¿Nos hace el conflicto más violentos? ¿Normalizamos el uso de la agresión? ¿Es la violencia una norma social que se aprende? En Suráfrica, hombres que sufrieron violaciones de derechos humanos durante el Apartheid maltratan más a sus esposas. En Ruanda, las mujeres que se casaron después del genocidio sufren más violencia doméstica que las que se casaron antes del genocidio. Las mujeres peruanas que se vieron expuestas a la violencia del Sendero Luminoso en su adolescencia justifican el uso de la violencia por parte de sus parejas.
La exposición al conflicto puede afectarnos de distintas maneras. Según la teoria de la normalización, vivir en un entorno violento nos hace pensar que la violencia es una herramienta válida para resolver problemas. Lo común se vuelve correcto. Además, coexistir con amenazas, atentados terroristas y masacres eleva nuestros niveles de estrés y el estrés aumenta la probabilidad de reproducir la violencia. Podría ser más optimista: el conflicto puede hacernos rechazar el uso de la violencia al hacer más palpables los horrores asociados con esta.
En esta entrada discuto brevemente los resultados preliminares de una investigación que busca analizar la relación entre el conflicto a nivel municipal y el uso de la violencia contra las mujeres dentro del hogar. Para acercarme a una respuesta uso las cincos rondas existentes de la Encuestas de Demografía y Salud (1990-2010) para medir violencia intrafamiliar y datos del CEDE y del Centro Nacional de Memoria Histórica para medir actos violentos (homicidios, terrorismo y masacres) perpetrados por los paramilitares y la guerrilla desde 1985. Observo distintos hogares en distintos momentos del tiempo y a cada hogar le asigno el número de actos violentos que se observaron en su municipio durante los cuatro años anteriores a la encuesta. La pregunta que busco responder es si existe evidencia consistente con la hipótesis de que el conflicto aumenta la violencia intrafamiliar. ¿Cuál es la relación entre la violencia macro y la violencia micro?
El promedio de violencia contra la mujer para las distintas rondas de la ENDS se presenta en el gráfico 1. En este gráfico la línea punteada representa hogares que no experimentaron actos violentos (27% de los hogares); la línea sólida representa hogares que experimentaron actos violentos (73%). Las mujeres en hogares expuestos al conflicto tienen una mayor probabilidad de ser víctimas de violencia física por parte de sus parejas. Adicionalmente, la brecha entre hogares expuestos y no expuestos parece crecer cuando el conflicto se intensifica. En 2004, el 28% de las mujeres en hogares expuestos al conflicto fueron maltratadas por sus compañeros. En hogares no expuestos la cifra es tan solo de 4.7%. Con fines únicamente ilustrativos, el gráfico 2 muestra la fracción de mujeres víctimas de violencia doméstica y el número de actos violentos en un municipio y año dados (la primera variable no es representativa a nivel municipal pero el gráfico 2 ilustra la estrategia empírica del trabajo de investigación). El punto rojo de la izquierda representa a Buenaventura en 1995: 21% de las mujeres encuestadas reportaron ser víctimas de violencia doméstica, paramilitares y guerrilleros cometieron 37 actos violentos. El punto rojo de la derecha representa a Buenaventura en 2009: 34% de las mujeres encuestadas reportaron ser víctimas de violencia doméstica, paramilitares y guerrilleros cometieron 151 actos violentos.
Con análisis econométricos a nivel del hogar llego a las siguientes conclusiones: 100 actos más de violencia en un municipio están asociados con un aumento del 10% en la probabilidad de que una mujer haya sido maltratada por su compañero y con un aumento del 6% en la probabilidad de que la mujer haya sido maltratada por su compañero en los últimos 12 meses (Noe y Rieckman (2013) encuentran resultados similares usando la encuesta de Demografía y Salud para 2005) . También existe evidencia de que la exposición al conflicto aumenta la violencia sexual por parte del marido. No encuentro evidencia de que el maltrato infantil, por parte de la madre o del padre, aumente con el conflicto.
Detrás de estas correlaciones pueden existir múltiples interpretaciones. Puedo descartar algunas de ellas. En particular, estas correlaciones no se explican por diferencias en la riqueza de los municipios o por el crecimiento económico de los municipios (los datos han sido cruzados con información de empleo de los censos). Tampoco por cambios en las características sociodemográficas de las familias. Algunos pueden pensar que los grupos armados prosperan precisamente en zonas en las que por algún motivo distinto al conflicto las personas se han vuelto más violentas. La alta variación espacial del conflicto colombiano descarta que esta sea toda la historia. Los grupos armados buscan reclutas pero también corredores estratégicos y recursos que sirvan como fuentes de financiamiento. Sugiero una hipótesis que parecen sostener quienes promueven La Marcha por La Vida. Creo que en Colombia nos enfermamos de violencia. La enfermedad consiste en pensar que la violencia es un mecanismo válido para resolver diferencias. No sé si los símbolos curen enfermedades pero tal vez las instituciones pueden hacerlo. Una correlación es sugestiva. En aquellos municipios en los que inicialmente la justicia es más eficiente, la asociación entre conflicto y violencia intrafamiliar se ve altamente reducida. Un aumento del 8% en la eficiencia de la justicia -medida como el porcentaje de arrestos realizados por homicidios en el departamento- reduce en un 60% la asociación entre conflicto y violencia intrafamiliar.
Rafael J. Santos