En vísperas de elecciones los medios de comunicación le preguntan una y otra vez a los candidatos: ¿y el aborto? Las respuestas se dividen en dos: o consideran que el aborto es un asesinato de un ser indefenso, y debería ser siempre un delito, o son firmes defensores de las tres excepciones que propone la Corte Constitucional a la penalización del aborto, es decir, proponen que sea un delito el resto de las veces.
Nadie sale en defensa de lo que millones de mujeres en Colombia hemos hecho: abortar sin necesidad de estar al borde de la muerte o de la locura, y sin necesidad de estar cargando un pobre ser que no vivirá más de unos meses por defectos congénitos. Abortamos, millones abortamos, casi siempre antes de las doce semanas de embarazo, porque no estábamos listas para asumir un hijo aún, o porque no queríamos un hijo más. Y por más nada.
Para todos esos políticos, y para satisfacción de muchos creyentes, merecemos podrirnos en la cárcel por un par de años. Gracias a Dios no hay quien nos coja, y si lo hicieran, no hay dónde ponernos.
Las mujeres abortamos en masa en las primeras semanas del embarazo porque no creemos que estemos matando un niño, mucho menos un hijo que adoramos, sino porque sabemos que en las primeras semanas del embarazo ahí no hay nada más que un proceso, que de no detenerse a tiempo ahí sí nos llevará a tener un hijo.
Insisto: un embrión, por lo menos hasta las doce semanas de embarazo, no es una persona. Y no es una persona porque carece de la materialidad de un ser humano. Podrá tener los genes para serlo, pero aún no es un ser humano pues no tiene cerebro, y en consecuencia, no tiene actividad cerebral.
Como comunidad política estamos de acuerdo que para ser persona y estar vivo se requiere una existencia material que según el consenso actual radica en la actividad del cerebro, o por lo menos en la presencia de un cerebro vivo, un cerebro de ser humano, con actividad cerebral de ser humano. Es tan sencillo que la definición misma de muerte que tenemos es precisamente que dejó de haber actividad en el cerebro. Si no hay actividad cerebral, no es un ser humano.
El embrión en las primeras doce semanas no tiene cerebro: tiene el espacio donde habrá un cerebro, con unas neuronas que se empiezan a formar apenas alrededor de la semana doce. No tiene la posibilidad física de conciencia en sus cinco centímetros de extensión, ni siquiera la conciencia de un pez, y ni siquiera tiene la capacidad de sentir dolor que tiene un pez, ni la tendrá por lo menos hasta la semana 20, 29 según algunos científicos.
Obligar a las mujeres a darle vida a ese paquete de genes, a pesar de sí mismas, es una infamia. Obligarnos con la amenaza de cárcel es una violación de los derechos humanos. Manipular nuestras emociones, y el amor por los hijos, mostrando fotos o videos de un feto a punto de nacer, ahí sí con cerebro y capacidad de sentir dolor, como si fuera la misma cosa que un embrión, es una mentira grotesca, risible si no hiciera tanto daño.
A ver si hoy ocho de marzo algún político deja de decir sandeces de cajón y propone en cambio respetar a las mujeres que, en conciencia, no creemos que un embrión sea una persona, porque no tiene actividad cerebral. Ni, literalmente, cerebro.
Cerebro tenemos nosotras, las que nos atrevimos a creer que somos personas libres de decidir darle o no la vida a un hijo, y que cuando lo hacemos lo hacemos a conciencia y con pasión y entrega. Nosotras, las ciudadanas, las que votamos, las que entendemos, como quizá no entienden quienes no han gestado hijos con sus cuerpos, la diferencia entre un embrión descerebrado de cinco centímetros y un niño vivo que respira, que llora, que se merece el mundo entero. Un niño al que le damos la vida nosotras, las dadoras de vida, y no con la magia de la concepción sino sino muy lentamente, a menudo con dificultad, durante varios largos meses.