterio han quedado explícitas en muchos foros y sin embargo, solo hasta el viernes, cuando los tres fueron llamados a Palacio luego del bochornoso episodio en el Congreso, finalmente el Presidente se inclinó por la ponencia inicial, que no incorporaba ni la última proposición de Yesid ni la que llevó a última hora Martínez tras acordarla con el presidente de la Corte Suprema.
Aunque anunciaron que era un problema superado, al día siguiente, Néstor Humberto salió en radio criticando la proposición que había llevado la representante Angélica Lozano (y que había sido redactada por la viceministra de Justicia con el visto bueno de los ministros del Interior y de Justicia) a la que calificó de “felonía”. Aseguró que había tratado de “atajar una monstruosidad”, según lo registró El Espectador.
Es decir, el conflicto se mantuvo y Néstor Humberto ignoró la orden del Presidente de manejar esas discrepancias de puertas hacia adentro.
Dos ministros le confirmaron a La Silla que en dos reuniones de gabinete, el Presidente ha insistido en que las discrepancias no se deben ventilar públicamente.
Una orden que fue también ignorada en su momento por el ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón, que en más de una ocasión contradijo públicamente al Presidente Santos.
“El Presidente tiene un problema de incentivos”, dijo a La Silla una persona que lo conoce muy bien y que trabaja con él. “Él no premia la lealtad; y la oposición desde adentro no genera ninguna consecuencia negativa. Por eso no hay ningún incentivo de alineación.”
Los dos ejemplos que usó para sostener esta tesis fueron el del vicepresidente Vargas Lleras y el del ministro Pinzón.
Del primero, porque a pesar de que nunca defiende el proceso de paz –que es el principal objetivo del Presidente- y de que se queja públicamente de su colega de Hacienda desde hace meses, no ha hecho sino recibir más poder de parte del Presidente. Y de Pinzón, que en sus palabras “hacia oposición desde adentro” recibió el cargo diplomático más apetecido como “premio”: la embajada en Washington.
Otros tres altos funcionarios consultados, estuvieron de acuerdo con esta visión.
“El Presidente es muy hermético”, dijo uno de ellos. “Uno a veces necesita que le den una palmada en la espalda. Al no darse ese incentivo se puede dar esa sensación de para qué me doy la pela”.
“A Santos le encanta poner a pelear a los ministros entre sí”, dijo otro ex funcionario. “Lo disfruta”. Dice que lo hace dándoles pedazos diferentes de información a cada uno, lo que inevitablemente los llevará a chocar.
Otra persona, más benevolente, dice que es cierto que el Presidente estimula y disfruta de estas rivalidades pero porque cree que de esta competencia saldrá lo mejor de cada uno para el país.
Ya sea porque Santos lo estimula o porque lo tolera, o simplemente porque tiene un gabinete con varios ministros que aspiran a sucederlo, las rivalidades al interior del gabinete son evidentes.



Varios de los consultados contaron a La Silla que existe una cierta desconexión entre el Presidente y sus ministros en el “uno a uno” en los temas que no tienen que ver directamente con la paz.
Y que esto ha obligado a la mayoría de los ministros a alinearse alrededor de Néstor Humberto o de la ministra consejera María Lorena Gutiérrez, que son en quienes el Presidente ha delegado la coordinación del gabinete en todos los demás temas.
Pero como la relación entre estas dos cabezas es todo menos fluida y también entre ellos se percibe una rivalidad, en la práctica se han ido generando dos equipos, que además tienen en su epicentro dos proyectos presidenciales en ciernes.
El “equipo” de María Lorena está integrado sobre todo por mujeres: cercana a ella son las ministras de educación, cultura, comercio, la directora del Icbf y la presidente de Proexport. También el secretario privado del Presidente, quien es muy cercano a Gina Parody. Todos ellos, además, son cercanos a la Primera Dama, cuya influencia en Casa de Nariño es notoria, según dicen varios de los entrevistados.
El que lidera Néstor Humberto está integrado por los que están bajo la órbita de Vargas Lleras: los ministros de vivienda, transporte, agricultura y del interior.
El equipo económico, incluidos el ministro de Minas y el de Salud, andan más por su lado.
Consultada sobre esta división, la ministra consejera Gutiérrez negó que hubiera dos bandos al interior de Palacio y dijo que simplemente había unos temas con los que Néstor Humberto era más afín como los de justicia, el congreso e interior y otros que los ministros consultaban con ella.
El analista Álvaro Forero, experto en temas de liderazgo, dice en defensa de Santos que el problema es que la mayoría de colombianos tienen una concepción de que líder es el que “guía, el que impone”. Pero que en un mundo complejo como el moderno, el liderazgo que se requiere es cada vez más colectivo como el que ejerce Santos.
“Heifetz dice que los grandes líderes trabajan con ideas de otros. Líder es el que logra resultados transformadores”, explica Forero. Y da tres ejemplos de cosas transformadoras que el Presidente está haciendo: el proceso de paz, los proyectos de infraestructura y la reforma a la justicia. “Lo que hace Santos es permitir que haya ministros. Eso es bueno para la democracia”.
Uno de los consultados coincide con Forero en que el Gobierno tiene muchos resultados que mostrar. Pero dice que el problema que reflejan las peleas públicas de los ministros es que no hay una “idea” que inspire y cohesione a todo el gabinete.
“Santos no es un jefe político”, dice. “Si lo fuera lideraría algún cuento, recogería banderas, causas. Él es un buen administrador de un gobierno moderado, de centro, técnico, con muy bajo ingrediente político, que no genera pasiones y que quiere hacer las cosas bien. Ofrece buenos resultados pero no cuenta una historia que mueva a su gente en la misma dirección. Por eso, al final, se imponen los proyectos individuales”.