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El nuevo 'chip' mental que exige el Acuerdo refrendado

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Refrendado con 205 votos a favor y ninguno en contra (los uribistas y conservadores que se oponían al Acuerdo abandonaron el recinto), el Acuerdo de Paz con las Farc es finalmente una realidad. Después de seis años de negociaciones, de un mes intenso de renegociación y de más de 20 horas de discusión en el Congreso alrededor de la refrendación, es oficial: las Farc desaparecerán como grupo armado y transitarán a la política legal como un partido político.

De esta manera, se pone fin o se minimiza el sufrimiento de miles de colombianos en el campo que han padecido la guerra y la arbitrariedad de los armados durante cuatro décadas.

Hoy comienza un proceso de transición no solo para las Farc, sino para todos los colombianos, y los retos que se vienen son complejos.  

Está el práctico e inmenso que señaló anoche en Hora 20 la senadora Claudia López de “construir Estado, mercado y ciudadanía” en la Colombia que ha estado inmersa en el conflicto. Pero quizás el desafío más grande sea cambiar el ‘chip mental’.

Estas son cinco de las reprogramaciones neuronales que tendremos que enfrentar los colombianos en los próximos años si queremos que este acuerdo conduzca a la reconciliación:

1

Pasar de vernos como enemigos a adversarios políticos (en el peor escenario)

Uno de los cambios mentales más difíciles tanto para las Farc como para el resto de colombianos será pasar de ver al otro como enemigo a verlo como adversario político, como lo explicó el Comisionado de Paz Sergio Jaramillo en su intervención ante la Corte Constitucional cuando defendió el Marco Jurídico para la Paz: “Esa transformación de un conflicto entre enemigos a una relación de adversarios políticos implica que si jugamos el juego de la democracia, nos toleramos por muchas que sean nuestras diferencias”.

Esto no será fácil. Para los guerrilleros, porque de alguna manera han justificado años de matar y arriesgarse a morir con la idea de combatir un enemigo: un Establecimiento político y económico con el que ahora tendrán no solo que convivir sino que en ocasiones de colaborar con él.

Para el Establecimiento, porque lleva décadas justificando políticas y decisiones públicas y privadas sobre la base de protegerse de o reprimir a los guerrilleros a quienes ahora tendrá que financiar su reincorporación a la vida política sin que hayan renunciado a sus ideales, ni a su discurso radical.  Y que entrará a competir de frente por el poder que el Establecimiento ostenta hoy.

Para el resto de colombianos, porque lo único que han visto en televisión, leído en la prensa y oído en radio sobre las Farc son las atrocidades que han cometido y ahora los tendrán de vecinos, de novias de sus hijos, de políticos echando discursos, de maestros en la escuela.

 
2

Aceptar que uno sea criticado por sus privilegios

Colombia está entre los países más desiguales del mundo, de acuerdo con el último informe de Desarrollo Humano del Pnud. Y aunque la pobreza ha bajado drásticamente en los últimos años, el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, sigue siendo muy alto, de 0,522, mientras que el de Suecia, el menos desigual, es de 0,22 (Entre más cerca esté de 1, más desigual es la nación).

En un informe de la Cepal, publicado en marzo de este año, en Colombia aparece que el 1 por ciento más rico captura el 20,5 por ciento del ingreso total del país, la cifra más alta en toda la región.

Bajo cualquier indicador, Colombia es un país altamente desigual y sin embargo, la desigualdad no es un tema recurrente en la agenda nacional, pocos lo identifican como un problema central, los medios no lo tratamos.

Eso, con el fin del conflicto armado con las Farc, tenderá a cambiar. Por dos razones: por un lado, porque sin el peso de la guerra, emergen los conflictos sociales. Y por el otro, porque el partido de las Farc lo va a poner de primeras en su agenda política.

El Establecimiento requerirá de un cambio mental grande para aceptar que se hable de este tema porque inevitablemente lleva una crítica dura en su contra y en contra de sus (nuestros) privilegios.

 
3

Aceptar que el Estado se construya desde abajo y no desde el centro

La base de la “paz territorial” de la que ha hablado desde el primer día Sergio Jaramillo, y que es la que atraviesa el acuerdo con las Farc parte del supuesto de que el Estado y la democracia se debe construir de “abajo hacia arriba” y no al revés.

“El Estado colombiano ha intentado todo tipo de programas para llevar desarrollo a las regiones apartadas. Sin negar sus logros, creo que el modelo centralista, en el que unos funcionarios aterrizan como unos marcianos entre las comunidades para “traer el Estado”, se quedó sin aire”, ha dicho Jaramillo. “He hecho parte de esos esfuerzos y conozco sus méritos y limitaciones. Y estoy convencido de que así el Estado nunca va a “llegar” a ninguna parte de manera sostenida y con suficiente intensidad”

La idea que impregna el Acuerdo es que la institucionalidad se construye a partir de “un diálogo” en los territorios donde se ha vivido la guerra para que entre las comunidades y los funcionarios se identifiquen unos propósitos comunes, unas estrategias para lograrlos y unas reglas básicas de convivencia.

Eso, que suena ideal, implica un cambio de modelo mental no solo en la forma de actuar de los políticos y funcionarios nacionales que suelen llegar a las regiones con sus “soluciones” diseñadas en Bogotá sino también de las empresas que operan en estas zonas y de los mismos ciudadanos que han estado acostumbrados a un modelo asistencialista y que ahora se exige de ellos que formen parte activa de las decisiones. 

 
4

Aceptar que la inversión será priorizada en las zonas del posconflicto

Aunque los cálculos sobre cuánto costará la implementación del Acuerdo de Paz difieren considerablemente dependiendo de quién los haya hecho, todos coinciden en que habrá una priorización de la inversión en la Colombia rural que ha padecido el conflicto.

Como los recursos públicos son limitados, eso quiere decir que los colombianos –que somos urbanos en más del 70 por ciento- tendremos que aceptar que durante los próximos diez años el grueso de la inversión pública no nos beneficiará directamente sino que se irá a tratar de desarrollar a la Colombia rural.

 
5

Aceptar que no somos lo que creemos ser

Las Farc se ven a sí mismas como el Ejército del pueblo y aún hoy, después de que ganó el No en las urnas, ellas se niegan –como quedó claro el lunes en el debate en hora 20 con Iván Márquez, Jesús Santrich y Pablo Catatumbo- a aceptar que la mayoría de los que rechazaron el Acuerdo lo hicieron porque los odian y porque les parece indignante que después de los crímenes que cometieron no paguen un día de cárcel y tengan privilegios como un sueldo mensual.

El Establecimiento se ve a sí mismo como la élite de una democracia, con ciertas imperfecciones pero legítima al fin y al cabo.

Ambas ideas sobre sí mismos seguramente cambiarán a medida que comiencen los testimonios en la Comisión de la Verdad y en el Tribunal de Paz. Y en la medida en que historias que han estado enterradas comiencen a salir.

Las personas que aún desconocen o se niegan a reconocer que en Colombia ha habido más desapariciones que durante las dictaduras de Argentina y Chile, después de oírlo de viva voz de familiares de las víctimas y que algunos agentes del Estado acepten que ellos desaparecieron tendrán que aceptar que las instituciones que promovieron no eran tan heróicas como pensaban. O que fueron más cómplices de lo que creían.

Después de que los guerrilleros de las Farc se tengan que enfrentar a un careo con sus víctimas en el tribunal de paz y de que muchas de ellas cuenten en la Comisión de la Verdad lo que significó haber sido secuestradas o haber sido obligados a entregar a un hijo para la revolución, aparecerán fisuras en su idea de liberadores del pueblo y tendrán que aceptar con humildad el dolor que infligieron.

Quizás cuando llegue ese día, en que unos y otros aceptemos que no fuimos lo que hoy creemos que somos, ese día comience el camino para la reconciliación.

 
La Silla
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