La historia se repite esta vez como tragedia. En el 2002, los colombianos teníamos las mismas discusiones, con actores parecidos y tratábamos de resolver los mismos dilemas.
Había un candidato que exigía romper un proceso de paz que adelantaba el gobierno del presidente Andrés Pastrana con la guerrilla de las Farc y otros que creían que el proceso era un desastre pero que era necesario persistir en la solución negociada al conflicto y no confiar exclusivamente en la solución militar.
Algunas personas –Glorias Cuartas, la gente de la Unión Patriótica- señalaban al candidato de la solución militar como aliado de los paramilitares. La gran mayoría no creía en esas acusaciones y, al contrario, lo consideraban un buen político, que había sido buen gobernador de Antioquia y en general una persona decente. Sin embargo, representaba valores conservadores y la guerra. Unos se sumaron a esa causa. Era un tipo “buena persona”.
Otros creían que los dos candidatos con mayores opciones representaban al mismo establecimiento y que si bien uno no pensaba como ellos, el otro representaba el proceso 8000 y la corrupción y la politiquería. Era mejor votar por alguna de las otras opciones o hacerlo en blanco. No importaba que ganara el candidato de la guerra pero no iban a legitimar al que representaba la politiquería.
Finalmente ganó Álvaro Uribe en la primera vuelta presidencial. Los que se fueron con él ahora lo combaten e incluso algunos como la candidata a la Alcaldía de Bogotá, Gina Parody, que formó parte de su círculo más cercano ahora –como Gloria Cuartas entonces- lo acusa de paramilitar. Otros de los que prefirieron las otras opciones después hicieron alianzas políticas con él, como Noemí Sanín o Lucho Garzón, y ahora lo cuestionan duramente.
Algunos, como Juan Manuel Santos, que no eran ni de los unos ni de los otros, después se sumaron a su causa y ahora también lo señalan de haber cohonestado con la corrupción y la alianza entre políticos y organizaciones criminales.
En el entre tanto el conflicto produjo algo más de 12 mil muertes y millones de víctimas. Uribe se hizo reelegir y se quiso quedar en forma indefinida. Persiguió a los jueces, estigmatizó a los opositores, debilitó la descentralización, promovió un modelo económico que aumentó la desigualdad, otorgó beneficios tributarios a los propietarios de capitales e hizo elegir al candidato de sus preferencias con claro abuso del poder que después él mismo ha confesado cuando le reclama no haberle sido leal. También -hay que decirlo- debilitó militarmente a la guerrilla de las Farc aunque no logró terminar el conflicto.
Llama la atención que decenas de personajes políticos que han estado con Uribe ahora no estén y al contrario lo acusen de todo tipo de cosas que ocurrieron durante su gobierno y de ser una persona de mala condición humana.
Ahora los ciudadanos tenemos que escoger entre dos opciones que parecen representar los mismos dilemas de hace doce años: guerra o politiquería. También ahora hay quienes dicen que no se quieren dejar meter en esa disyuntiva que prefieren votar en blanco como el senador Jorge Robledo y que los dos candidatos son lo mismo.
El candidato del uribismo es calificado por muchos como “una buena persona” y un hombre decente. Allá han llegado personas que como Marta Lucía Ramírez estuvieron en su momento con Uribe y se fueron porque no compartían algunas de sus prácticas. Allá hay tecnócratas. Aunque muchos medios toman partido, otros dicen que es un orgullo que Colombia tenga los candidatos presidenciales que tiene, que de cualquier manera vamos a quedar en buenas manos.
Unos dejaron en “libertad” a sus electores. Otros proponen usar tapabocas. Los de más acá preguntan cuál es la diferencia.
Mientras tanto la manera de terminar el conflicto se convierte en el pretexto. Santos persiste en mantener esa única oferta, la paz, que no es menor pero que a muchos les parece insuficiente. Zuluaga cambia de posición en función del escenario y la audiencia. Se entusiasma, como en la convención del Centro Democrático y el día del triunfo en la primera vuelta y se deja llevar por el deseo de romper. Sus asesores le dicen que hay que matizar y convoca una rueda de prensa. Se reúne con empresarios y subraya la mano dura.
La que sí no había ensayado era la de darle continuidad al proceso. Esa propuesta la sacó en el acto de adhesión de Marta Lucía Ramírez, después se supo que detrás de esa declaración estaban los mismos creadores de El Caguán: Camilo Gómez y Alvaro Leyva. Un ingenuo irredimible y un perverso incorregible. Pero esa es otra historia.
La historia de hoy es la de la permanencia de los dilemas. Para resolverlos tenemos un camino recorrido, unas lecciones aprendidas, una historia que contar.