Como lo demuestra la encuesta de Ipsos publicada ayer, el Sí arranca la campaña del plebiscito perdiendo a pesar de tener todas las de ganar. Y una de las explicaciones para ello, que han dado varios analistas, es Juan Manuel Santos.
En la encuesta Colombia Opina, revelada por la revista Semana y los medios de RCN, el 50 por ciento de los encuestados dice que votaría por No refrendar el acuerdo con las Farc mientras que solo 39 por ciento abogaría por el Sí.
La primera hipótesis que da la Revista para explicar este escenario “tiene que ver con la relación directa entre la percepción de la gente sobre el presidente Santos y su gobierno y la que hay acerca de las negociaciones de La Habana.”
En la misma línea, en su columna de este domingo, el jurista Rodrigo Uprimny argumenta que “la santificación de la paz mina el respaldo ciudadano a la paz debido a la impopularidad actual del Gobierno”.
"Santos es el bacalao del Sí “, le dijo un analista a La Silla que habló off the record. “Es un karma porque todo lo que haga le quita votos al Sí en vez de ponerle".
Bajo cuerda, muchos funcionarios y amigos del Gobierno –muchos de ellos incluso admiradores del Presidente- coinciden con esa apreciación. Y no es porque Juan Manuel Santos no se haya empleado a fondo para ganar un plebiscito en el que está en juego su proyecto bandera del proceso de paz y su misma gobernabilidad a futuro. Es porque si bien el Presidente, como analizó La Silla, era el “tipo” que se necesitaba para sacar adelante el proceso de paz, es la antítesis del líder que se requiere para ganar un plebiscito.
El karma del Sí
Las campañas de plebiscito, según coinciden varios expertos que han estudiado referendos en el mundo, suelen ser campañas esencialmente emocionales, en las que prima la aversión de la gente frente al riesgo y a la incertidumbre de un cambio en el status quo y en las que precisamente por eso la confianza que inspiren los voceros de las campañas y su capacidad de transmitir lo que pasará si ganan termina siendo determinante.
En el contexto de una campaña así, las debilidades personales e incluso las fortalezas de Juan Manuel Santos, terminan jugando en contra del Sí.
La más obvia y la que más han destacado los medios es que el gobierno Santos ha marcado permanentemente mal en las encuestas de gestión y la paz está ligada a esta administración. Más cuando una estrategia de los uribistas es convertir el plebiscito en un “plebisantos”, como ya le dicen.
En la última encuesta Ipsos, el 76 por ciento de los consultados desaprueban la gestión del Presidente y lo rajan en básicamente todos los aspectos de su gestión: incluso el manejo del paro camionero (en el que como demostró La Silla el gobierno ganó el pulso) y su política la pobreza, que ha bajado consistentemente desde que asumió como presidente. Como dijo el ex ministro irlandés para asuntos europeos Dick Roche tras perder el primer referendo frente al Tratado de Lisboa: “el problema en un referendo es que uno puede hacer la pregunta correcta, pero la gente responde otras preguntas”.
Como la gente rara vez es consultada sobre nada, los plebiscitos suelen ser aprovechados por los que votan para manifestar su insatisfacción con el gobierno de turno.
Pero más allá de la impopularidad de su gobierno, el estilo de liderazgo de Santos puede ser particularmente contraproducente en una campaña de plebiscito.
Primero porque Santos –como también lo revelan de manera consistente las encuestas- no inspira confianza en la gente. Y una de las cosas más importantes para ganar un plebiscito es que la gente confíe en que el líder le está diciendo la verdad, porque la diferencia entre votar Sí o No es tan trascendental que genera mucha ansiedad e incertidumbre en el votante.
En términos de sinceridad, Santos tiene un récord complicado
El profesor de Harvard y político escocés Douglas Alexander, dice en un artículo del New York Times sobre las lecciones del fallido referendo por la indepencia de Escocia en 2014, que lo que realmente importa en una consulta de este tipo no son las encuestas que rara vez aciertan sino "la pregunta central que tiene la gente en su cabeza en el momento en el que vota.”
“La campaña tiene que ser una conversación dentro del país acerca del país. Toca darle a la gente el permiso emocional para aceptar la evidencia, por eso la sinceridad importa más que cualquier eslogan”, agrega.
En términos de sinceridad, Santos tiene un récord complicado. No solo porque orgullosamente acuñó la frase de que “solo los estúpidos no cambian de opinión” sino porque –como contó La Silla en este perfil en 2010- durante su trayectoria antes de llegar a Casa Nariño (y con el objetivo de llegar allí) su patrón fue primero hacer una férrea oposición a los últimos tres presidentes de Colombia, para luego unirse a sus gobiernos pidiendo la cartera que le ofrecía mayores retos, visibilidad y la opción de acercarse más a su sueño de alcanzar la Presidencia.
Ya de Presidente, el patrón se mantuvo: pasó de hacer campaña sobre los hombros de Álvaro Uribe y la Seguridad Democrática para volteársele casi inmediatamente se posesionó; pasó de ser el más feroz crítico del presidente venezolano Hugo Chávez para graduarlo de “nuevo mejor amigo”; y pasó de asegurarle a Antanas Mockus ante las cámaras de televisión que grabaría en mármol que no subiría impuestos para luego hacerlo.
Su flexibilidad ideológica, que le ha servido en gran parte para lograr llevar con éxito la difícil negociación con las Farc, ha devaluado su palabra frente a muchos colombianos.
Esa falta de fe en el Presidente, unida a la desconfianza estructural que sienten la mayoría de colombianos hacia las Farc, es una combinación letal para el Sí. Y ya está siendo explotada con una encuesta que circula por whatsapp en la que le hacen varias preguntas al receptor como: "¿Usted confía en Juan Manuel Santos? ¿Usted confía en las Farc? Si contesta No, entonces vote por el No."
El Sí requiere, además, un voto de confianza en una visión de futuro. De ahí el éxito de la campaña de la Concertación con su mensaje ‘La alegría ya viene’, que le permitió a los chilenos visualizar un futuro sin Pinochet.
Santos, en dos mandatos que básicamente han estado amarrados a la negociación en La Habana, no ha podido transmitir a los colombianos esa visión de lo que viene más allá del proceso de paz.
En sus discursos insiste en que habrá más plata para educación, que los colombianos podremos por primera vez vivir sin ver todos los días la guerra transmitida por televisión, que podremos vivir en un país ‘normal’, como quedó explícito en su pasado discurso del 20 de julio.
Pero como dijo Rudolph Hommes en su columna de este domingo los colombianos "no saben qué tiene preparado el Gobierno para el posconflicto en las urbes”.
La desconexión emocional
Y parte de la incapacidad de articular y transmitir esa visión del futuro, obedece a que –en palabras de un analista político consultado- “Santos no es empático con las realidades diversas del país y no conecta con ellas. El Sí a La Paz representa distintas esperanzas para distintos grupos de colombianos”.
"Ha sido un proceso muy difícil, no entiendo cómo gente racional, bien informada, está en contra de la paz, en contra de un proceso tan bien programado y ejecutado. He sentido que estoy haciendo lo correcto, aunque muchas veces se siente uno incomprendido", dijo Santos recientemente en una entrevista con El País de España.
“¿Quién, en Colombia, recuerda haber vivido un solo día sin tener noticias del conflicto armado?¿Cuándo hemos pasado una sola mañana, una sola noche, sin ver en la televisión o escuchar en la radio sobre enfrentamientos, bombas, soldados y policías muertos o heridos, y guerrilleros también muertos o heridos?”, preguntó Santos en su discurso del 20 de julio.
La verdad es que para la mayoría de colombianos el fin de la guerra no llegará con la firma del acuerdo con las Farc sino que llegó en algunos lugares hace diez años con la Seguridad Democrática de Uribe o por lo menos hace dos con el cese unilateral de las Farc. Incluso en zonas como Villarica, Tolima, donde estará una de las zonas de ubicación de las Farc, la gente siente que con la firma del Acuerdo, la guerrilla 'volverá' a su tierra en cambio de desaparecer como lo hizo hace casi una década, según lo constató La Silla cuando viajó allí. Otros sienten que mientras subsista el Eln y las bacrim, seguirán teniendo "noticias del conflicto armado" incluso después de la firma con las Farc.
En todo caso, el pan de cada día de los noticieros desde hace por lo menos dos años no son las noticias del conflicto armado sino las imágenes de atracos captados por las cámaras de seguridad y filtradas a los medios generalmente por la Policía.
La seguridad en las ciudades es el miedo central de los colombianos urbanos hoy, como lo revela la Ipsos, y existe una idea generalizada por el auge de las maras en Centroamérica después del fin de la guerra que con la reinserción de los guerrilleros esa inseguridad empeorará en vez de mejorar. Ese miedo, por ejemplo, no ha sido despejado por el Presidente.
Esa incomprensión de "la calle" y su falta de confianza en los ciudadanos -que es inversamente proporcional a su conocimiento íntimo del poder y su fe en la maquinaria política- se suma a lo que quizás es la mayor debilidad de Santos en esta campaña, aunque en otros escenarios resulta una gran virtud: su extrema racionalidad.
Su talón de Aquiles, dijeron varias personas cercanas a él consultadas por La Silla cuando escribimos su perfil como candidato en 2010, es que Santos es como una máquina, que va cumpliendo paso a paso el plan que se trazó hace décadas. Aunque es un papá amoroso, en la vida pública, las emociones juegan un papel mínimo en sus decisiones, casi siempre motivadas por el logro de sus objetivos personales.
“Santos no conecta con la gente porque es demasiado racional”, dice su ex consejero de comunicaciones Juan Felipe Muñoz, director de la consultora en estrategias de comunicación Britten. “El reto que enfrentará el presidente será conectarse con la parte sentimental en la gente y no la racional.”
"Santos es el Hillary de este plebiscito. No despierta la emoción que se necesita"
Porque una cosa clara en los plebiscitos es que es una campaña principalmente emocional. “Se necesita un movimiento, no solo un argumento" porque para los votantes "la emoción significa tanto como los hechos”, es otra de las lecciones del escocés Alexander.
"Santos es el Hillary de este plebiscito. No despierta la emoción que se necesita pero ¿quien se atreve a decirle que se aparte?”, dijo una persona cercana al Gobierno.
Dos fuentes del círculo del Presidente le dijeron a La Silla que Santos es consciente de que si esta campaña se vuelve acerca de su gestión la pierde. Pero que aún así le cuesta trabajo dejarla en manos de otros.
En parte esto se debe a la megalomanía de Santos, que aunque insiste en que "La paz es demasiado grande para tener dueño”, en la práctica con gestos como nunca agradecer ni siquiera a los negociadores de la Habana y muchos menos a otros facilitadores de la paz, da la impresión de quererse llevar todo el mérito del Acuerdo con las Farc.
Como dijo Uprimny en su columna, el gobierno "tiende muchas veces a minimizar que el logro de la paz sería ante todo un esfuerzo y un mérito colectivos, al cual han contribuido muchos otros actores, fuera del Gobierno."
Uno de los de su círculo le atribuye esa dificultad de hacerse a un lado en esta campaña a una razón meramente emocional (lo que resulta paradójico para alguien que es visto tan racional): su obsesión con Uribe
“Él ve su pelea con Uribe también en el ring del plebiscito, quiere convertirlo en un triunfo contra Uribe”, dijo. “Toca sacarlo de allá”.
Como el plebiscito inevitablemente será una tercera vuelta entre Santos y Uribe, que ya decidió asumir la defensa del No, el riesgo que ven varios en la coalición oficial es que el Presidente termine nuevamente hablándole exclusivamente a su antiguo mentor y no a la franja de colombianos que están ávidos de contar con un líder que los convenza del Sí.
La campaña por el plebiscito hasta ahora arranca. Santos tiene de su lado para ganarla todo el aparato del Estado, los medios tradicionales, el establecimiento político y empresarial. Pero tiene un lastre: él mismo.

La Silla
Juan Manuel Santos Calderón
Presidente de la República