Hace un mes el gobierno nos vendió el cuento de que se había aliado con Facebook para llevar internet a todo el país. Humo digital, escribí. Ahora la cosa pinta peor: por debajo del tapete y sin hacer ruido –como le gusta a Mr. Santos– el gobierno metió en el proyecto del Plan Nacional de Desarrollo la eliminación de la neutralidad de la red.
La neutralidad de la red es, en pocas palabras, el ADN del internet que a ustedes y a mí nos gusta. Según este principio, los proveedores del servicio –Claro o ETB, por ejemplo– deben darle el mismo tratamiento a todas las aplicaciones y páginas que visitamos. Así como todos en la ciudad recibimos la misma agua y la misma luz (en teoría, digamos), la neutralidad de la red determina que todos los datos que se transportan por los cables y tubos de la red sean iguales. No debe haber carriles rápidos para quienes pagan más, ni carretera destapada para los que no pagan (acá pueden ver un video y acá una explicación más detallada).
La neutralidad de la red posibilita que un sitio como La Silla Vacía no tenga que pagar por distribuir su contenido. Así puede competir con El Tiempo o Semana de tú a tú. Sin esa especie de protección, los jugadores con más músculo financiero harían acuerdos de exclusividad con Claro o ETB para que solo los distribuyera a ellos. En otras palabras, el riesgo es que a la postre internet se convirtiera en un menú finito como la televisión por cable. ¿Ya se asustaron?
La neutralidad de la red se desprende del diseño original de internet, pero rápidamente se convirtió en una bandera para los activistas. Para que este medio siga siendo abierto y descentralizado, es necesario tallar en piedra –en una ley o una norma equivalente– la obligación de no discriminar servicios ni favorecer otros (esto tiene varias distinciones técnicas que no vale la pena desarrollar acá).
Y así ha sido. Holanda y Chile fueron los primeros países en pasar leyes sobre neutralidad. En 2011 Colombia hizo lo propio con una norma que, sin ser perfecta, era definitivamente un avance (y por supuesto, el ministro Diego Molano sacó pecho por eso). Y hace poco el presidente Obama, dedicado a quemar sus naves en lo que le queda de mandato, le exigió al regulador gringo que protegiera la neutralidad de la red en serio. Un buen antecedente que puede convertirse en bola de nieve.
Ahora el gobierno, con el Ministerio de las TIC a la cabeza, metió en el proyecto del Plan Nacional de Desarrollo la eliminación del artículo sobre neutralidad de la red. Esta norma se había aprobado en el plan anterior y, con base en ella, la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) expidió una resolución en 2011 para desarrollar el tema.
Lo que se viene es un auténtico banquete para abogados y lobistas. O sea, una pesadilla para todos los demás. Si se deroga la Ley que sustenta la Resolución, ¿no quiere decir que la Resolución pierde el piso? ¿O no es, en el mejor de los casos, un riesgo quitarle el fundamento? De una u otra forma, tengan la seguridad de que los detractores de la neutralidad de la red se van a meter por las grietas.
Uno de mis profesores de Derecho –Carlos Manrique, recientemente fallecido– decía, medio en broma medio en serio, que la respuesta de un abogado a cualquier problema jurídico debe ser ‘depende’. Y acá se abre un ‘depende’ enorme.
La oficina de prensa del Ministerio de las TIC le dijo escuetamente a Enter que el Plan Nacional de Desarrollo no afecta la vigencia de la neutralidad de la red ni invalida las facultades de la CRC, que están establecidas en la ley general de las TIC. Si es así (y esto es enormemente discutible, repito), ¿por qué incluir la derogatoria del artículo en el proyecto? En un país con sobredosis de incisos, ¿para que ahorrarse unos párrafos que regulan un tema tan controversial?
El ministro Diego Molano tiene que hablar de esto con el mismo entusiasmo que reparte tabletas. Si su gestión es tan exitosa como todos dicen y si tenemos la mejor regulación de las TIC del mundo, la defensa del internet abierto no quedar a merced de nuestra fauna jurídica.