El fin de año agarró a Pastor Alape, miembro del Secretariado de las Farc, con malaria. Lo atendieron en un hospital de Bogotá y allá le contó a los médicos que en su vida en el monte le había dado por lo menos veinte veces, así que ya se conocía de memoria los síntomas.
El cuento sería anecdótico, si no fuera porque además de él, hay muchos otros guerrilleros que están hoy en las zonas de concentración o preconcentrados, con esa enfermedad. Incluso hasta se atrasó el montaje de un campamento en Gallo, la vereda elegida en Tierra Alta, Córdoba, porque 17 guerrilleros tenían malaria en el punto de preagrupamiento y si no se la trataban, podían llevarla a la zona veredal.
El ministro de Salud, Alejandro Gaviria, le dijo a La Silla que este tema de la malaria lo tenía muy preocupado.
El riesgo
La malaria es una enfermedad que se da cuando un mosquito conocido como ‘anopheles’ (que tiene que estar infectado) pica a una persona, transmitiéndole un parásito que viaja desde la sangre, infectando los glóbulos rojos, hasta el hígado.
Si no se trata a tiempo puede desencadenar en hepatitis y hasta afectar el cerebro, lo que ya sería malaria cerebral. Es una enfermedad que puede causar la muerte. De hecho, se llevó a 39 personas el año pasado, según datos del ministerio de Salud.
Como esos parásitos se multiplican dentro de los glóbulos rojos, los primeros síntomas se dan por lo general de 10 días a cuatro semanas después de la infección. Incluso, dependiendo del parásito, hay casos en los que los síntomas aparecen hasta un año después de la picadura.
En Colombia la malaria es considerada un problema de salud pública.
Según datos del ministerio de Salud, solo en 2016 se enfermaron más de 83 mil personas en el país, de las cuales la mitad son de Chocó. El resto fueron casos sobre todo en Nariño, Antioquia y Córdoba.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Salud, como el 85 por ciento del campo colombiano está por debajo de los 1600 metros sobre el nivel del mar y el mosco es resistente a varios climas, aproximadamente 25 millones de personas en el país están en riesgo de enfermarse o morir por malaria. Eso es la mitad de la población del país.
En las veredas de las 20 zonas y siete campamentos (sacaron a Cartagena del Chairá en Caquetá y Caño Indio, en el Catatumbo, sigue en veremos), 22, es decir casi el 90 por ciento, están por debajo de esa altura.
Por eso, aunque en este momento, como dijo el general Javier Flórez en una rueda de prensa a principios de la semana pasada, los miembros de la guerrilla están en 51 puntos de preagrupamiento que “no están a más de diez kilómetros de las zonas”, si los guerrilleros tienen el parásito, moverse a los puntos de concentración sería trasladar la enfermedad. Y esa migración puede ser muy peligrosa.
“Lo que más preocupa con esos movimientos es que se lleve el parásito, ya expuesto a medicamentos, a zonas donde el mosquito puede picarlos y entonces se vuelve resistente al remedio. Eso es lo que nosotros llamamos parásito resistente”, dijo a La Silla Luisa Rubiano, experta en enfermedades tropicales del Centro Internacional de Entrenamiento e Investigaciones Médicas, Cideim, de Cali.
"A nosotros nos da a cada rato. Por ahora aquí en mi zona no hay nadie enfermo de eso y si nos llegara a dar nosotros tenemos nuestros médicos que nos la tratan. Primero nos dan un medicamento y luego otro para tratar los residuos que quedan en el hígado. Si con eso no pasa, se saca a la gente al hospital", dijo a La Silla una guerrillera que está en la vereda La Elvira, en Buenos Aires, Cauca.
Al movimiento de los guerrilleros, se suman dos preocupaciones más: la variabilidad climática y la minería.
Como le explicaba a La Silla Omar Franco, director del Instituto de Hidrología, Metereología y Estudios Ambientales, Ideam: “vamos a tener una niña débil de aquí a febrero. Eso quiere decir que lo más probable es que tengamos un enero seco, lluvias en febrero y en marzo más lluvias. Eso es lo que técnicamente se conoce como variabilidad climática”.
Esos cambios de clima, agregó Franco, que van desde exceso de lluvias hasta sequía, pueden traer picos epidemiológicos. Por eso dice que el Gobierno tiene que garantizar que en las zonas haya agua potable, y que la que guarden esté en buenas condiciones. Lo mismo con las aguas hervidas cuando cocinen o la que usen para lavar las frutas y verduras. “Si el agua no se cuida como toca, se vuelven nichos perfectos para esos mosquitos” agrega Franco.
Fuera de eso, también está el lío de la minería, legal o ilegal.
En cualquier caso, la minería es una actividad que altera los ecosistemas porque implica perforar montañas o cavar huecos profundos y sobre todo estos últimos, si llueve, se pueden llenar de agua, convirtiéndose en charcos inmensos que con el paso de los días se vuelven criaderos del mosquito.
Eso ya pasó, por ejemplo, el año pasado en el municipio de Lloró, Chocó, el lugar donde más llueve en todo Colombia y que encima de todo, tiene minería ilegal de oro.
En un estudio publicado en la revista científica brasilera ‘Memorias do Instituto Oswaldo Cruz’ sobre la relación entre la malaria y la minería, el investigador colombiano Sócrates Herrera y su equipo concluyen que en Colombia hay una gran diversidad del mosquito ‘anopheles’ y que eso “unido a las migraciones asociadas con el trabajo de la minería, favorece la circulación de malaria”.
Concretamente, prueban como por cada 100 kilogramos de oro en la producción nacional, el índice anual del parásito que causa la malaria aumenta en 54 casos por mil habitantes.
Lo grave es que, como lo mostramos, en 11 de los municipios donde hay zonas de concentración hay minería ilegal.
¿Qué tiene pensado el Gobierno?
En el Gobierno dicen estar alerta de que puede haber muchos guerrilleros, aunque no saben cuántos, que pueden tener malaria, pero también otras enfermedades como la leishmaniasis, como lo contamos.
“Tenemos todavía información muy fragmentada. Sabemos que sí hay casos de guerrilleros con malaria pero todavía no tenemos los listados definitivos de cuántos son y eso es clave para comenzar a hacer diagnósticos médicos”, dijo a La Silla el gerente de las zonas veredales, Carlos Córdoba.
Según él, la idea es que a más tardar a finales de enero todos los guerrilleros que hoy están preconcentrados lleguen a las zonas y que cuando estén instalados, arranquen a hacer todo el diagnóstico de enfermedades.
El listado preliminar que tienen es de 5450 personas entre hombres, mujeres y niños.
“No tenemos ahora mismo cómo hacer un control detallado de salud”, nos dijo.
Agregó también que la idea es que todas las zonas de concentración tengan un puesto de salud, con mínimo un médico y un equipo de enfermeras, una ambulancia que pueda atender casos graves y llevar a los pacientes al hospital más cercano y que se fumigue donde hay riesgo de que estén ese y otros mosquitos.
De hecho, La Silla supo que en el consejo de ministros del martes de la semana pasada se habló del peligro de la malaria en las zonas y el ministro Gaviria dijo que donde vean que hay mayores riesgos, toca llevar desde ya brigadas de salud que arranquen a hacer diagnósticos y a medicar.
De acuerdo con datos oficiales del ministerio de Salud, por ahora, la única zona en donde ya hay casos de malaria es la de Tierralta, en Córdoba. Pero en otros cuatro municipios donde hay zonas (Dabeiba en Antioquia, Riosucio y Vigía del Fuerte en Chocó y Tumaco en Nariño) el ministerio registró brotes de malaria en 2016.
Un riesgo adicional es que, según Córdoba, el gerente de las zonas, hay muchas guerrilleras embarazadas en los campamentos.
El problema para ellas es que, como nos contaba Rubiano, la experta del Cideim: “hacen una malaria sin síntomas porque la mayoría de la sangre se va para alimentar al feto y puede ni llegar al hígado, que es cuando por lo general, se detecta. Eso puede causarle daños al bebé.”
Con los niños también hay riesgo. Según el INS, el 90 por ciento de las personas que mueren por malaria en el país son niños.
Por eso, hacer pruebas rápidas de sangre desde ya, puede ahorrarle un problema gigantesco no solo al ministerio de Salud, sino también al país, para que la malaria no se vuelva, como la leishmaniasis, otra enfermedad del posconflicto.
