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La foto del general

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No sé de honor militar ni de técnicas de duelo ni del arte de la guerra. Tengo tan poca información sobre este tema como la mayoría de ustedes. Vi los mismos noticieros anoche. Y desde ahí, desde la tribuna de la especulación, interpreto la foto del general Rubén Darío Alzate y el negociador de las FARC Pastor Alape como un gesto de reconciliación. Como un experimento minúsculo de tolerancia: para demostrar que podían tomarse una foto, dos enemigos se tomaron una foto.

 

 

El tenso abrazo entre Alzate y Alape deja entrever un momento incómodo, pero no un acto de intimidación. Es cierto que era un secuestro, pero también es cierto que era una liberación. Alzate no estaba sometiéndose a una infame prueba de supervivencia; Alape no era un comandante guerrillero obligando a su prisionero a posar. En ese instante eran dos personas dejando una constancia cualquiera –de derrota o de victoria, es lo de menos–. 

La vida del general Alzate valía en ese momento un proceso de paz. Un zancudo venenoso era tan peligroso como un fusil. Los facilitadores estaban felices y nerviosos, como probablemente estaban los protagonistas. El helicóptero que aterrizó en la selva no estaba simplemente rescatando a dos militares y un civil, sino que traería de vuelta la noticia que la mesa de La Habana necesitaba para resucitar.

Desde antes de posar para la foto, la suerte de Alzate estaba echada, y él lo sabía. No creo que tuviera alguna duda de que, dos semanas después del día que salió en pantaloneta de su casa y cayó en manos de la guerrilla, había terminado su carrera militar. Y tal vez preso de una euforia minúscula, acaso con un arrebato de insubordinación, aceptó pararse al lado de Alape.

En cuanto Alzate pisó un batallón, la máquina empezó a andar. Antes que un testimonio, sus palabras eran un trámite militar. Primero, entregó su cabeza; segundo, reivindicó al Ejército; tercero, condenó a las FARC. Su lugar no era dar explicaciones aunque fuera el más indicado para darlas; su aparición no podía generar más ruido del que tuvo su ausencia. Es una paradoja: en cautiverio, el general hizo algo espontáneo, y en libertad, quedó preso por el libreto oficial.


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