Desde finales de junio, cuando supieron que en sus tierras quedaría un campamento para que las Farc dejaran las armas, la esperanza de ponerle fin a la violencia que han padecido los 185 habitantes de la vereda Gallo, en Tierralta (Córdoba), sigue intacta después de lo que ellos mismos consideran “el trago amargo” del No en el plebiscito.
Ese día todos los que salieron a votar lo hicieron por el Sí a la refrendación de los acuerdos con esa guerrilla y el resultado fue un sinsabor para los campesinos que habitan este rincón el Alto Sinú, en las estribaciones del Nudo de Paramillo. Pero también para los más o menos 200 guerrilleros del frente 58, que desde hace más de un mes estaban preconcentrados a un par de kilómetros del poblado en un punto de obligado tránsito para los campesinos de la zona cuando salen a ver sus cultivos o cuando pasan a una vereda vecina.
Dos días después del triunfo del No, ellos se replegaron a un punto que dista por lo menos unas cuatro horas montañas adentro. No se han dispersado por el monte, pero ya están más lejos esperando “instrucciones”, como nos dijo un campesino que pasó por la zona en la que se encuentran ahora y se los oyó decir.
“Ahora están como a tres horas de Gallo en un punto que uno llama Bocas del Manzo. Ahí ellos están todavía agrupados y esperando que se defina pronto lo que va a pasar”, agregó un líder de Asodecas, una agremiación de campesinos de la zona.
A los guerrilleros se les unió en las últimas horas su comandante Joverman Sánchez Arroyave conocido como ‘Rubén, el Manteco’, quien llegó a la zona custodiado por una misión humanitaria del Comité Internacional de la Cruz Roja, que La Silla Caribe vio. Él y nueve guerrilleros más, entre los que estaban tres mujeres, regresaban de la X Conferencia que se desarrolló en los llanos del Yarí. Con su llegada “entonces se podrá adelantar más los preparativos para lo del campamento”, como nos dijo Ángel Torres, el presidente de la Junta de Acción Comunal de Gallo cuando le contamos que había regresado.
Aunque ya El Manteco se había visto de frente con el Ejército el pasado 9 de agosto en una visita de reconocimiento junto al alcalde Fabio Otero, quien por primera vez desde su posesión llegó a la vereda, el sábado se vivió una tensa calma cuando el jefe guerrillero llegó a la zona conocida como puerto Frasquillo, en donde hacen guardia los soldados.
“La gente que estaba en el puerto se asustó cuando se dio cuenta de que era él (El Manteco), porque por más que sea ellos (los soldados) han pasado un buen tiempo buscándolo y ahora tenerlo ahí cerquita, y sin hacerle nada porque ya estamos en el tratado de paz”, opinó un lanchero que estaba en el lugar cuando llegaron los guerrilleros para viajar por la represa de Urrá hacia Gallo.
Aún sin punto exacto
Gallo es una vereda del corregimiento de Crucito enclavada en el pie de Paramillo. Para llegar allá hay que viajar primero a la capital Montería, luego trasladarse casi dos horas por una carretera en regular estado hasta el casco urbano de Tierralta. De ahí transitar otros 45 minutos de vía hasta el puerto de Frasquillo. Y de ahí tomar una chalupa o johnson por poco más de una hora sobre la represa de Urrá.
El pobladito no tiene luz y la educación de primero a noveno de bachillerato la imparten dos docentes en dos aulas y un rancho sin batería sanitaria. Las casas son de tabla, cocinan en leña y no cuentan con servicios de salud. Cuando alguien se enferma depende de una chalupa comunal que lo lleve a Frasquillo para que el farmaceuta le recete algo que lo alivie mientras llega a Tierralta.
La gente de esta zona cultiva productos de pancoger para la alimentación diaria, pero el principal sustento de la mayoría de familias es el cultivo de coca que tienen en la zona de Paramillo, como ellos mismos lo reconocen.
Ese era precisamente uno de los atractivos para las Farc y lo es para las bandas criminales, que también hacen presencia en el Paramillo y en el casco urbano de Tierralta, como lo contó La Silla Caribe.
En la zona encontramos que, pese a que el plebiscito fue hace más de ocho días y que si ganaba el Sí al día siguiente debían empezar las movilizaciones guerrilleras a los puntos de concentración, en Gallo poco se había avanzado en la logística de la implementación del campamento.
De hecho, a la fecha no es claro dónde será el punto de concentración exacto si finalmente el Acuerdo se logra implementar, porque el dueño de la finca en la que la guerrilla, miembros de la ONU y el Gobierno habían acordado que quedaría no llegó a acuerdos con la delegación estatal para fijar el precio de arrendamiento de sus predios durante los 180 días que duraría el campamento. Así nos lo contaron tres líderes y un familiar cercano al dueño del predio.
Ante esto, los pobladores de la zona, liderados por Ángel Torres, el presidente de la Junta de Acción Comunal, están a la espera de una pronta reunión con delegados de las Farc y del Gobierno, para ofrecerles un terreno que es área comunal y en el que no tendrían inconveniente en ubicar el campamento.
Pese a que no es cercano a donde habita la población, sí estaría en inmediaciones a la zona donde los campesinos cultivan la coca, algo que no es permitido cerca de los lugares de concentración guerrillera.
En cualquier caso, a la luz del traspiés que han tenido los acuerdos, ya esa definición no es urgente.
La zona que, aunque enmontada, sí está definida y hasta delimitada es la del sitio en donde -si los acuerdos finalmente se implementan- funcionarán las oficinas de la Comisión Tripartita (Gobierno, países garantes y Farc) y donde se ubicarán unos 32 policías, en una especie de subestación para atender a la comunidad y garantizarles tranquilidad.
“Los agentes quedaron listos en puerto Frasquillo esperando la orden para llegar a la zona, pero con esto (la victoria del No y la renegociación) estamos a la espera de instrucciones”, explicó el capitán Elkin Cepeda, comandante de la Policía de Tierralta.
La vida después del No
La noche del domingo que el No ganó varias de las 185 personas de Gallo durmieron con el credo en la boca, porque sentían que la tranquilidad que estaban viviendo desde que se declaró el cese del fuego bilateral hace unos meses se iba a convertir desde esa misma noche en guerra.
Pensaban que iban a escuchar a medianoche las lanchas rápidas del Ejército, que desde que se empezó a hablar de la zona de concentración en ese punto no hacen patrullaje en Gallo y que habría enfrentamientos con los guerrilleros que estaban preconcentrados cerca del poblado.
Wilmer Martínez, un campesino de Tierralta que hace más de dos décadas vive en Gallo, cuenta que la tarde del día de la votación se la pasó como cuando hay un un partido de fútbol en el que el Júnior, su equipo, clasificaba a un campeonato: no se despegó el radio de la oreja esperando el resultado. El No, que terminó sorprendiendo hasta a quienes lo promovieron, lo asustó.
“Desde que dijeron que ya era el No que había ganado dije 'ya esto se fregó otra vez y ahora esta gente (la guerrilla) va a volver a pedir vacuna y a molestar cuando el Ejército esté cerca', pero estamos esperando porque parece que van a buscarle una salida rápida al tema”, dijo tratando de explicar su temor.
“Cuando mi hijo vio que era el No el que había quedado agachó la cabeza y se puso las manos en la cara”, cuenta Rosiris Pérez, una mujer de 65 años que huyó de estas tierras por temor a que sus hijos fueran reclutados a las filas de las Farc y que hace cinco años volvió para quedarse.
La sorpresa fue igual o mayor para los guerrilleros porque, como nos contó un líder de la zona que habló con varios de ellos cuando estaban en preconcentración cerca de la vereda (ya de civiles y sin armas), ellos se sentían seguros de que los colombianos le darían un Sí en las urnas a lo pactado. Muestra de esa seguridad es la preconcentración que, en Gallo, era apenas a un par de kilómetros y en carpas pequeñas.
El anhelo del Sí, sin embargo, no les ha podido quitar a los moradores de Gallo algunos temores que tienen frente al sitio de concentración.
Los temores que persisten
Como lo contó La Silla Caribe, en en el casco urbano de Tierralta las bacrim se mueven como pez en el agua y en las zonas rurales lo hacen las Farc. Esos dos grupos han creado una especie de alianza para narcotraficar en el Nudo de Paramillo.
Al poder de las bacrim y a que luego de los seis meses que durará el campamento en su tierra los miembros de esos grupos puedan llegar a atacarlos por haber servido de escenario para que la guerrilla, el Ejército y la Policía implementen la zona de concentración para el desarme de las Farc, es a lo que más le temen en Gallo.
“Lo primero que van a querer después de eso es que les sirvamos a ellos (a las bacrim) porque van a decir que ya le servimos a la guerrilla y a la Fuerza Pública”, dijo un campesino.
Ese miedo lo potencializa el hecho de que toda la vida los cocaleros de Gallo han vendido sus cultivos a emisarios de la guerrilla y, si los acuerdos se implementan, dejarán de hacerlo.
Además, muchos temen que el Gobierno implemente la erradicación total de los cultivos de coca y no una sustitución paulatina, que es lo que ellos están dispuestos a adelantar, para ir empezando a cambiar el producto ilícito por granjas productivas o cultivos de plátano y cacao, pero con garantías de comercialización.
“Nosotros vivimos es de eso (la siembra de coca) y por eso no estamos dispuestos a que vengan a hacer una erradicación total. Lo que queremos es ir viendo cómo cumple el Estado con unos nuevos cultivos, porque después nos quitan la coca y nos quedamos viendo un chispero”, precisó un líder campesino que vive en Gallo y se va cada 15 días a raspar coca monte adentro.
Ese negocio es rentable porque mientras de una hectárea de maíz les quedan apenas dos millones de pesos, de una de coca pueden llegar a sacar hasta cinco millones de pesos y no tienen que sacarla del monte porque allá mismo se las compran.
Sobre ese tema lo que les han dicho a los campesinos de parte del Gobierno, a manera de pedagogía, es que se garantizará la efectividad del proceso de sustitución. Y los guerrilleros les aseguran que velarán el cumplimiento de ese punto.
Estos temores, no obstante, hoy parecen lejanos para los galleros frente a la incertidumbre que les dejó el plebiscito en el que habían puesto la esperanza de por fin sentirse parte de esa Colombia que los ha tenido históricamente olvidados.
