Los que hemos apoyado desde el primer día la solución negociada al conflicto armado con las Farc llevamos cuatro años literalmente contra las cuerdas, dando todo tipo de explicaciones y ahora –desde que se publicó el acuerdo final- tratando de justificar el punto tal de la página ciento no sé qué como si parar una guerra mediante el diálogo no fuese lo obvio, lo natural, lo deseable. Los beneficios de que alguien deje de disparar o de no usar explosivos en contra de los demás no deberían tener que explicarse.
Bastaría con decir, como lo están diciendo muchas de las víctimas de las Farc, que no queremos que lo que ha pasado siga pasando, ni que vuelva a pasar nunca más. Esta semana oí el testimonio conmovedor de una niña que fue víctima de la bomba del Club El Nogal cuando tenía 12 años y ayer en Hora 20 de Caracol Radio el de otra que fue secuestrada por la guerrilla a los 11 años en los que además de querer satisfacer su derecho a la verdad y a la reparación ponían por encima, en un acto maravilloso de generosidad, el deseo de que a nadie más le pase lo que a ellas les pasó.
A ellas y a uno de los miembros de la comunidad de Bojayá en el Chocó, que conocí en estos días en una reunión a la que llegó espontáneamente a ofrecerse para promover el Sí en el plebiscito, o a Eduardo, el hijo de Chucho Bejarano que nos lo mataron en el campus de la Universidad Nacional en Bogotá, les angustia, por encima de todas las cosas, que alguien pueda sentir el dolor que ellos sintieron.
Un trino que alguien escribió el lunes de esta semana cuando se formalizó el inicio de un cese bilateral de fuego y hostilidades entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc me hizo pensar en el alivio de las madres de los policías y soldados que prestan su servicio en eso que en Colombia hemos dado en llamar de manera displicente “zonas rojas” y en un debate que tuve en la tarde en el Centro de memoria de Bogotá me preguntaba si alguno de los dos políticos jóvenes e inteligentes que defendían con vehemencia el No serían capaces de ir a la casa de alguna de ellas el 3 de Octubre, si por desgracia llegase a ganar el No, a explicarles los sacrificios que será mejor que asumamos hasta que logremos un “acuerdo mejor”, que es que el punto 3 punto no sé qué ponía en riesgo la competencia de la Corte Suprema y que qué tal que esas 16 curules que se van a elegir en zonas que han sido afectadas por el conflicto sean ocupadas por personas afines a las ideas de las Farc.
Imagino que alivios parecidos sienten las madres de miles de hombres y mujeres jóvenes que forman parte de la guerrilla, de los que no saben nada hace años y que quizás puedan reencontrar pronto sin la zozobra del bombardeo.
En el programa de Hora 20 de ayer, además del testimonio de Laura, había un joven del Polo que decía que tenía la esperanza de que se cerrara este capítulo para ver si por fin se podía hablar de la calidad de la educación y de la suerte de los miles de jóvenes que ni trabajan, ni estudian. Imagino que él espera, como lo hacemos muchos, que en la “discusión” del presupuesto que se hace en el Congreso por estos días, alguien, así sea simbólicamente, consiga que se deje de comprar al menos un helicóptero de los que estaba planeado comprar y que con eso se reparen algunas de las escuelas que se vieron afectadas por la guerra.
La campaña del plebiscito que arrancó parece empezar a cambiar el tono. La respuesta a la pregunta de si apoya el acuerdo empieza a ser: Obvio que sí. Los actos de la campaña empiezan a tener el toque festivo de una sociedad que tiene todo que celebrar por la posibilidad de cerrar un capítulo amargo y por haberle salvado la vida a más de 400 soldados y policías que habrían muerto del 20 de Julio de 2015 a esta parte si no hubiese habido cese de fuego desde entonces. Ese era el ambiente festivo de unos mil jóvenes de varias universidades de Bogotá que ondeaban banderas blancas en el Parque de los periodistas ayer y el que anunciaron repetir, cada vez con más, todos los viernes hasta el dos de Octubre.
Las manifestaciones ciudadanas que han surgido en estos días han asumido esa actitud. El Sí se promueve con orgullo, no a la defensiva. Sin agravios. Sin tener que estar respondiendo todo el día a los otros. Hay que dejar de hablar de las mentiras de la oposición como lo ha hecho equivocadamente el gobierno hasta ahora.
Son los de No los que tienen que dar las explicaciones. Lo normal no es que se prefiera mantener el riesgo de que lo que ha pasado siga pasando, porque en la página ciento setenta y no sé qué dice que le van a dar una plata al partido político que se cree con ocasión de la conversión de las Farc en un grupo político, que es equivalente a la que le dan todos los años a un partido mediano.
Las razones de porqué creemos que es razonable hacer concesiones y reconocer beneficios a los miembros de la guerrilla que se desmovilizan voluntariamente, dejan de delinquir y aportan a la satisfacción del derecho a la justicia de las víctimas las hemos dado durante cuatro años, ahora nos toca es celebrar que todo esto se va a acabar.
