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Las cinco cosas que devela (o ratifica) el acuerdo para liberar al General

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Anoche se supo, primero por boca del garante cubano del proceso de paz y luego por un comunicado de la Presidencia, que las Farc y el gobierno acordaron que las Farc van a liberar al general Rubén Darío Alzate, a sus dos acompañantes y a los dos soldados secustrados en Arauca. Y que, una vez sean devueltos, se reanudarán las negociaciones en La Habana.

Con esa decisión quedan claras por los menos estas cinco cosas:

1.     El proceso está más consolidado de lo que parece

Aunque aún faltan tres de los seis puntos de la agenda de negociación, algunos elementos puntuales de los tres ya acordados y muchas de las cuestiones más complicadas, la velocidad en la decisión de las Farc muestra que su compromiso con el proceso es alto y que éste es valioso para ellas a pesar de que no les da las ventajas tácticas que sí les dieron las negociaciones de El Caguán.

Tan grande es el cambio que incluso dentro del Gobierno sorprendió la rapidez con que se resolvió el impasse y que las Farc jamás se refirieran al General Alzate como un objetivo militar legítimo.

Del lado del Gobierno, aunque la decisión de Santos de suspender las negociaciones y condicionar su reanudación a la entrega de los cinco secuestrados fue altisonante y puso al proceso en una situación difícil, su discurso el lunes empezó reafirmando que el Gobierno busca la paz.

Al final, superar un impase tan grave con tanta rapidez podría reforzar la confianza entre las partes en la mesa. También da una señal de que, aunque el proceso tendrá que cambiar porque rompió el dique entre lo que pasa en la mesa y lo que pasa en la guerra, esos ajustes podrían ir más hacia su afianzamiento que hacia su terminación..

2.     Las Farc muestran un carácter más político

En los procesos anteriores las Farc siempre mostraron desdén por lo que se opinara de ellas, defendiendo actos tan criminales como haber atentado contra el entonces congresista Aurelio Iragorri Hormaza (en Tlaxcala) o haber secuestrado el avión de Aires (en El Caguán). Incluso en casos como el del secuestro de Juliana Villegas, hija del hasta hace poco negociador y entonces presidente de la Andi Luis Carlos Villegas, no fue a través de ellos que se confirmó que eran los responsables. Además, hasta ahora siempre habían dicho que secuestrar a un militar era hacer un prisionero político, algo que ni repitieron esta vez.

El que nada de esto haya ocurrido muestra unas Farc diferentes, que tienen en cuenta a la opinión pública para tomar una decisión, ya sea porque están más sintonizadas o porque calculan que la opinión puede llevar a que el Gobierno rompa el proceso.

Durante los cuatro días que duró la incertidumbre, mantuvieron una actitud muy diferente su usual cinismo (como el que mostraron cuando acusaron a Clara Rojas de haberse buscado su secuestro) y, en general, se mostraron en control de la situación. Al frente de su interlocución estuvo Pablo Catatumbo, uno de los jefes guerrilleros más sereno y menos virulentos en su discurso.

Esto tradujo en que en este momento estén cobrando el dividendo de un incidente que puede ser leído como un error militar o un ‘papayazo’, que se decidieron a resolver en poco tiempo y que, de esa manera, terminaron capitalizando.

Al mismo tiempo, a las Farc se les ha venido estrechando el margen de maniobra internacional, pues incluso países ideológicamente afines como Cuba y Venezuela los impulsaron a superar el impase. Eso pudo haber contribuido no solo a que tomaran la decisión, sino a que lo hicieran tan velozmente.

3.    Las Farc tienen unidad de mando y control (o por lo menos bastante)

Una de las preguntas más grandes sobre las Farc, que venía desde antes pero que el secuestro puso de presente es hasta donde las cabezas de esta guerrilla tienen el control de sus frentes. Ahora quedó claro que sí lo tienen.

Los anuncios de las Farc del martes jugaron alrededor de la pregunta para dar a entender que sí había unidad.

Primero los negociadores en La Habana dijeron en rueda de prensa que no sabían si la guerrilla tenía a Alzate y sus acompañantes; luego el Bloque Iván Ríos, al que pertenece el frente 34, dijo que sí lo tenían pero que obedecerían a las instrucciones de sus comandantes; después los negociadores dijeron que quien debía definir la situación era Timochenko, comandante de las Farc. Es decir, que sí hay un mando central.

La rapidez de la decisión refuerza esa idea.

Además, Pastor Alape, responsable del Bloque Iván Ríos en el secretariado de las Farc y quien leyó el primer comunicado de ayer, estuvo haciendo pedagogía del proceso y tirando línea en cada frente de ese bloque entre el 2013 y hace un mes, cuando pasó a formar parte del grupo de negociadores de las Farc en La Habana. Justamente el último frente en el que estuvo fue el 34.

En La Habana, además de Alape, están alias Isaías Trujillo, comandante del Bloque, y Rubín Morro, uno de los miembros del Estado Mayor del Bloque.. Morro leyó ayer uno de los comunicados.

Aunque todo esto no significa que necesariamente todos los frentes estén alineados con los negociadores, sí muestra que si hay grietas no son tan profundas y que no hay desconexión entre los negociadores y los frentes.

Con eso envía una poderosa señal de unidad, que refuerza la posición de las Farc en la mesa (porque muestran que sí están negociando con el grueso de esa guerrilla) y debilita las críticas al proceso que se basan en que los negociadores no representan a nadie.

4.    Los garantes juegan un papel clave en el proceso

Uno de los elementos novedosos de la negociación de La Habana es que hay dos países garantes, lo que no había ocurrido en las negociaciones anteriores con la guerrilla.

Los enviados de Cuba y Noruega en La Habana no solo han sido testigos directos durante todas las negociaciones, sino que tienen como función ayudar a superar las dificultades del proceso.

Y en esta crisis mostraron su importancia. Los delegados de Cuba se encargaron predominantemente de estar en contacto con las Farc, Noruega con el Comité Internacional de la Cruz Roja (que tiene entre sus funciones ayudar en este tipo de escenarios y que seguramente participará en logística de la liberación).

Incluso Venezuela, que no tiene en rol de garante sino de acompañante al igual que Chile, ayudó a acercar a las dos partes.

5.    Involucrar a las víctimas fue un acierto

Aunque no tuvo mayor efecto en solucionar esta crisis, la activa participación de las víctimas sirvió para reafirmar que -aunque están dispersas y son muy variadas- todas rodean el proceso.

Una prueba de eso es que 41 de las 48 víctimas que han ido hasta ahora a La Habana, incluyendo a quienes se han mostrado más críticas de las Farc, escribieron una carta pública. En ella le piden a Santos reanudar las negociaciones y le exigen a la guerrilla la liberación de las personas en su poder. Lo hicieron tras una reunión en la sede de la Conferencia Episcopal en Bogotá, en la que se coordinaron por teléfono y Skype. Solo faltaron las firmas de siete víctimas a las que no consiguieron contactar.

Entre los firmantes está el general retirado Luis Mendieta, que era el comandante de la Policía cuando las Farc se tomaron Mitú en 1998 y que hoy es el vocero de los miembros de la fuerza pública secuestrados por la guerrilla. Mendieta no ha pedido que se rompan las negociaciones, pese a ser una de las víctimas con críticas más fuertes hacia aspectos del proceso, haber sido secuestrado por las Farc, y haber dicho que cree que el Estado puede derrotar militarmente a las Farc.

El respaldo de las víctimas es significativo teniendo en cuenta que entre ellas hay enormes diferencias en temas como el perdón o la liberación de los secuestrados como un imperativo y porque han sentido en episodios como el de la carta a Clara Rojas, que las Farc son cínicas hacia ellos.

Pero sobre todo porque el actual punto de negociación gira en torno precisamente a las víctimas y, apenas se levante la suspensión, se reanudarán dos viajes centrales en su participación en el proceso: el de seis mujeres víctimas para hablar con la subcomisión de género y, en un par de semanas, el del último grupo de 12 víctimas.


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