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Para apoyar al proceso de paz sin temor del “castro-chavismo”

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Por David Bardey

 

Mientras que la perspectiva de un final feliz en este largo proceso de paz debería llenar a la sociedad colombiana de esperanza y de optimismo hacia el futuro, uno lee o escucha todos los días opiniones pesimistas al respecto. Entiendo que uno debe moderar su optimismo dado que la firma de la paz no va a resolver todos los problemas sociales o económicos de Colombia. También comparto que el posconflicto está lleno de retos complejos por la naturaleza “gallina-huevo” del conflicto (hay grupos armados por ausencia del Estado y por presencia de los grupos armados hay ausencia del Estado) y, que sin una reforma tributaria verdaderamente estructural, que dote al Estado con los recursos suficientes para invertir en los territorios, en los cuales se ha ausentado demasiado tiempo, habrá muchas oportunidades desaprovechadas (les invito a leer la columna de Ana María Ibáñez al respecto). En esta entrada no voy a comentar todos los aspectos políticos o económicos que nos podrían hacer dudar o relativizar acerca de la oportunidad de firmar un proceso de paz. Me voy más bien a concentrar en el temor recurrente del “castro-chavismo” para intentar convencerlos que, si bien este temor es legítimo dado que la situación actual de Venezuela no es en nada envidiable, no tiene porque relacionarse con la firma de la paz en Colombia.

 

Antes que todo, hay que entender de donde viene este temor. Aunque pueden existir estrategias de desinformación eficaces por parte de algunos actores políticos que repiten hasta el cansancio que el país se está entregando al castro-chavismo, no creo que sea esto lo que más asusta a los colombianos. Para los que realmente tienen temor de lo anterior, basta con leer lo que ya se pactó en La Habana (que por demás es público), para entender con facilidad que el modelo económico de Colombia nunca ha sido parte de los temas en negociación (¡y añadiría menos mal!). Por ende, no creo que el temor venga de lo que se negoció sino de lo que podría pasar después de la firma de la paz en el juego político colombiano, es decir de cómo la paz cambiaría el panorama político y los resultados electorales en Colombia. El razonamiento parece ser que, por tener un conflicto que involucra a una guerrilla marxista, el espacio político de la izquierda en Colombia se encuentra reducido. Siguiendo esta inferencia, la terminación del conflicto podría entonces magnificar los resultados de una izquierda radical en las urnas. Aunque este razonamiento tiene su lógica a primera vista, veremos que se enfrenta a varios problemas.

 

El primer error consiste en creer que el “castro-chavismo”, o digamos en términos más generales, la posible llegada al poder de una izquierda radical, tenga como pre-requisito la firma de la paz. La llegada al poder de una izquierda radical que revindica ideas progresistas (pero sin nunca haber progresado en sus reflexiones sobre las medidas económicas que permiten alcanzar estos ideales) puede suceder porque es una de las alternativas que nos ofrece la democracia. Así las cosas, y a menos de que uno crea que es mejor vivir en una dictadura o desconfíe totalmente de las virtudes de un sistema democrático, este razonamiento carece de seriedad. Recuerdo al respecto la visión de Churchill que decía que a pesar de todo, la democracia es y seguirá siendo el menos malo de todos los sistemas políticos. Es por esto que si bien un sistema democrático puede arrojar resultados electorales que asustan a muchos, esto no se puede relacionar con la firma de la paz. Por el contrario, temo que esto se encuentre ligado al segundo punto que voy a mencionar a continuación.

 

Lo que realmente puede convertir en realidad la llegada de una izquierda radical al poder no es tanto que la democracia sea más sana por la ausencia de actores armados, sino más bien la falta de efectividad de los partidos de derecha cuando se encuentran en el poder y sin percibir una real competencia. En particular, un manejo ineficiente de la economía asociada a una repartición muy desigual de la “torta” son los ingredientes bien conocidos de un coctel que puede resultar explosivo. Si bien reconozco que la macroeconomía fue relativamente bien manejada en el país desde la crisis del fin de los noventa, uno puede cuestionar el manejo de la economía colombiana en muchos de sus aspectos. Sin juzgar a ningún gobierno en particular, creo más bien en una inercia acumulada precisamente por un cuasi monopolio que tiene la derecha en el poder, hay hechos y resultados que suscitan preguntas. A continuación comparto algunas que uno se puede hacer observando el funcionamiento de la economía colombiana. ¿Es normal el peso que tenían las utilidades de Ecopetrol en el presupuesto de la Nación y esta falta de diversificación en el recaudo? ¿Es normal que a pesar de ser un país con salarios bajos, Colombia tenga un déficit comercial alto y no sea capaz de encontrar nichos de mercado para poder exportar y traer recursos? ¿A pesar de los esfuerzos que hace este Gobierno al respecto, es normal que tengamos una brecha tan grande en el sistema educativo, siendo este último la clave para fomentar una mayor movilidad social? ¿Es normal la escasa y precaria infraestructura que tenemos, a pesar de una década de auge económico? ¿Es normal que después de pagar impuestos, la desigualdad en la distribución de los ingresos siga casi igual que antes de los impuestos? ¿Es normal que Colombia tenga regiones con niños que sufren de desnutrición?

 

Podría seguir escribiendo páginas de preguntas de este estilo, pero mi propósito no se encuentra en la exhaustividad de estas, quiero más bien relacionar esto con el sistema político actual, es decir un sistema que viene padeciendo de una esclerosis crónica y donde el conflicto la explica parcialmente. El profesor Jim Robinson habla mucho del arreglo inadecuado que las elites bogotanas tienen con los caciques regionales. No dudo que sea cierto, pero no estoy seguro de que necesitemos el prisma de las regiones versus Bogotá para entender la situación política en Colombia. Lo que observo es que tenemos a una elite política, generalmente de derecha, patrocinada por una elite económica bien concentrada. Los partidos que ganan las elecciones al nivel nacional obtienen una mayor fracción en el juego de las cuotas burocráticas, mientras que los que pierden, finalmente no han perdido tanto, pues solamente terminan con menos cuotas, o entrando mas tarde a formar parte del gobierno. Diciendo lo anterior, quiero resaltar que, con la ausencia de verdadera competencia política en el sistema político colombiano, los partidos que llegan al poder no sienten la necesidad de trabajar por el bienestar de la sociedad en su conjunto, sino que tienen que rendir cuentas a sus patrocinadores. Al final, la única repartición medianamente equitativa a la cual se llega es la de las cuotas burocráticas, y mientras tanto, las elites económicas que patrocinaron estos partidos logran evitar que se toquen sus dividendos y que se haga una reforma tributaria que podría reducir drásticamente la desigualdad en la distribución de los ingresos (sin necesariamente afectar el tamaño de la torta). Estas mismas elites económicas logran también que partidos de derecha se vuelvan muy proteccionistas, a pesar de las ideas liberales que deberían vincular, para cuidar las rentas de algunos industriales. Tendrán razón los que me dirán que lo anterior no es exclusivo de Colombia, sin embargo, entre el nivel de desigualdad que favorece este sistema y al mismo tiempo que se nutre de el (ver las explicaciones de Thomas Piketty sobre desigualdad y democracia), y el conflicto que trunca el juego democrático, el sistema político colombiano tiende a dar la espalda a la gente que debería representar.

 

De vez en cuando, en las elecciones colombianas, tenemos figuras simpáticas que parecen traer cambios al sistema. Infortunadamente, creo que estas figuras, sin quererlo, contribuyen a alimentar la misma payasada. Estas figuras simpáticas, a veces más progresistas que las de los partidos tradicionales, a veces menos, en lugar de buscar una identificación clara en el espectro político, se diferencian solamente por la voluntad de querer hacer política de otra forma. Todo eso resulta muy simpático, pero refuerza el hecho de que no hay nadie que represente claramente las diferentes sensibilidades políticas que son comunes en otros países como la social-democracia, el social-liberalismo, el liberalismo económico, etc. Lo que tenemos, y creo que puede en gran medida explicar la baja participación en las elecciones, son diferentes partidos que se distinguen mas por el tono de voz que por las ideas que pretenden vociferar. Ya es un cuento viejo, pero traigo a colación una anécdota que ilustra bien lo anterior y que sucedió durante la primera visita de François Mitterrand en Colombia en 1985. El presidente francés buscaba entender el sistema político colombiano y preguntó al presidente Betancourt, cual era la diferencia entre los liberales y los conservadores. La respuesta irónica de Belisario, ya consciente de lo que estoy contando, fue: “la hora a la cual van a misa”.

 

Creo que acabar con este conflicto absurdo, que ya perdió su motivación política desde hace varias décadas, puede constituir una gran oportunidad, no tanto para redistribuir las cartas, sino más bien para cambiar las reglas del juego. Tener más contrincantes de izquierda en el panorama político, obligaría a los diferentes políticos que se pretenden de derecha, o de centro, o de centro izquierda a redefinirse para proponer programas políticos más claros, y de manera independiente de su sensibilidad, más orientada hacia el bienestar de la sociedad en su conjunto. Otra vez, diciendo eso, no culpo a nadie, el sistema político colombiano está lleno de personas de buena voluntad y competentes, pero que evolucionan en un sistema que no les deja trabajar al servicio de las ideas que reivindican. Repito, si bien el castro-chavismo sería catastrófico para Colombia, creo que ese escenario es más probable sin paz que con paz; por ende, no debe ser un motivo para no apoyar al proceso de paz.

 

Para terminar, el apoyo a la paz define el futuro de Colombia y depende de lo que queremos para nuestros hijos. Me da la impresión que por el tiempo que ha durado este conflicto, y la segregación que caracteriza a la sociedad colombiana, desconozcamos por completo la realidad de nuestros compatriotas y nos hayamos vuelto totalmente insensibles, en particular con el sufrimiento que éste puede causar en muchos hogares del país. Mientras que, desde los barrios cómodos de Bogotá, disertamos sobre los riesgos hipotéticos que podría traer el proceso de paz, a mi juicio basado en un cálculo político errado, y mientras intentamos dar una buena calidad de vida a nuestros hijos, nos olvidamos que la continuación del conflicto implica que los hijos de otras familias terminen en el campo de una batalla que no tiene ningún propósito. ¡Por favor, no más guerra!

 

 

 


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