Ser de izquierda normalmente implica hablar mucho. Por ejemplo, Fidel Castro tiene el record Guinness por el discurso mas largo jamás pronunciado ante las Naciones Unidas: 4 horas y 29 minutos. Hazaña que, sin embargo, fue eclipsada por el discurso de 7 horas y 10 minutos que pronunció en 1986 ante el III Congreso del Partido Comunista Cubano.
Hugo Chávez, émulo en todo de Castro menos en vivir 88 años, gastó 1.600 horas de su corta vida en la emisión de Aló Presidente; hablando tanto durante su vida pública que su legado histórico será el memorable “¿por qué no te callas?” del Rey Juan Carlos.
Lamentablemente los líderes de izquierda colombianos no solamente hablan y hablan, como los cubanos y los venezolanos, sino que también pretenden hacer cosas. O por lo menos lo intentan.
Desde 2004 la Alcaldía de Bogotá ha estado administrada por la izquierda, aunque tal vez la palabra “administrada” no sea la correcta. Toda una década, mas tiempo del que tomó construir el canal de Panamá o reconstruir a Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial; el doble que lo tardó conectar con ferrocarriles las dos costas de los Estados Unidos o construir el metro de Nueva York y casi tres veces lo que tardó la construcción del Eurotunnel.
Sin embargo el catálogo de realizaciones de la izquierda en su tránsito por la Alcaldía durante los últimos 10 años no solamente es reducido en términos materiales sino también morales, sociales y humanos.
En verdad, hubiera sido mucho mejor que Lucho, Samuel y Petro se hubieran limitado a echar discursos durante todo el día en Canal Capital, como hace Nicolás Maduro, en vez de tirárselas de transformadores.
Que lo digan, por ejemplo, los vecinos de la calle 153 que llevan desde 2009 viendo como se pavimenta una calle, o los de la 94, que le giraron la valorización a Emilio Tapia, o el monumento post apocalíptico que es la 26; para no mencionar las motos eléctricas de la Policía que no funcionan, o el programa de reciclaje que recicla todo en el mismo lugar, o los “vinos, filetes de merluza, quesos amarillos” y demás excesos que le generaron un déficit presupuestal de 41.537 millones de pesos al hospital de Meissen, según lo confesó el propio Secretario de Salud del Distrito.
No obstante, uno podría decir que los anteriores son simples ejemplos de corrupción y desgreño banales, un esfuerzo hasta ahora exitoso por convertir a Bogotá en una pequeña Venezuela.
Lo que sí preocupa es la implementación de políticas públicas, supuestamente progresistas, cuyo resultado final es profundamente retrógrado, inequitativo y francamente reaccionario.
Estos son algunas de ellas:
- La cancelación del proyecto de la ALO, que conectaría el sur de la ciudad con el norte. La Alcaldía Mayor repite hasta la saciedad la necesidad de acabar con la segregación social. Sin embargo engavetó la obra pública más importante para integrar a todos los estratos sociales y para mejorar definitivamente la movilidad. Supuestamente en los predios distritales adquiridos para la vía construirían en su reemplazo universidades, colegios y hospitales. Hasta ahora no hay vía, ni hospitales, ni colegios, ni nada. Solo avivatos invadiendo los lotes distritales.
- La cancelación de Chingaza II. El alcalde nos recuerda constantemente su preocupación con el calentamiento global y con la falta de agua. Contradictoriamente una de sus primeras decisiones fue cancelar lo que sería la ampliación del principal reservorio de agua de Bogotá y sus alrededores. El sistema hídrico de Chingaza se construyó hace cuatro décadas. Ya se está quedando pequeño. Cancelar Chingaza II garantiza que Bogotá se quedará sin agua en los próximos años.
- El programa del mínimo vital de agua. A pesar de la inminente escasez de agua auto infligida los gobiernos de izquierda en Bogotá han decidido regalarle mensualmente al 38% de los habitantes de la ciudad 6 metros cúbicos del líquido. El sentido común da a entender que si se regala un bien escaso su consumo aumenta. Es muy probable que los bogotanos que reciben estos aguinaldos estén consumiendo mucho más agua que antes o tal vez más. Lo cual no solamente les saldrá más caro a ellos sino también a las generaciones futuras.
- El segundo piso de la Autopista Sur. La administración distrital se opone a la obra por considerar que es solo para “darle más velocidad a los viajes turísticos a Melgar”. Suena parecido a la crítica que se hacía de la seguridad democrática, que se decía “era para que los ricos fueran a las fincas”. No. Quienes están pidiendo a gritos las obra no son los veraneantes de Peñalisa sino los millones de habitantes del sur de la ciudad que tienen que aguantarse cuatro horas diarias en un bus para llegar y volver de su trabajo.
- La apertura del San Juan de Dios. La Alcaldía confunde un edificio en ruinas, comprado por 150.280 millones de pesos, con la reapertura de un hospital de cuarto nivel. De hecho, todavía no tenemos ni siquiera el edificio en ruinas, sino un pleito por 150.280 millones. Si se trata de operar nuevos hospitales públicos, ¿no será mejor antes poner a funcionar los que ya existen? Recordemos que el San Juan de Dios se quebró por la voracidad sindical, ¿cómo evitar que las mafias sindicales y políticas no se apropien nuevamente de la institución? Si el hospital de Meissen es un ejemplo, la aventura hospitalaria de la Alcaldía no acabará bien.
- Los vendedores ambulantes. La Alcaldía Mayor dice que lo suyo es la “defensa de lo público”. Lo más público de lo público es el espacio público, que literalmente es el espacio de todos los ciudadanos. Sin embargo, durante los últimos años la Alcaldía le ha privatizado a los vendedores ambulantes las mejores esquinas de la ciudad. Para “trabajar” en un cuadra de Chapinero hay que pagarle al capo del lugar un “alquiler” de entre 300.000 y 1.500.000 pesos. Colocar una carretilla con frutas cuesta 200.000. Uno no sabe si la negligencia dolosa en la custodia del espacio público es por razones electorales o simplemente para mortificar a los empresarios que pagan impuestos. Tal vez sea por ambas cosas.
Dentro de unos meses la ciudad tendrá que elegir si quiere continuar con el proceso de venezuelanización que empezó en 2004 o si quiere retomar el rumbo de la modernidad, la equidad y el progreso. Ojalá esta vez no nos volvamos a equivocar.