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La fiesta de la paz que no prendió las calles

 

La protocolización de la firma del Acuerdo de paz con las Farc después de 50 años de una confrontación que dejó miles de muertos y una estela de sufrimiento fue una fiesta con un libreto detallado, con una lista de invitados muy bien pensada que refleja el ‘nuevo país’ que se espera surja de un evento tan histórico. Fue un evento lleno de simbolismo. Pero difícilmente logró contagiar al resto de país de la emoción que necesitaba el gobierno para darle el impulso final al plebiscito.

La ceremonia

La fiesta de la firma del Acuerdo Final en la Esplanada en Cartagena fue una gran puesta en escena y la escena fue fríamente calculada: en la zona VIP del evento, indígenas wayuu, kogui, guambianos, afros del Pacífico y afros del Caribe; empresarios, cacaos, líderes campesinos, lideresas sociales, líderes de la comunidad lgbti, políticos, ricos y pobres. Todos ahí, uniformados de blanco, igualados, uno al lado del otro. El viejo Establecimiento y ¿el nuevo? Todos unidos por la convicción de que firmar ese acuerdo era la mejor opción para este país.

El discurso de Timoleón Jiménez o Rodrigo Londoño (su nombre real) arrancó con la frase que justificaba la convicción: “Nuestra única arma de ahora en adelante será la palabra”.  

Un excelente arranque, que fue perdiendo contundencia a medida que leía un discurso más arrogante que dialogante con un país que en las encuestas refleja que los quisieran tras las rejas.

 

Fue un discurso que incluyó el llamado populista a la Cartagena ausente, a los deudores y a los usuarios del sistema de salud; el llamado ‘internacionalista’ típico de la tradición comunista por la paz de Siria y Palestina; y una reiteración de su desconfianza hacia el Establecimiento (“nosotros cumpliremos. Esperemos que el gobierno cumpla”); y la idea de que la mala imagen que ellos tienen no es producto de sus acciones sino de la manipulación mediática.  (Las maravillosas cantadoras de Bojayá les ayudaron a hacer un chequeo de realidad)

Con un agradecimiento especial a Hugo Chávez y Raúl Castro, y haciendo explícito que su apuesta es por el socialismo, Timochenko mostró que su mensaje político está en las nueva agendas ambientales, feministas, y en seducir lo que Gustavo Petro llamaba las “nuevas ciudadanías”: las poblaciones Lgbti, los ambientalistas, los jóvenes.

El jefe de las Farc se atribuyó un renacimiento ético y se declaró veedor del gasto público social. Además no perdió esfuerzo en reescribir la historia haciendo énfasis en que la guerrilla siempre le apostó a la paz y que si no se pudo llegar antes a este momento cúlmen es porque fuerzas del Establecimiento siempre lo habían impedido.

Cuando ya parecía que los colombianos les quedaríamos debiendo, vino el climax de su discurso: Timochenko 'ofreció' perdón.

Fue una pedida de perdón limitada "por el dolor que se pudo causar" y aún así hizo que la audiencia se parara y se emocionara y gritara que “sí se puede”. Fue sin duda el momento más importante de su discurso.

Claudia Rugeles, esposa de Alan Jara, quien estuvo años secuestrado por las Farc, cuenta que cuando eso pasó ella y toda su familia se pusieron a llorar.

Fue el climax de la noche que se vió rápidamente interrumpido por la incursión de los tres aviones de guerra de las Fuerzas Militares que cruzaron el cielo en el momento más inoportuno y asustaron a muchos de los presentes, comenzando por el mismo Timochenko. Fueron unos cuantos segundos de un gesto militar pero suficientes para pensar que los iban a matar.

Cuando el jefe de las Farc entendió que no era una amenaza, dijo que por lo menos no era para bombardearlos y siguió con su discurso.

(La Silla averiguó con fuentes del gobierno sobre qué había sucedido y la explicación es que el show de los aviones -tradicionalmente usado para honrar las ocasiones importantes- estaba previstos para cuando terminara el discurso. Pero como se extendió coincidió con la lectura del jefe guerrillero así como se sobrepuso con la de Santos el canto de la alegría entonado por el coro de niños. Permanece la pregunta sobre la lógica de incluir en el repertorio los aviones -símbolo de lo que le dio al Ejército la ventaja militar sobre la guerrilla-).

Después de un discurso poco memorable del Secretario General de las Naciones Unidas, el presidente Santos tomó la palabra. Fue una alocución inversa a la de Timochenko. Arrancó débil, con poca conexión con la audiencia, fue mejorando y terminó en una nota muy emocional.

Fue un discurso escrito con miras a la votación del domingo, que reforzó los argumentos de solidaridad de los del Sí y que apuntó a lo central del Acuerdo: la importancia de salvar vidas.

El discurso de Santos, sin embargo, concedió dos banderas.

La primera, a las Farc.  Mientras la guerrilla reivindicó la bandera de la paz y dijo que si no lo habían logrado antes había sido por oposición del Establecimiento, el Presidente reivindicó el uso de la fuerza cuando era ministro de Defensa y no la fuerza de tener la legitimidad de un Estado democrático de su lado. Reiteró que hasta hoy hemos estado en “la horrible noche” y que ya había cesado y comenzaba un nuevo amanecer para el país.

La segunda se la dio a los del No. Repitió que el acuerdo logrado era “imperfecto” (es decir mejorable) pero que era mejor un acuerdo imperfecto que una guerra perfecta.

El común denominador de los dos discursos fueron las alusiones a Mauricio Babilonia y las mariposas amarillas lo que comprueba una vez más que Gabriel García Márquez es el hilo conector de la identidad colombiana.

Ambos, también es diciente, dejaron un espacio para reconocer al otro. Para exaltar el valor del otro de apostarle al proceso del paz.

Sus discursos fueron semejantes en otra cosa. Ninguno intentó tender un puente con los que están en la orilla contraria, con los que se oponen a los acuerdos, ni siquiera con los que albergan dudas.

Juan Manuel Santos tampoco reconoció públicamente los esfuerzos hechos por sus antecesores que contribuyeron a llegar a esa firma de la paz. Ni siquiera el de los ex presidentes César Gaviria y Belisario Betancur, que estaban presentes.

También fue notorio que no agradeciera con nombre propio los esfuerzos del jefe de la delegación negociadora del gobierno Humberto de la Calle, ni de su Alto Comisionado de Paz Sergio Jaramillo. Hizo un agradecimiento general, sin mencionar nombres, a todo el equipo negociador.

Lo que escatimó el Presidente fue compensado con creces por la audiencia, que los ovacionó cuando entraron al auditorio.

Del otro lado fue llamativa la ausencia de Carlos Antonio Lozada, el verdadero jefe militar de las Farc, quien posiblemente está coordinando la movilización de las tropas a las zonas de concentración.

Pero quizás lo más elocuente de toda la ceremonia, y lo que yace en el corazón de la negociación fueron las víctimas.

Estaban muchas presentes como invitados especiales: los familiares de los diputados del Valle asesinados; los sobrevivientes a la masacre de Bojayá; los que se salvaron del genocidio de la UP; los que llevan años reconstruyendo los Montes de María tras la estela de terror que dejó Martín Caballero de las Farc primero y luego los paramilitares; las víctimas de las minas antipersonales.

Tanto el Presidente como Timochenko no ahorraron palabras para comprometerse con las víctimas del conflicto -las del pasado, las del presente y las que dejarán de existir en el futuro- de que su dolor será reconocido y en la medida de lo posible reparado, y que lo que pasó no se repetirá.

Fue, en muchos sentidos, un ritual de cierre. También fue una nueva puerta que se abrió. La pregunta de si el país se decidiría a cruzarla permeaba en todo caso el ambiente después de culminada la ceremonia.

La emoción ausente

Colombia no había vivido la firma de un Acuerdo de Paz en décadas, y una de las dimensiones de la de hoy, con firma del Presidente e invitados internacionales, desde los tres tratados que dieron fin a la Guerra de los Mil Días, en 1902. Por eso, y porque a menos de una semana de la votación podía definir la suerte del Sí en el plebiscito del domingo, las expectativas de lo que ocurriera hoy eran altas.

A pesar de eso, por fuera de la esplanada de Cartagena y de la transmisión de televisión, la firma no parece haber tenido mayor impacto, aparte de algunos eventos puntuales, organizadas por políticos o movimientos sociales.

La Silla estuvo cubriendo la firma en vivo en Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Cali, Bucaramanga, Barrancabermeja, Corinto (Cauca) y Tibú (Norte de Santander). Y salvo en la Plaza de Bolívar, en Bogotá, que se llenó con gente de todos los partidos, comparsas de artistas, funcionarios, ciudadanos espontáneos, encontramos poca emoción en las calles o los barrios de estas ciudades.

El caso más extremo fue Barranquilla, donde no hubo nada, ni siquiera eventos del No, pero en ese caso afectó la cercanía con Cartagena. Como contamos, unos 330 funcionarios de la Gobernación, encabezados por el liberal Eduardo Verano De la Rosa, se congregaron cerca de la Catedral antes del mediodía, para irse a Cartagena.

No hubo eventos espontáneos en Cali, donde solo hubo una reunión grande frente a la Gobernación, con logística de funcionarios del Instituto Departamental de Deportes, Indervalle; en Bucaramanga, lo principal fue una marcha de estudiantes de la Universidad Industrial de Santander, organizaciones políticas, sociales y sindicales desde el campus hasta la plaza Luis Carlos Galán en el centro; en Corinto, en pleno Cauca, no hubo ninguna manifestación y las charlas giraban alrededor de choques entre los campesinos y el Esmad; en Barrancabermeja, la marcha estaba impulsada por grupos movilizados como la USO, Marcha Patriótica o Juventud Rebelde.

En cambio, en las tiendas de Barranquilla, en los centros comerciales o en la plaza de Corinto, el evento pasó desapercibido.

Incluso en el club El Nogal, que hace 13 años sufrió un atentado de las Farc que dejó 36 muertos y unos 200 heridos, la emoción fue mínima. Inicialmente no había nadie pendiente y aunque después llegaron más personas, la gran mayoría siguió su día como si no estuviera pasando nada.

Lo mismo se notó en los eventos del No: en Bogotá, a su oración fueron menos de 100 personas, y en Cartagena el discurso del ex presidente Uribe después de la firma no tuvo más de 150 asistentes.

La conclusión de esta jornada histórica, por fuera de la Esplanada, es que si bien ha logrado mantener el control del discurso del lado de los del Sí, no parece haber logrado mover a mucha gente diferente a los ya movilizados.

Esa falta de emoción afecta más a la campaña del Sí que a la del No, porque la primera tiene que alcanzar un umbral y la segunda no, y porque la idea de hacer ese evento histórico y simbólico era principalmente crear un empujón para el Sí.

Pero, a pesar de que Timochenko finalmente pidió perdón, de que Santos lloró, de que las víctimas estuvieron en el corazón de la ceremonia y de que vinieron grandes legitimadores internacionales del Acuerdo, en las calles se sintió como un día no muy diferente de los otros. No como el día en que se firmó acabar el conflicto armado más letal de los últimos 50 años.

 
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La Silla
juaneslewin

¿Qué opinan de la firma del Acuerdo Final?

Ayer, después de seis años de negociaciones, Santos y Timochenko firmaron el Acuerdo Final. ¿Qué opinan de la firma? ¿Qué se juega esta semana?

"La firma del acuerdo es el principio del fin de un país con más de 50 años en guerra. A partir de este momento, con una..."
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Pastora Mira

Pastora Mira

27 de Septiembre de 2016
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"1. Prematuro, soberbio y triunfalista. Lo que genera un sentimiento de NO necesidad del plebiscito ¿por qué? ¿para qué? Ese..."
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Rodrigo Pombo

Rodrigo Pombo

27 de Septiembre de 2016
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Publicar en: 
Silla Caribe
Silla Santandereana

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