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El chantaje de Mr. Santos: mi paz o el abismo

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El presidente Santos tiene todas las fichas de su reelección puestas en un proceso de paz que defendió con vergüenza hasta hace poco, que desde que está en campaña acomoda e interpreta según el titular del día, y que vende como si fuera un partido de fútbol.

Mr. Santos nos ofrece una paz sin sobresaltos. Se refiere a ella como un trofeo: “Vamos a ganar la paz”. En el camino a la prosperidad nos detendremos a recoger la paz –un requisito, un documento, una foto– y pasaremos de largo. 

Está claro que estamos en campaña y de lo que se trata es de ganar una elección. Como candidato Mr. Santos no va a salir a decir que la paz será costosa e implicará sacrificios y concesiones (el único político que anunciaba sufrimiento si votaban por él es Antanas Mockus, y ya sabemos cómo terminó eso). El problema es que antes de lanzarse a la reelección, Santos ya hablaba así. 

Por temor, por estrategia o por convicción, el Presidente habla de un proceso de paz autorreferencial: el proceso de paz es importante porque es el proceso de paz. Lo importante de alcanzar la paz es lograr la paz. ‘La paz total’, otro de los eslóganes de la campaña, es eso. Un todo que no dice nada.

La diferencia entre ese discurso y lo que pasa en La Habana asoma por las grietas de los acuerdos entre los negociadores. La desmovilización de la guerrilla y su incorporación a la sociedad civil pasaría, entre otros, por curules en el Congreso, penas alternativas, medios de comunicación y uso de la tierra. Ganar la paz es perder un poco.

Con ese nivel de disociación no sabemos cuál es la paz que apoyamos. Pero tener que comprar el producto simplemente por su nombre no es lo que más me molesta. Al fin y al cabo, una negociación es un ejercicio imperfecto de equilibrismo que desemboca en el terreno de lo posible. Lo que a estas alturas me parece inaceptable es la forma como el Presidente juega con ese proceso tan frágil para que lo apoyemos.

Ayer Caracol dijo que el gobierno estaba evaluando la suspensión de los diálogos de paz hasta que terminara la elección presidencial. Sospecho que a algún asesor del Presidente le pareció buena idea echar a rodar esa versión como respuesta a la terrible noticia del los ‘niños-bomba’ aparentemente usados por las FARC en Tumaco. La idea detrás sería mostrar músculo, enviar el mensaje de que el Presidente es, al final de cuentas, el que decide el ritmo del juego en La Habana.

El amago se diluyó temprano el viernes cuando las FARC anunciaron un cese unilateral al fuego, y desapareció del todo en la tarde, cuando se supo que en La Habana ya estaba firmado el acuerdo sobre cultivos ilícitos.

¿Cómo no imaginar que los negociadores del gobierno en La Habana tienen un teléfono rojo conectado a la campaña de Santos? ¿Cómo no suponer que cada una de estas movidas tiene el propósito de forzarnos la mano? 

En enero pasado Mr. Santos le dijo a El País de España: “Este proceso debería, en teoría, continuar con o sin Juan Manuel Santos porque este es un proceso, no de Juan Manuel Santos, no de mi Gobierno, es un proceso de los colombianos; y yo he tratado de vender esa idea”. Si a alguien le vendió esa idea, fue al periodista español que lo entrevistaba. Por estas tierras nunca llegó esa moda.

A poco más de una semana de la elección, Mr. Santos sabe que el voto pragmático no tiene alternativa. Es él o el abismo. El abismo de la guerra –que es como él quiere que lo veamos– y el abismo de la alternativa –que es como terminaremos viéndolo–: que el próximo Presidente de Colombia entre a la Casa de Nariño llevado a cabestro por Álvaro Uribe.

No tengo duda de que ante un riesgo semejante votaré por Santos. Soy anti-santista hasta donde sea posible y santista hasta donde sea necesario. Acá ya no será posible oponerse, y la necesidad tendrá cara de obligación. O mejor, cara de chantaje. 


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