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Así se pone la maquinaria del Distrito a favor de Clara Vol. 2

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En una casona de La Candelaria, de pisos fríos y aire monacal, repleta de cuadros alusivos a las gestas del pueblo ruso, está programado para el lunes 19 de octubre “El encuentro por el trabajo y la dignidad profesional”, una reunión de un grupo de contratistas de la Secretaría de Integración Social de Bogotá con Clara López, la candidata del Polo Democrático Alternativo a la alcaldía de la ciudad.

Las bombas en las paredes del que alguna vez fue un patio ―ahora reducido a un salón de espera―, son blancas, rojas, azules, los colores nacionales de la lejana Rusia: el evento tendrá lugar en el auditorio principal del Instituto León Tolstoi, con capacidad para doscientas personas, ubicado al fondo de la casona en el que en otro tiempo tuvo que ser el segundo patio.

Un muchacho que viste pantalones cortos, sombrero con taches y una chaqueta blanca con los logos de la Bogotá Humana y la campaña de Clara, “Clara alcaldesa”, estampados en la espalda, llega primero que todos y espera impaciente en el primer patio.

―Y ¿usted cómo ve la cosa? ―dice, y se responde él mismo enseguida―: con tanto carro quién sabe si ella sí llegará… Los estragos del TLC ―complementa.

Cinco minutos después llega una mujer de uniforme azul con una chaqueta negra también estampada con el logo de la Bogotá Humana en el pecho. Y así van llegando, graneados, hombres y sobre todo mujeres que preguntan por “el evento de la doctora Clara”. Llegan despacio, con algún entusiasmo pero con cara de que cargan sus morrales desde temprano.

En el auditorio del León Tolstoi la música ya nunca dejará de sonar. Primero una niña y después un profesor del Instituto tocan el piano de cola, mientras terminan de llegar los contratistas convidados. Las bombas pegadas en el auditorio ―aquí sí― son amarillas, siete u ocho, dispuestas a lo ancho de la tarima.

Desde las seis y media de la tarde, en un pequeño salón adjunto, los líderes de la Secretaría discuten el orden de las intervenciones (“primero Rosa Amelia y luego Magaly”, dice alguno, “y volvemos a hablar antes de Jorge Bernal, el gerente de la campaña de Clara”, dice otra. Ya han decidido que el evento se hará en este pequeño salón, por falta de quórum ―llegaron si acaso treinta personas― y porque saben ahora que Clara López no asistirá.

―Es importante saber que podemos ser un interlocutor de la administración, no de Clara específicamente pero sí de quien sea el Secretario de Integración Social. La persona que viene, que es Jorge Bernal, es una de las que más se proyecta dentro de su campaña, puede servir para liderar una secretaría de salud o una secretaría de integración social, que son los perfiles que él maneja ―dice la líder queriendo resaltar la importancia del evento.

Así se veía el auditorio del León Tolstoi donde estaba programada la reunión.
Esta es la invitación que les llegó a los contratistas de la Secretaría de Integración Social para reunirse con Clara López. 

Un contratista cuyo nombre es inaudible calienta el ambiente mientras los asistentes se sientan.

―Nos han vendido la idea de que Pardo es igual, que va a continuar con lo social, como Clara, pero uno sabe que él fue ministro de trabajo, y qué hizo, cuál fue su posición, no, no, eso no es lo social ―dice―. Sabemos que las cosas no están perfectas, que la izquierda ha cometido errores. Pero la Secretaría es el brazo más fuerte de la administración…

Una hora después de lo previsto, a las siete de la noche, cuando ya una de las líderes lee un extenso documento con reivindicaciones y quejas y peticiones para la candidata, aún siguen llegando contratistas de la Secretaría: fonoaudiólogos, educadores especiales, fisioterapeutas, trabajadores sociales, sociólogos.

Se presentan por fin los animadores del encuentro: Mariela Barragán, asesora de la campaña de Clara, secretaria de Desarrollo durante la alcaldía de Samuel Moreno y secretaria de Gobierno cuando Clara reemplazó a Samuel después de que lo investigaran y suspendieran por corrupción. Jorge Bernal, gerente de la campaña de Clara, exsecretario de salud de esa administración de emergencia, y Román Vega, candidato del Concejo de Bogotá por la Unión Patriótica, exsecretario de Salud de la alcaldía de Luis Eduardo Garzón. Todos muy bien perfilados.

La líder de la Secretaría presenta la posición acordada con el grupo de contratistas.

―Hemos puesto todos nuestros esfuerzos en la realización de los derechos de la ciudadanía pero nuestros derechos como trabajadores aún no han sido reconocidos, llevamos dos, tres, cinco, ocho, hasta quince años como contratistas, sin lograr disfrutar ni un mes de vacaciones con la incertidumbre de que año tras año se nos renueven los contratos dependiendo de la voluntad de las directivas de turno, mirando cómo la capacidad técnica se subordina a las lógicas del clientelismo ―dice entre llamados a la unidad y al cumplimiento de los compromisos.

Jorge Bernal, el primero de los cuadros de la campaña de Clara en hablar ―también el primero en irse no bien había terminado su intervención―, propone las coordenadas del encuentro en las que luego insistirán Mariela Barragán y Román Vega.

―Primero que todo quisiera que la conversación no fuera solo sobre la posibilidad de que Clara sea alcaldesa sino que está también Román, para que hablemos del concejo de Bogotá; quiero que el tema del compromiso se enfoque en los dos escenarios ―y dice luego convencido― Ganar el próximo domingo, y gobernar bien, va a significar que nosotros podamos también incidir en las elecciones de 2018, y eso sería una incidencia enorme, no solo administrar la ciudad sino administrar el país.

Su discurso anima a los contratistas a sumarse a la “salvación de las políticas sociales” en Bogotá, les explica cómo Clara es la candidata que defiende esas banderas, y lo catastrófico que resultaría, en su opinión, que “la izquierda” perdiera las próximas elecciones. Aterriza por fin, sutil, en los compromisos.

―Lo que sí sabemos nosotros es que las poblaciones aún no están cubiertas… Al tema de discapacidad hay que sumarle otra población, los cuidadores, entonces hoy estamos cortos e igual pasa en salud…, y si esto es así pues seguramente que los funcionarios distritales que se requieren para realizar esta tarea son muchos más de lo que son ustedes, compañeros, los que llevan ocho años, seis años, o que acaban de ingresar al Distrito ―dice, exaltado―… Si la preocupación es por el número de profesionales que hoy están no me imagino lo que significará ampliar cobertura, eso nos llevará a aumentar los profesionales.

El salón está mal iluminado y a las paredes, como en el resto de la casona, no les cabe un pendón más. A todo color, celebran el 9 de mayo, la obra de Gogol, el natalicio de Tolstoi. Que no haya dónde descansar la mirada obliga a algunos contratistas, resignados, a fijarla en sus teléfonos celulares.

Bernal cede el uso de la palabra al segundo compromisario. El candidato al Concejo Román Vega habla pausado, pero enérgico. Critica primero a la campaña de Peñalosa. Es el más concreto de los tres, también el más arriesgado.

―Nosotros estamos jugados: Clara ya hizo un pacto en una asamblea con los trabajadores de la salud en el Colegio Americano, y eso ya está firmado, va a formalizar a los trabajadores de la salud que no están formalizados. Lo mismo va a pasar si hay movilización de ustedes con ustedes ―dice.

Es una reunión política atípica. Este habría sido un buen momento para los vivas, para los aplausos. Pero es tarde, los contratistas se muestran parcos: una mujer asiente con la cabeza, otros cuchichean, distraídos, hasta que Román, que ya termina su intervención, los exhorta a movilizarse.

―Los llamamos a ustedes, compañeras y compañeros, por favor hagan trabajo político. Obviamente no lo podrán hacer públicamente, cierto ―dice, pero rectifica enseguida― aunque ustedes no tienen impedimento para hacerlo porque son contratistas ―“sí, somos contratistas”, se oye decir en coro en el momento cumbre de la noche―, así que no hay prohibición para que ustedes actúen políticamente, necesitamos que voten sus hijos, sus hermanos, su mamá, su papá, cada uno de sus amigos y cada uno de los trabajadores con los que ustedes se relacionan… Porque no va a perder Clara López, va a perder el pueblo, van a perder ustedes ―sentencia Román.

Circulan ejemplares de un periódico de la UP entre el público. También un volante de la campaña de Clara: “Con la fuerza de las mujeres. Mujer vota mujer”, dice, al lado de una fotografía de la candidata con otras cuatro mujeres que no se parecen mucho a las contratistas de la Secretaría de Integración Social del Distrito. Y al respaldo: “Para continuar con las política sociales en Bogotá”.

Mariela Barragán, con una alegría que no se sabe bien de dónde saca al filo de las ocho de la noche, explica cómo cualquier política pública necesita presupuesto (“el 50% es presupuesto y el otro 50% es voluntad política", dice), vuelve a las coordenadas propuestas por Bernal: Clara alcaldesa y Román concejal, y se compromete, como se comprometen los políticos, al “fortalecimiento de la Secretaría de Integración Social”.

―Pero para eso necesitamos del apoyo de todos ustedes, del voto de ustedes, y que esta semana se apliquen a ayudarnos a nosotros, cuando lleguemos a la alcaldía ustedes llegarán con nosotros ―dice―. Clara siempre lo ha dicho, aquí los porteros no temblarán, porque cuando llega la administración nueva todo el mundo piensa “nos botarán”, y entonces viene la angustia. Ella no va a llegar con la política de tierra arrasada, no, se respetarán los derechos de los trabajadores y se buscará un consenso para lograr las metas que ustedes quieren pero también los resultados.

Mientras Mariela Barragán habla, una contratista en el público le pasa su celular con una imagen en la pantalla a otra compañera: Mariela y su esposo Bernardo Jaramillo, el líder de la UP asesinado en 1990 cuando era candidato a la Presidencia de la República, se abrazan alrededor de una pequeña mesa en el campo. Se ven felices, con toda la vida por delante, seguramente a comienzos de los ochenta ―eso dicen las ropas y los cortes de pelo―, cuando la política, la pequeña y la grande, todavía no se les había venido encima.


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