No deben ser pocos los colombianos que se preguntan acerca de la utilidad del voto. Pero la inútil y torturadora conciencia hace bien su trabajo que algunos terminamos votando, y por aquellos que creemos son los menos malos de la contienda. Hoy la situación no es muy distinta. Pero contrariamente a lo que acontece todo el tiempo, nuestro voto es muy importante: los dos candidatos presidenciales se encuentran en un muy cerrado empate. Así que entonces nuestro voto, el de cada uno, es definitivo. Decisorio.
¿Habrá acaso esta vez algo, una real diferencia entre los señores Santos y Zuluaga, que nos haga inclinarnos tranquilamente hacia uno u otro? Parece que no. Pertenecen ambos a esa clase política que nada ha hecho por este país, que se apoya en todo tipo de argucias, componendas y alianzas para continuar en el poder. Que se renueva automáticamente. Que se reparte los cargos público, que feria las finazas públicas para obtener adeptos, que asigna embajadas para el pago de favores, que manosea La Justicia, que manipula (?) sus propios medios de comunicación, que trabajan los unos para los otros, etc.., y que ahora, de nuevo, se nos presenta con cadidatos como opuestos radicales, esgrimiendo cada uno y a su manera los estandartes del bien y del mal, de la guerra o la paz. Se nos presentan como adversarios cuando en esencia, ya lo sabemos, no lo son. Y por eso, ninguno de los vergonzosos debates que en que les ha dado la gana participar permiten concluir que se avizora un cambio en la política económica de este país, de tal suerte que la riqueza seguirá acumulándose en pocas manos, como año tras año tras año tras año[1]...
Sin embargo algo tienen de particular las elecciones presidenciales del próximo 16 de junio: uno de los candidatos ofrece, quizá sin él mismo proponérselo, una variación sobre el tema: el asomo de que al menos exista en el país la posibilidad de hacer oposición [2]. Allí radica en esencia uno de los elementos fundamentales, una esperanza, para que podamos construir un mejor país, que respete la diferencia. La divergencia. Un país en el que disentir no signifique la condena. Y esa posibilidad, según nos lo ofrece con gran generosidad nuestra reciente historia, no está tan siquiera tímidamente sugerida por el movimiento que lidera Óscar Iván Zuluaga. ¿Será que es menester traer a cuento todo el desmonte que padeció la raquítica estructura del estado de derecho colombiano por cuenta y como excusa de una guerra frontal contra los grupos subversivos?¿el lamentable y peligroso abuso de los órganos de control del estado, la interceptación de altos magistrados y jueces, la alianza con paramilitares, los falsos positivos, los miles de millones de desplazados, el público señalamiento y la posterior amenaza contra la vida de aquellos que osaron opinar de manera contraria a la del régimen? ¿Las zonas francas para los hijos del ejecutivo? Pues eso fue lo que sucedió. Y eso lo que nos espera una vez más si los colombianos reincidimos en una política como la que soterradamente se propone para el país.
Nada garantiza que la permanencia de Santos en la presidencia propenda por la vigencia del estado social de derecho. De las libertades individuales. Pero al menos durante su administración se han dado señales de que podría ser así: protesta campesina y estudiantil sin masacres (a pesar de los desmanes), marcha atrás de la reforma educativa por franca y abierta presión estudiantil, renuncia del embajador Umaña o Urrutia (no importa) de Brigard por los escándalos de los baldíos y denuncias del senador Robledo...
Además, no podría desconocerse que aunque lo rodean personalidades que no gozan de mis afectos ni confianza, también lo acompañan otros de claro estirpe democrático: Pardo Rueda y Gina Parody, entre los pocos que se opusieron a la arrolladora política de perdón y olvido para los paramilitares. O la valerosa crítica a las fumigaciones con glifosato en el Putumayo del senador Rivera.
Por eso, además del respaldo al fin de la guerra, también hay otro motivo para votar por Santos: la posibilidad de hacer oposición en el país y no perder la vida en el intento.
[1] Es imprescindible hacer honor a la excepción: el debate promovido por FEDESARROLLO y la Cámara de Comercio de Bogotá, al que no asistió el Sr. Santos, ni la ahora candidata uribista Martha Lucía Ramírez, fue muy bien diseñado y conducido: una exposición inicial sobre un tema específico (esta vez sobre la economía y sobre el agro) ofrecida por expertos, luego la opinión de los candidatos sobre el tema y por último contrapreguntas a los mismos por otro grupo, diferente, de reconocidos investigadores. (Y nada de preguntas como Samper o Gaviria, o Cuánto hace que no se confiesa etc.) . De ese debate derivé mi voto por Clara López.
[2] No quiero hacer referencia a la bandera de la paz utilizada por ambos candidatos y sus seguidores. Si hubo en la historia reciente de este país oportunidad para el cese al fuego es ésta. Y si un movimiento o grupo político no tiene la claridad e inteligencia para entenderlo no merece nuestra confianza: ni siquiera vislumbran el inmediato beneficio que les reportará a sus finanzas personales o industriales el efecto de la ausencia de la guerra.