Ayer el Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali ganó un prestigioso premio mundial por su trabajo para pensar el posconflicto desde la academia. Es un reconocimiento a un trabajo pionero, que desde hace un tiempo para acá, comienzan a emular otras universidades.
Hace dos años, La Silla contó cómo muchas de las profesiones que se necesitaban para el pos-acuerdo no existían en el país. Eso ha comenzado a cambiar. “La paz no se enseña con cátedras. Se enseña creando competencias para personas que van a vivir, a crecer y a trabajar en un país distinto. En un país al que no están acostumbrados”, le dijo a La Silla el profesor de la Universidad Nacional, Carlo Tognato.
Estos son cinco ejemplos de experiencias de universidades que ya le han metido plata, gente y recursos para crear centros de investigación que aporten desde ya al posconflicto.
El centro para desradicalizar desde la cultura
“Es muy fácil pensarse como será la paz por fuera del campus. Lo que cuesta reconocer es que nos pasa adentro y cómo vamos a enseñar y a aprender de paz cuando hay violencia”, dice Tognato, bloguero de La Silla.
Este italiano, que llegó a Colombia en 2003, ayudó a crear el ‘Centro Nicanor Restrepo Santamaría para la reconstrucción civil’. Un centro en el que participa además de la Nacional, la universidad Eafit de Medellín, la Facultad de Latinoamérica de Ciencias Sociales (Flacso) de México y la Universidad del Rosario.
La idea de este centro, dirigido por el profesor Jeffrey Alexander, codirector del Centro de Sociología Cultural de la Universidad de Yale, es entender el papel que ha tenido la cultura en que la guerra siga en Colombia.
“Hablamos de causas estructurales como la pobreza y la desigualdad. Pero eso lo han tenido todos los países en América Latina y en ninguno duró tanto la guerra como acá. Entonces hay algo más que la estructura. Hay un problema cultural”, dice Tognato.
Además de conversatorios con estudiantes sobre ese tema, la idea es hacer unas escuelas de verano de cinco días con altos funcionarios del Estado, del sector privado y de la sociedad civil para hablar, entre otras cosas, sobre el papel de la protesta social, la desradicalización del discurso y la polarización.
“Antes de la comisión de la verdad que se crearía con el acuerdo, hay que hablar de la verdad de las universidades. Hacernos esa pregunta por incómoda que sea”, dice Tognato.
“Queremos ser como una incubadora de iniciativas. Que esa gente se reúna y se siente a pensar ideas para desradicalizar el discurso y las lleve a sus sitios de trabajo”, agrega el profesor.
Para lograrlo, ya tienen montadas dos redes. Una de académicos de distintas universidades que no son socios del centro como el profesor de la facultad de Economía, Juan Camilo Cárdenas, en los Andes y otra de empresarios como Jorge Londoño, expresidente de Bancolombia, y expertos en temas de paz como Álvaro Jiménez, coordinador de la campaña Colombia contra Minas.
El Instituto de Estudios Interculturales en Cali
Este instituto de la Javeriana de Cali, liderada por Manuel Ramiro Muñoz, es pionera en proyectos que tienen que ver con el posconflicto desde la academia.
Se han centrado en promover un diálogo real entre sectores o comunidades que tienen conflictos potenciales y que normalmente no se hablan. Así, en lugares como Montes de María, Cauca y Catatumbo son los que facilitan mesas de diálogo entre indígenas, afros, empresarios y funcionarios del gobierno.
Por ejemplo, en el Cauca, han trabajado con líderes indígenas y comunidades campesinas que podrían entrar en un serio conflicto si se hacen las zonas de reserva campesina. También han puesto a hablar a los dueños de los ingenios azucareros del Valle con los líderes afro e indígenas de la región para discutir cómo podrían abordar el tema de la tierra de una manera fructífera para ambos. Su misión es, en el terreno, encontrar caminos para desactivar conflictos, conflictos que saldrán a la superficie una vez se firmen los acuerdos de paz.
Desde diciembre del año pasado están trabajando con la oficina del Alto Comisionado para la paz en hacer las radiografías de las regiones más afectadas por la guerra para facilitar la implementación de los acuerdos.
“Miramos quienes son los actores relevantes, cómo se relacionan, cómo se mueve el poder, las relaciones productivas. Es como una radiografía para entender mejor esas regiones tocadas por el conflicto”, cuenta Carlos Duarte, miembro del instituto.
Hasta ahora la información de esas regiones estaba desordenada o solo abordaban el problema del conflicto desde unos ángulos y no otros. “Es un volúmen de información enorme y lo que hacemos es organizarlo y analizarlo”, explica Duarte.
Su papel con los empresarios
La Universidad Eafit, que ha trabajado en temas de justicia transicional, también ha puesto de su parte en la tarea del posconflicto. Desde allá están asesorando a empresarios de Proantioquia y de la Andi para pensar los retos de los diálogos entre el establecimiento y las Farc y el papel de la empresa privada en la implementación de los acuerdos.
Por ejemplo, Eafit elaboró con los empresarios el documento que Proantioquia y la Andi sacaron ayer con sus inquietudes frente a lo que falta discutir en la Habana y hacer paralelamente en Colombia antes de la firma.
El centro para tratar el trauma
En los Andes ya existía la maestría en Construcción de Paz, que fue la primera en el país y que en palabras de su directora, Angelika Rettberg: “nace para pensarnos la paz de forma panorámica. Necesitamos que las disciplinas se hablen: que el ingeniero que quiere inventarse un robot para hacer minas se hable con el politólogo para entender el contexto, por ejemplo.”
Pero hace seis meses, la Universidad creó un Centro de Estudios Emocionales. “Está dirigido a víctimas, a victimarios, a miembros de la fuerza pública, a todos los actores que les ha tocado sufrir ésta guerra”, dice Catalina Ávila, su directora.
Steven Pinker y David Barlow, ambos psicólogos que estudian el trauma en las sociedades, vinieron a la inauguración del centro en septiembre del año pasado y también se reunieron con Juan Manuel Santos para hablar sobre las cicatrices de la guerra en las mentes.
Con ese impulso, más mil millones de pesos que hasta ahora ha puesto los Andes según Ávila, se montó el centro, con oficinas y equipo, dentro de la universidad.
Aplicando la teoría de David Barlow, que descubre cómo a través de terapias psicológicas y sin necesidad de drogas se supera la ansiedad de personas que han sufrido la guerra, su método consiste en que a través de diez sesiones con psicólogos especializados, se puede tratar a una persona o a un grupo, para que manejen mejor sus pensamientos y sentimientos y se recuperen.
“Es algo parecido a lo que ya está pasando en Israel y es que le enseñan a la gente cómo reaccionar mejor, por ejemplo, cuando les explota una bomba cerca”, dice Ávila.
Ya han atendido más de 40 casos. Entre ellos, escoltas de la Unidad de Protección y lideresas de víctimas de regiones como el Pacífico. Todos enviados por la alta consejería de víctimas y la secretaría de la mujer de la alcaldía de Bogotá. Los atienden estudiantes de maestría de psicología clínica, bajo la dirección de Ávila y del director científico del centro, Fabio Idrobo, que además trabajó con Barlow en su centro en Boston.
“Por ahora podemos decir que en los casos que hemos atendido, las personas reportan sentirse mejor. Tenemos casos de gente que ha vuelto a sus regiones con nuestra ayuda cuando antes les parecía impensable regresar”, le dijo Ávila a La Silla.
Las universidades que le ponen el ojo a la tierra
Otro caso que ya tiene su historia es el del Observatorio de Tierras dirigido por el antropólogo Francisco Gutiérrez, y que reúne los esfuerzos de otras universidades como la Nacional, la Universidad del Norte en Barranquilla, la Sergio Arboleda, la Universidad del Rosario y la Universidad del Sinú.
El observatorio nació por una convocatoria de Colciencias para crear una red de conocimiento para hacerle seguimiento a las políticas públicas de restitución. Sobre todo a la ley de víctimas para que desde la academia haya un esfuerzo por saber qué tanto se cumple lo que dice el papel.
Las universidades socias tienen investigadores asociados, cada uno encargado de temas específicos y construyen entre todos reportes semestrales sobre los avances de la restitución.
Con esos análisis, estas universidades contribuyen desde lo que saben y como pueden a pensar el tema de las tierras, que será clave, si se firma la paz, para que aterrice el punto de desarrollo rural y para que el acuerdo en general pueda implementarse.
Tienen una clínica jurídica que busca que los estudiantes de derecho apliquen lo que aprenden en pleitos por la tenencia de la tierra.