Patéticas han resultado las actividades programadas para “capacitar” a los alcaldes y gobernadores electos. Por disposición legal, la ESAP los reúne a todos durante varios días y en medio de un barullo enorme van desfilando atropelladamente funcionarios nacionales armados de fórmulas, ideas, programas sobre los que no están dispuestos a discutir sobre su pertinencia u oportunidad y los develan con la actitud de “tú no sabes, yo sí” y de esa más caritativa de “si te dejas ayudar yo te voy a ayudar, pero tienes que cambiar”.
Esa escena se ha repetido durante estas tres últimas semanas en decenas de lugares a los que los mandatarios locales y regionales han sido convocados por ministros y por las asociaciones de municipios y gobernadores. Han tenido que ir a Cartagena, a Villavicencio, a Montería, además de un largo etc de encuentros regionales, en los que tienen muy poca oportunidad de entablar un diálogo constructivo con funcionarios afanados que tienen que salir pronto porque se va a ir el avión.
Las imágenes son el presagio de lo que ocurrirá en los próximos cuatro años y el resultado será el mismo que tenemos hoy: un desarrollo territorial más desigual. Comparados entre regiones y aún entre zonas de un mismo departamento hace cuatro años teníamos una desigualdad éticamente inaceptable y, según lo documenta el Plan Nacional de Desarrollo, ahora estamos peor.
El sistema político tomó la decisión de debilitar los gobiernos subnacionales porque eso permite que la llave de la intermediación de recursos entre la nación y las entidades territoriales la tengan los congresistas y en eso se basa el fortalecimiento y la reproducción de las estructuras políticas regionales. Recién expedida la Constitución en 1991 surgieron jefes políticos locales que fueron alcaldes o gobernadores exitosos y empezaron a disputar espacio en el Congreso y en el gobierno nacional y por tanto “tocó” cerrar la puerta para que ello dejara de ocurrir.
A ese propósito político se suma la arrogancia de los “tecnócratas” que desconfían de las autoridades locales y desconocen completamente las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales de las múltiples regiones de Colombia. Ese grupo creciente de “técnicos”, muchos formados en las mejores universidades del mundo, ignora por completo cómo funciona la sociedad en el Pacífico, en el bajo Cauca e incluso en las zonas periféricas de las capitales departamentales.
A eso hay que agregarle una legislación absurda que todos los días crea nuevos “sistemas”, con más “consejos” y órganos que los alcaldes no tienen capacidad de administrar. Si los alcaldes asistieran a todos los Consejos a que están obligados por ley, literalmente, no tendrían tiempo de hacer nada más.
El modelo de “descentralización” homogéneo es altamente inconveniente. Las reglas de competencias, organización y funcionamiento de las entidades territoriales no pueden ser iguales para todos cuando estamos frente a una gran heterogeneidad de municipios y departamentos. Pero tampoco pueden ser iguales las reglas económicas. Ahora se dice mucho que tenemos tres o cuatro Colombias, en realidad hay muchas más y es un avance que se hayan dado cuenta pero hay que ir más allá del diagnóstico: las brechas regionales no se cierran con las mismas fórmulas de siempre es necesario ser creativos, innovadores, romper el molde que no ha funcionado y ver cómo es que vamos a resolver el problema –por poner solo un ejemplo de 1.100 posibles- de los 600 jóvenes que se graduaron de bachilleres hace dos semanas en la Jagua de Ibirico, en el Cesar, de los cuales dos se ganaron las becas de “ser pilo paga”. ¡Nos faltan 598!
Pregunté qué se pondrían a hacer esos 598 muchachos de entre 16 y 18 años, me contestaron: “las niñas, la mayoría se embarazan, los niños, una buena parte se dedicarán al mototaxismo, otros se van para alguna ciudad donde algún familiar y trabajan en cualquier cosa y otros…..”.
La única manera de construir una paz estable en Colombia es con un nuevo modelo de desarrollo territorial, o mejor con un modelo de desarrollo territorial porque hasta ahora no hemos tenido ninguno, lo que tenemos se ha dado por generación espontánea y trae como consecuencia que en las regiones no es posible realizar proyectos de vida y que las ilusiones y los pilos terminan en Bogotá.
Hay que ver la cara de los “tecnócratas” cuando se les propone –por ejemplo y por decir cualquier cosa- que algunas entidades nacionales tengan sede principal en una ciudad distinta a Bogotá, para promover conocimiento especializado en otros temas y oportunidades de trabajo bien remunerado en otras partes. La Superintendencia de puertos podría quedar en Barranquilla o en Cartagena; la Agencia Nacional Minera en Valledupar; Coldeportes en Cali; el Icfes en Tunja, en fin.
Pero no solo hay que pensar en las entidades estatales sino en la empresa privada. ¿Cómo se instala en municipios como Buenaventura donde el desempleo juvenil supera el 70%? ¿Qué incentivos necesita?
Ahora claro, el problema no es solo la ignorancia y el desprecio bogotano por lo que pasa en las otras regiones del país, también lo es que los alcaldes y gobernadores se acostumbraron a esa actitud mendicante ante el gobierno nacional en la que unos “colaboran” y los otros quedan agradecidos por la generosidad, como si no se tratara de derechos y deberes.
La relación entre la Nación y los municipios y los departamentos no puede seguir siendo tratada como favores, tiene que tener reglas más transparentes, pero sobre todo más imaginación.
Y claro, la pata que le falta al tema es la construcción de opinión pública regional. No tengo duda que el mayor déficit de la democracia en las regiones es la ausencia de una opinión pública fuerte y de medios de comunicación que no dependan exclusivamente de la pauta oficial, por eso me pareció maravillosa la noticia de que La Silla invertirá los recursos que donen los super amigos en el desarrollo de una Silla del Chocó. ¡Hay que donar!