La noticia solo ha sido reportada por el portal de internet Las Dos Orillas. Se titula Este es el documental que censuró Cine Colombia, su línea introductoria dice: “Munir Falah, presidente de la compañía, incumplió un acuerdo con el Centro De Memoria Histórica y le dijo no al trailer del documental “No hubo tiempo para la tristeza”.
La noticia habla de forma escueta sobre un acuerdo por 140 millones de pesos entre Cine Colombia y el Centro Nacional de Memoria Histórica para proyectar, en siete salas del país, un extracto editado del documental. Munir Falah habría objetado el corto por considerar que era crudo y tenía escenas demasiado fuertes.
La noticia fue publicada la semana pasada, tuvo más de veinte mil vistas, pero hasta el día de hoy ningún otro medio periodístico de gran difusión ha ahondado en ella.
Ante la anemia periodística, bueno es Twitter. Ahí, el viernes 13 de diciembre, unos cruces de trinos dan algo más de información:
A las 11:41 a.m. Víctor Casas dice: “No entiendo: @Cine_Colombia censura documental por ser 'demasiado crudo' y tuvieron Inglourious Basterds por semanas @Pia_Barragan”
Se lo copia a Barragán, Gerente de Contenidos Alternativos de Cine Colombia. Ella responde a las 2:25 p.m.: “Por favor, confirmen quién es su fuente porque están mal informados. @victorcasas @cine_colombia”.
Replica Casas: “@Pia_Barragan aquí la fuente: http://bit.ly/1eb9MJs ¿Es falsa la noticia? Sí pasarán el documental?”
Cierra Barragan con un trino a las 2:53 p.m.: “Víctor, quizás se trataba de una pauta, no del circuito de distribución comercial. @victorcasas”
A las 12:42 p.m. de ese mismo día Johansson Cruz inició otro cruce de trinos: “Sigo esperando la respuesta de @Cine_Colombia sobre el caso del documental que censuraron de @CentroMemoriaH”. Y le copia a Barragan: “Entonces qué dirá la señora @Pia_Barragan sobre el tema (?)
Barragan pía a las 2:29 p.m.: “Cuándo @Cine_Colombia aseguró que se exhibiría en 7 salas el documental @Las2orillasCo?”
Y recibe respuesta, pero no de un Cruz sino de la cuenta oficial del Centro Nacional de Memoria Histórica que, pendiente al diálogo, afirma a las 3:11 p.m.: “Se tenía un convenio para proyectar un fragmento del documental.” Y un minuto después complementa: “Pero la condición de @Cine_Colombia para pasarlo fue editarle imágenes fuertes.”
Hasta ahí pió Barragán. Desde el pasado viernes la “Gerente de Contenidos Alternativos de Cine Colombia” ha trinado sobre la llegada de la navidad, sobre las películas más taquilleras del 2013, sobre tener o no tener canas, pero sobre el caso de censura prefirió dejar el diálogo trunco y nada ha comentado sobre la última afirmación del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Y claro, así se trate de censura, ni la Gerente ni Munir Falah están obligados a responder. Cine Colombia, a pesar de su nombre, es una empresa privada, está en todo su derecho a programar o a vetar lo que le venga en gana, si quiere pasar “trailers” de películas bien carniceras como SAW 1, SAW 2, SAW 3 o SAW a la N, o cualquier masacre “gore” taquillera con “imágenes fuertes”, lo puede hacer. O, si quiere continuar con la marrullería de seguir descontando impuestos a costa del “corto nacional”, Cine Colombia está en su ley: durante los últimos años, desde que las distribuidoras de cine pueden descontar seis puntos porcentuales del pago de parafiscales por pasar cortos nacionales, es habitual ver toda suerte de embuchados audiovisuales: sosos carreteros cartageneros comparten pantalla con niños lindos bogotanos que construyen cámaras fotográficas (y de paso le hacen propaganda a varios patrocinadores camuflados).
Lo importante es que los “cortos” sean cortos de miras, tengan la misma placidez de una vaca que hace yoga y, que en el balance final del año, las cifras por este rubro sean positivas para Cine Colombia, tanto que los mismos distribuidores son quienes patrocinan algunos de esos bodrios, baratos, claro, para rendir al máximo el lucro por descuento tributario (en 2009 los distribuidores se ahorraron casi seis mil millones de pesos a costa de este tejemaneje contable).
Adicional al “mensaje bonito” de los cortos y su simpleza en producción, Cine Colombia les pone una última condición: deben ser bien cortos y no pasar de ocho minutos. La distribuidora no quiere ceder un ápice el espacio que tiene para “trailers”, ni reajustar su apretada parrilla de programación tipo Multiplex, tampoco está dispuesta a editar alguno de los infomerciales institucionales con que bombardean al público cautivo.
Por estos días, Cine Colombia ofrece, en alianza con Coca Cola, la promoción “combo navideño”. Consta de un balde mediano de crispetas, dos gaseosas medianas, dos perros calientes o sanduiches, dos chocolatinas jet y un bono por mil pesos para “convertirlo en obsequios para la Fundación San Antonio”, y todo el combo monchis-navi-filantrópico por solo $26.500 ($23.900 con tarjeta Cineco). Un acto de generosidad que seguro tendrá como cabezas donantes del múltiplo de los mil pesitos a Cine Colombia y Coca Cola —para efectos de excepción tributaria ante la DIAN—. Y además dorará, una vez más, a ambas empresas con el aura promocional de la filantropía: las donaciones anónimas, elegantes pero discretas, no son del gusto de las áreas de mercadeo de estas compañías que, además de la rentabilidad, ven en estos actos vociferantes de mecenazgo una fórmula santurrona y muy efectiva de publicidad.
Tal vez por lo del “combo navideño” es que resulta extraño que Munir Falah haya tomado la decisión de condicionar el acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica a la edición de las “imágenes fuertes”. Así como Cine Colombia quiere ayudar a la comunidad de la Fundación San Antonio con lo del bono de mil pesos, ¿no sería un acto igual o de mayor de responsabilidad social con Colombia pasar el corto que censuró?
Y, si se trata de críticas al documental, uno esperaría que Munir Falah, como director de algo llamado Cine Colombia, tuviera un ápice de sensibilidad cinematográfica y hubiera elaborado en algo más sus objeciones.
A “No hubo tiempo para la tristeza”, en su versión completa, hay cosas que le sobran. El rol de presentador que hace Nicolás Montero es artificioso. El documental, dirigido por Jorge Mario Betancur, en colaboración en el guión con Patricia Nieto, es casi la transcripción apresurada a video de un resumen textual. Por momentos el documental solo parece la ilustración audiovisual de un conjunto de cifras, carece de ritmo, son pocas las escenas de transición que logran despertar emociones más profundas, y las que podrían tener potencial de hacerlo —declaraciones, paisajes, canciones—, son editadas y despachadas con demasiada prontitud. Pero lo más importante del documental permanece ahí: es el relato de las personas afectadas por todo tipo de violencias que decidieron contar sus historias cara a cara ante la cámara y, si se logra ponerle atención a lo que dicen y a cómo lo dicen, esas son las imágenes realmente fuertes, son realidades que generan empatía, memorias históricas que hay que contar, ver y aceptar. En total son seis relatos que involucran seis puntos geográficos, seis casos ejemplares que involucran a los habitantes de seis lugares: La Chorrera (Amazonas), San Carlos (Antioquia), Valle Encantado (Córdoba), Bojayá (Chocó), Carare (Santander) y Comuna 13 (Medellín).
Hasta Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia, pareció entender de qué se trataba esto cuando recibió el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica y dijo: "Como colombianos, nos llegó el momento de construir memoria a partir de la verdad. Y esa responsabilidad no es solo mía, ni del Gobierno, o de las víctimas y los victimarios. NO. Es un asunto de TODOS. Porque no sería justo seguir desconociendo el dolor de cientos de miles de colombianos. Eso sería imperdonable."
Pero no, ni Munir Falah ni Cine Colombia tuvieron la disposición para ver la dimensión de esto, su visión de la “responsabilidad social” parece estar sesgada a las gabelas que da el código tributario y la astucias del “goodwill” publicitario. Si a Cine Colombia se le habla de realidad, ahí mismo piensa en salas con tecnología 3D y en el dinero que harán a punta de la venta condicionada de las horribles gafas para ver todo más “real”.
Y si se trata de poner a circular contenidos “críticos” en los cortos, Cine Colombia también queda en deuda. Por estos días se pasa un corto nacional sobre una reserva biológica en peligro. Las imágenes de bichos, florecitas, paisajitos y cascaditas son bonitas, el mensaje aleccionador es tan natural como obvio, “tenemos que cuidar la naturaleza”. Es un corto tan pero tan transparente que es inane, parece un salvapantallas. Otra cosa sería que Cine Colombia, tan interesada en lo “verde”, patrocinara un corto sobre lo que ha hecho la Drummond en Santa Marta o sobre el embate de la minera Anglo Gold Ashanti en Colombia (similar al que hizo Romeo Langlois en Por todo el oro del mundo) . Pero no, Munir Falah y su equipo, tan asiduos a los cocteles y a la vida social, no quieren pisarle los callos a sus compañeros de tapete y de negocios en la parroquía del Jet Set Local.
En cuanto al nulo seguimiento periodístico de esta noticia es posible que todo se deba a que ha sido opacada por el choque sideral de la explosión y autoimplosión de dos astros de la política nacional (el binomio Petro-Procurador). O por el contrario, esta noticia de censura sí fue cubierta, o encubierta para ser más precisos, y Cine Colombia, por su alta rentabilidad, además de ser una de las joyas de la corona del Grupo Valorem y/o Santo Domingo, es una empresa mimada y consentida por la gran prensa, por el grupo de medios periodísticos que está en la nómina de ese conglomerado (El Espectador, Blu Radio, Cromos, Caracol TV), y por los que reciben parte sustancial de su pauta (todos los demás). Es elocuente el silencio, solo habría que determinar que tan culposa es la acción de esta omisión, si además de censura estaríamos hablando de autocensura.
“Los medios de comunicación son como un revólver, que cuando uno lo necesita, lo saca y dispara”, es una frase que le gustaba usar en privado a Julio Mario Santo Domingo, el patriarca fallecido y principal impulsor de las prácticas de ese Grupo empresarial Valorem y/o Santo Domingo. Las lecciones de comunicación social de “Don Julio Mario” parecen haber sido bien aprendidas por sus herederos y emuladores. Es a través de los medios de comunicación donde la mayoría de personas aprendemos a ver y a percibir el mundo. Un caso de censura como este muestra que nuestro aprendizaje no solo estaría en manos de centros de pensamiento como el Centro de Memoria Histórica, sino que también recae en centros de entretenimiento, en personas como Munir Falah y su Cine Colombia que nos entretienen hasta de nosotros mismos.
Lo único bueno de la censura es que puede servir para darle más promoción al objeto censurado, aquí está el enlace al documental completo que Munir Falah no quiere que usted vea en Cine Colombia:
http://www.youtube.com/watch?v=das2Pipwp2w#t=1240
Vía internet se hace una petición al Grupo Valorem para que reconsidere la decisión de su empleado Munir Falah. Ya van más de cuatro mil firmas:
https://www.change.org/es-LA/peticiones/se%C3%B1ores-junta-directiva-val...