El lunes la trocha rojiza que conduce a la vereda La Libertad en Tibú, Norte de Santander, levantó más polvo que de costumbre.
Más de cien motos, ocho buses y cuatro camiones provenientes de Cúcuta, Pamplona, Venezuela y veredas cercanas la cruzaron desde que el sol apareció ese día con rumbo a La Libertad, lugar en el que las Farc organizó una de sus vigilias por la paz, eventos que hizo en varias regiones del país para demostrar que la gente quiere que se materialicen los acuerdos de paz tal como quedaron firmados y que lo hagan pronto.
En ese pedazo de tierra metido en uno de costados del Catatumbo, a dos horas largas de Cúcuta y a un kilómetro de la frontera con Venezuela, es donde 100 guerrilleros de la Unidad Frontera del Frente 33 de las Farc están preconcentrados desde que ganó el No.
Confiaban en que desde el 2 de octubre estarían movilizándose hacia Caño Indio, la vereda del Catatumbo donde quedaría la zona de concentración de su Frente, pero como no se refrendó el plebiscito, en su lugar, están en un punto de la selva monitoreados por el Ejército.
“¡Quién lo hubiera dicho!”, dijo ‘Katerin’, la guerrillera que coordinó la jornada, cuando trataba de explicar cómo habían pasado de enfrentarse con el Ejército durante 50 años -28 de los cuales ella empuñó el fusil- a ser custodiados por ellos. “Nosotros de corazón queremos la paz y el anhelo de que se acabe la guerra es muy grande pero estamos en una situación muy frágil. El ejército sabe las coordenadas de donde estamos...estamos como anclados”.
Están anclados en un campamento que por esos días estaba “todo encharcado”, en palabras de una de las guerrilleras, pero moviéndose políticamente. Ese día, esperaban que más de mil personas llegaran a acompañarlos.
"Desde el Caguán (en el proceso de paz con Pastrana) nosotros no habíamos podido hacer algo así, digamos legal y que viniera tanta gente. Máximo reuniones con 200 o 300 personas, la mayoría guerrilleros. Pero vernos con la comunidad así, nunca”, dijo Reinel Páez, comandante de esa unidad. Él, como los demás combatientes, estaba sin armas, de camiseta blanca, sudadera, botas militares y con sus brazaletes en el brazo izquierdo.
Un brindis por la paz
En una tarima de madera que le daba la espalda a la escuela de La Libertad, y con decoración alusiva a la paz, se abrieron los micrófonos para iniciar presentaciones de baile y canto sobre las diez y media de la mañana.
La primera en hablar fue Katerin, dándole la bienvenida a las juntas de acción comunal, y a líderes los movimientos sociales de la región.
Le dio paso a algunas de sus compañeras de la cuadrilla que prepararon un baile de bambuco para el evento. Antes del almuerzo un grupo de guerrilleros entonó canciones alusivas a las Farc que han escrito en el monte, a ritmo de carranga.
Cuando ya pasaban las dos de la tarde y era hora de reposar el almuerzo de carne, pollo, arroz, yuca y papa, el turno fue para la agrupación de vallenato y carranga de la Guardia Campesina de Ascamcat, la Asociación Campesina del Catatumbo que promovió el paro de 2013. Durante la vigilia, la guardia de Ascamcat era la que organizaba las filas de la gente para la comida.
Con esa música de fondo, los guerrilleros repartieron almanaques de 2017 en los que se leía “el año de la paz” entre los líderes de las juntas de acción comunal; a los niños les dieron helado y a los adultos los invitaron a hacer un brindis por la paz.
Sarahí, una morena de 26 años que lleva 16 como guerrillera, se paseó por entre la gente con una botella de vino venezolano y sin etiqueta ofreciéndoles una copa, a la que muy pocos se negaron.
Desde la tarima, Katerin decía, con micrófono en mano, que alzaran su copa y brindaran “para que el gobierno colombiano vea el clamor de todo un pueblo. Vea que todos los colombianos anhelamos paz.”
Sarahí caminaba entre los invitados con Hachi, el perro que tiene desde hace un año y a quien le puso así por la película sobre el perro que muere esperando volver a ver a su dueño.
“Ahorita vine a tenerlo porque antes era muy difícil. Desde el cese ya se puede pensar en este tipo de cosas. Él anda conmigo para todo lado”, dijo Sarahí, mientras le rascaba la barriga.
Esas cosas, según Sarahí, son aquellas para las que en la selva no hay “ni espacio ni tiempo”. Desde el cese bilateral el temor de una emboscada no los persigue, ahora lo importante es la formación política, a la que le dedican la mayoría del tiempo.
Siguen teniendo turnos para hacer vigilancia o preparar los alimentos. Sin embargo, desde hace meses dedican la mayoría de su tiempo a estudiar los acuerdos de paz y a su formación política.
“Ahora estamos mirando para hacer revolución sin armas. Ayudar la gente desde lo que uno haga. Si voy a a ser concejal o si me voy a quedar como agricultor pero ayudar a que todos tengamos las mismas condiciones de vida, buenas” dijo Jaime, uno de los guerrilleros encargados de la comida.
Aunque de esos temores propios de la guerra se han ido deshaciendo poco a poco, muchos guerrilleros rasos se sienten ahora abrumados pensando cómo va a ser su reincorporación a la vida civil.
Algunos llevan años de no ir a la ciudad. La última vez que Sarahi estuvo en una fue en 2010, cuando las Farc la movió de la Costa a Cúcuta para unirse a la Unidad Frontera. Otros, cada vez que salen a una misión o encomienda, se inventan una vida para poder interactuar con la gente del común.
“Es que es normal que a tí alguien te pregunte ‘hey, ¿cuál es la telenovela que más ves?’ o ‘¿por qué lado vives?’. Pero cuando llevas esta vida esas preguntas te paralizan. Tienes que inventarte algo y mantenerlo. Sobre eso muchos hemos hablado y sí, nos da miedo cómo va a ser al salir”, confesó Katerin.
Movilizados, sí o sí
Hacia las cuatro de la tarde, los guerrilleros empezaron a recoger los platos desechables y las botellas de agua y gaseosa veneca que estaban tirados en el piso. Al mismo tiempo y como respondiendo a la limpieza, empezaron a irse los primeros camiones y buses con la gente.
Aunque habían invitado a una vigilia y muchos pensaban que el evento iría hasta la madrugada, desde la tarima iban agradeciendo en tono de despedida.
“Vamos hasta las seis, por ahí. Usted sabe que estando acá, con tantos niños y ya de noche esto para la logística es complicado”, dijo el comandante, mientras tenía alzada a su hija de un año y medio.
“Es hija de guerrilleros”, me dijo. Al rato llegó la mamá, también con su brazalete. Dijo que la iba a bañar y a ponerle el disfraz para Halloween.
En medio de lo que parecía la clausura del evento, Páez, el jefe del frente, permaneció sentado, casi al final de la planicie donde habían ubicado las sillas y mesas para la gente. Estaba hablando con un hombre de civil.
”La tarea que nos pongan, esa haremos”
Muchos de los que se iban, lo buscaban para despedirse. “No se olvide de pasar por allá por mi casa, comandante”, le dijo una mujer, con deferencia. Otra le pidió el favor de que la contactara con su esposo, un guerrillero a quien llevaba diez años sin ver.
“A mí mucha gente me dijo que votaba por el No”, me dijo cuando me pudo hablar. “No porque fueran uribistas, no. Sino porque no querían que nosotros nos fuéramos. De cierta manera, se sienten protegidos con nosotros. Uno los entiende, porque ante la falta de Estado…”.
Páez, quien lleva más de 30 años en la guerrilla y es el encargado de las relaciones de esa guerrilla y el ELN y EPL en el Catatumbo, dice que hoy solo se dedica a promover la política entre sus hombres, mantenerse en comunicación con el Ejército por si sus tropas se van a mover y a esperar a que se destrabe el acuerdo.
De lo que aspira hacer luego de dejar las armas, no dijo mucho. Se limitó a decir que al igual que los 100 guerrilleros que tiene bajo su mando, está a la espera de que el Estado Mayor de las Farc les diga a qué se van a dedicar de ahora en adelante.
“La tarea que nos pongan, esa haremos. Nosotros seguimos en la lucha política. No nos vamos a desintegrar. Hay que esperar a que digan para qué es bueno cada uno”, dijo.
Lo mismo dijo Sarahí. Ella quiere estudiar odontología, pero no se ve abriendo un consultorio propio, tampoco formando una familia: “Yo seguiré con la revolución, como la organización demande”.
Katerin dice que tiene sueños propios, como ir a conocer Machu Pichu con su hermana, pero que también tiene “sueños obligatorios”.
“Se supone que en las zonas transitorias íbamos a mirar quién va a hacer qué. Si toca viajar pues viajar. Si hay que quedarse en la región, pues nos quedamos. Todo según las necesidades del proyecto político que continúa”, dijo Katerin.
Incluso, dice que el dinero que el Estado le va a dar a cada uno para que reinicien su vida de civiles tampoco va a ser para ella. “Todo va al fondo común” para la creación de la empresa de las Farc que quedó consignada en los acuerdos. Ecomún.
Entrada la noche, empezó otra fiesta. Nuevamente sonó la carranga y arrancó el concurso al mejor bailarín. Lo ganó Jeison, un guerrillero de unos 25 años.
Entre las cerca de 200 personas que quedaban, entre guerrilleros, milicianos y algunos muchachos de Marcha Patriótica que ya estaban alistando sus carpas para pasar la noche allí, las Farc repartió ron viejo de Caldas; para la cena, los guerrilleros salieron del monte cargando tres ollas gigantes de arroz, papa y carne.
Luego de la comida y cuando ya los guerrilleros estaban más dispersos, Katerin volvió a tomar el micrófono.
Esta vez llamó a sus compañeros para que tomaran una de las velas que estaban repartiendo cerca a la tarima y las encendieran para hacer un acto simbólico y grabar un video para el registro de los medios.
La invitación tuvo el efecto de una orden. En menos de un minuto, los guerrilleros se agruparon frente a la tarima, tomaron las velas y ondeandolas, repitieron las arengas que Katerin esbozó: “Acuerdo definitivo ya”, “porque el pueblo lo merece, el acuerdo permanece”.
Este show para las cámaras duró menos de diez minutos. Luego continuó la fiesta hasta las 9 de la noche, cuando los guerrilleros repartieron entre los que estaban la comida que sobró.
Luego se adentraron nuevamente en la selva a seguir esperando lo que pase en Bogotá.