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Uribe, solapado

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Convoca a la resistencia civil contra el proceso de La Habana y se resiste a aceptar que de llegar a tener éxito en su pretensión la única alternativa sería el reinicio de la confrontación con los costos en vidas humanas y dolor que ello traería. También esconde el propósito puramente electoral de la movilización: el Centro Democrático inicia la campaña presidencial del 2018 y sabe que sus posibilidades de éxito son inversamente proporcionales al final feliz del acuerdo con las FARC.

Cuando le preguntan qué pasaría si se frustra el acuerdo con la guerrilla dice solapadamente que no acabaría la negociación, sino que la reconduciría a que la guerrilla aceptara pasar varios años en la cárcel para pagar por los múltiples delitos que ha cometido. Uribe sabe que la guerrilla no está dispuesta a aceptar un proceso de sometimiento a la justicia, sino una negociación política que es en la que se avanza. El expresidente tiene claro que lo que se vendría si se intentan cambiar las condiciones del proceso sería un rompimiento de la conversación y la vuelta al campo de batalla con todo y bombardeos como exigía su amanuense, el Procurador General de la Nación, en estos días cuando reclamaba por el incumplimiento del cese unilateral prometido por las FARC.

Uribe ha construido una imagen de “frentero” pero su actitud se parece a la del cobarde que pide que lo detengan porque si no le va a dar en la “jeta” a alguien.

“¡Bombardeen!”  exclamó Ordoñez como si las bombas no cayeran en áreas en las que viven campesinos que tienen que huir despavoridos en medio de una cruenta confrontación. Lo hacía entre tertulia y risas con Uribe en Miami donde no caerían las bombas.

Mientras tanto el senador eludía las preguntas sobre la manera que según él tendríamos para evitar la impunidad cuando le ponían en evidencia que hasta ahora lo que hemos tenido no es paz con impunidad, sino impunidad sin paz. Durante los ocho años de gobierno de Uribe, pero más todavía durante los sesenta años de confrontación, ningún miembro del Secretariado de las FARC ha estado preso. Es más, de las decenas de guerrilleros que han representado a esa guerrilla en La Habana solo Rodrigo Granda estuvo detenido y Álvaro Uribe ordenó liberarlo.

Que las FARC no van a reparar a sus víctimas como si por el camino de la confrontación hubieran conseguido que reparara siquiera a una y no lo estuviéramos haciendo con el patrimonio público. Que las FARC no van a entregar su fortuna, como si durante los ocho años de su gobierno se hubieran logrado identificar esos bienes y ponerlos a buen recaudo.

 

Aunque insiste en que la resistencia es democrática e institucional, anuncia que desconocerá el resultado del plebiscito si llega a ser aprobatorio de los acuerdos y amenaza con intentar impedir “por todos los medios” el cumplimiento de los mismos. La delgada línea entre lo legal y lo ilegal y la expresa condición antidemocrática de quien sólo está dispuesto a aceptar el resultado si le es favorable.

Que convoca a la resistencia civil porque es inminente un acuerdo que sólo se revela días después y cuyo contenido solo debían conocer quienes participaban en la negociación. Se niega a revelar como obtiene información privilegiada, que sólo puede conseguirse por medios ilegales.

El ex presidente Uribe ha construido una imagen de “frentero”, que es una expresión popular que tiene una connotación positiva de sincero y otra de “machito”, “peliador” que es muy bien valorada en esta sociedad. Pero su actitud se parece a la del cuento de ese cobarde que pide que lo detengan porque si no le va a dar en la “jeta” a alguien. Cada vez que hay una pregunta comprometedora pide “pasar a la siguiente pregunta amigo”. Cuando a hurtadillas prepara todo para su reelección declara que tiene “una encrucijada en el alma” y esconde su verdadera intención.

Uribe y sus seguidores están en todo su derecho de oponerse a la negociación en La Habana. Pueden predicar a los cuatro vientos, así no lo piensen, que con las FARC no hay nada que conversar distinto a su sometimiento. Pueden reclamar por el “exceso de concesiones” e incluso ocultar que Uribe llegó a ofrecer a las FARC hasta Constituyente y suites en el Hotel Tequendama. Será muy bueno que la democracia colombiana salga a la calle como lo anuncian, ese es el escenario propio de la manifestación política, las redes sociales, que parece ser el espacio contemporáneo, están “envenenadas” de anónimos y perfiles falsos.

El Centro Democrático es un partido disciplinado al que respeto a pesar de su poco talante democrático. Su bancada parlamentaria tiene “derecho” a no facilitar el quorum para el trámite de los proyectos del gobierno y habrá que reconocer que en estos dos años ha cumplido una labor destacada en el Congreso. La existencia de ese partido de derecha extrema que está contra los derechos de las minorías, que promueve el desarrollo de economías extractivas que afectan el medio ambiente y exenciones tributarias para las grandes empresas es no solo legítima sino incluso necesaria en una democracia.

A pesar de estar en su derecho, los ciudadanos estamos en el nuestro de exigirle a ese partido y a su líder que se atreva a aceptar que si tiene éxito su oposición al proceso de La Habana tendremos garantizado que las FARC no se van a acabar, sino que van a durar varios años más y que después del último muerto o de otra negociación podremos cerrar ese nefasto capítulo de la historia colombiana, pero que no será en el 2016 o en el 2017, sino quizás en el 2030 y dentro de miles de muertos.

Sólo así ese “machito”, peliador” se merecería el calificativo en el sentido positivo de “frentero” y no el de solapado que según el diccionario es la persona “que por costumbre oculta maliciosa y cautelosamente sus pensamientos”.

Opinión
Álvaro Uribe Vélez

Álvaro Uribe Vélez

Ex presidente de la República y Senador


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