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Vote por “Peñaloser”

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En la película El candidato, de 1970, un avezado asesor de campaña del Partido Demócrata en Estados Unidos busca a una persona capaz de derrotar, y quitarle la curul, a un astuto y veterano candidato del Partido Republicano enquistado en la silla del Senado por décadas. El asesor contacta a Bill Mc Kay (Robert Redford), un apuesto y carismático líder, hijo de un viejo zorro de la política. El activista es un “hijo impródigo”, no ha seguido la senda del padre y se dedica a causas menores pero concretas de índole social. Mc Kay dirige una precaria oficina oenegera que a cuentagotas logra triunfos modestos.

Al activista lo tienta la contingencia del poder: el poder para poder hacer, formar parte del legislativo, del aparato estatal, y estar en capacidad de reformar las mismas regulaciones perversas e inocuas contra las que batalla día a día. Mc Kay, dudoso, quiere asegurarse de que en la campaña podrá decir todo lo que piensa, hacer lo que quiera e ir donde le plazca. El asesor le dice a todo que sí y le entrega un cartón de fósforos donde acaba de garrapatear la garantía: “Tú pierdes”, dice la cláusula. “¿Yo pierdo?”, dice el activista. “Así es”, dice el asesor, “¿Qué te preocupa? Eres libre. No tienes posibilidad. Así que di lo que quieras. Esto es solo entre tú y el público. La cosa es si de verdad vas a poner tu culo en juego”. “No”, dice el activista, “La cosa está en si todo esto vale la pena.”

El personaje pasa de activista a candidato, es un antipolítico que pregona contra la politiquería y, sin grandes aspavientos, logra la postulación por su partido. Pero cuando comienza la campaña por el escaño del senado, bajo la presión de las encuestas y la proyección de la estadística, el enfoque de la empresa democrática cambia y pasa de la política a la real politik. Un analista da su veredicto:

“Un comercial es un modo de vender un producto. La búsqueda de nuestros votos por un candidato debe ser algo más elevado con una implicación moral en lo que somos y sobre lo qué queremos llegar a ser. Pero los candidatos en este país se venden como si fueran un desodorante en comerciales suficientemente largos como para vender un lema rebajan al candidato y al votante. Pero en la campaña senatorial de California, Mc Kay fue diferente. Él rechazó la maquinaria política que dio posición y fama a su padre con una campaña refrescante, franca y directa. Pero ahora, a un mes de las elecciones, Mc Kay ha cambiado visiblemente. Aquellas declaraciones suyas se han desvanecido. Políticas específicas, se disuelven en generalidades viejas. El comercial típico se ha vuelto su modo de persuasión. Se pide a los votantes que escojan a Mc Kay como a un detergente. Un modo de venta exitoso sin que implique consideración moral alguna. Una vez más, la virtud parece ser demasiada carga en una larga campaña.”

Al final, el candidato Mc Kay, luego de varios instantes de epifanía y conexión con su electorado, de tropiezos y delirios, de concesiones que incluyen una última manguala con un taimado líder sindical para asegurarse su gruesa cuota de votantes, encuentra de nuevo, en una noche de desvelo, el mensaje ominoso en el cartón de fósforos: “Tú pierdes”.

Contra todo pronóstico, McKay, “The better way”, derrota a su viejo contendor. Todo es alegría en el hotel que ha servido de sede campaña, hay euforia, el padre de Mckay se acerca a su hijo. McKay jóven está algo circunspecto, entre perplejo y concentrado. McKay viejo le suma una desazón más a su heredero. “Hijo”, le dice, “Eres un político”, y estalla en una risa victoriosa al ver a su delfín cautivo en la pecera de la política.

La barahúnda del equipo de campaña, los cargaladrillos, la prensa y una que otra groupie, llevan a Mc Kay a celebrar la misa del triunfo. “¿Qué hacemos ahora?”, pregunta Mc Kay a su asesor, en su cara hay tanto de ironía como de vulnerabilidad, de serenidad como de aplacamiento, y lo pregunta otra vez, ahora casi mudo, mientras es secuestrado de nuevo por sus votantes. La maquinaria de la victoria se ha puesto en marcha.

Tras la del congreso, la campaña a la presidencia en Colombia, ha sido tan sucia y banal como la de la película, con la dosis habitual de real politik. Dos de los candidatos que supuestamente puntean en los sondeos, Santos y Zuluaga, se putean día a día y se sacan los trapos al sol.

Santos y Zuluaga, antes amigables colaboradores, junto a sus asesores y sus mandamases, lavaban entre todos la ropa sucia en el mismo fregadero del sótano presidencial de la Casa de Nariño. Hoy, como contendores, le cosen a cuanta prenda sucia una marquilla partidista y se la cuelgan al otro en redes sociales, entrevistas, medios amigos y enemigos. Tal vez todo esto no sea extraño sino una muestra familiar de hipocresía entre orangutanes que se turnan el mismo traje de sacoleva, un uniforme de político que permanece tan percudido como el origen mismo de su suciedad: la corrupción. Tan corruptos son estos hombres que para conseguir la paz o la guerra recurren a más corrupción, como si la corrupción no fuera la causa de la guerra o como si no supieran que la única guerra que hay que librar es contra la corrupción (de los políticos, funcionarios, jueces, banqueros, periodistas, militares, guerrilleros y un largo etcétera). La paz y/o la guerra como fin justifican los medios, ponen en línea a los medios y ocultan toda medianía.

De los cinco candidatos en la actual contienda presidencial, y restando a los simiescos Santos y Zuluaga, quedan las candidatas Ramírez y López. Sobre la primera, en el espectro político, es poco lo que la diferencia de los dos primeros, y sobre la segunda, pertenece a un partido político ninguneado, maltratado por la desinformación, al que poco se le reconocen sus logros, pero jodido por el canibalismo interno, afectado de un resentimiento que camufla mucha de su ineptitud y con una falla protuberante: la de haber soportado entre sus huestes a un carrusel de corruptos.

Así las cosas, por sustracción de materia, el “McKay” de nuestra película es Enrique Peñalosa, “Peñaloser”, el perdedor. Un mal candidato en términos de comunicación, que a veces dice cosas sensatas, lejos de los totalitarismos y hasta paradójicas por eso mismo, pero que no logra despertar lo único que un elector promedio considera veraz: la emoción.

Peñalosa es torpe para manejar el naipe del tahúr que demanda todo proceso electoral y en su campaña pasada, cuando quiso repetir como alcalde, y lo tenía todo para ganar, perdió por ventajoso. El cándido candidato quiso cortar un viento adverso de opinión y de banderizo encontró en la persona equivocada el populismo que le faltaba, tan equivocado estuvo que se le daño la elección.

Para usar el pedazo de papel que regala gratis la registraduría en cada contienda electoral, lo primero que hay que hacer es liberarse de la idea de libertad. El sistema político le impone a los candidatos una condición para que puedan ganar: el “Tú pierdes”. Bajo estas condiciones leoninas, la única opción para triunfar como votantes es tener la libertad de votar por un perdedor y la campaña que en estas elecciones ha hecho más votos para perder es la de Peñalosa.

Con “Peñaloser”, usted gana. Por tragedia y por comedia vote por Peñalosa. Solo esperemos que no triunfe…

* * * *

Banda sonora para la noche del domingo 25 de mayo:


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