Como en las mejores épocas de Belisario Betancur, la palabra paz está en todas las bocas. No sólo como manoseada estrategia de campaña sino, persistente, en los discursos de posesión y las conversaciones de pasillo con los periodistas. “Todos con la paz,” informan los medios excitados como veinteañeros a las cuatro de la mañana, con la noche de tragos encima, y el amanecer demasiado cerca para irse a dormir. ¡Otro trago por la paz! ¡Y que siga la fiesta!
La sensatez de Juanita León, que nos explicó qué paz habrá, y por qué, y por quién, queda diluida como unas gotas de limón en un litro de cerveza fría.
La austeridad del intelectual santista, el comisionado de paz Sergio Jaramillo, desaparece a esta hora de la fiesta, cuando los vecinos se aburrieron de llamar a la policía, el autonombrado DJ le sigue subiendo al volumen, y las borrachas se abrazan en la improvisada pista de baile clamando por la paz. El comisionado hace rato se fue para su casa, a dormir con la cabeza bajo las cobijas, esperando que el 7 de agosto se acabe la fiesta, y enfrentar la tremenda resaca.
Como ha dicho Jaramillo en todos los escenarios, y repiten juiciosos los documentos producidos por su oficina, no se trata de la paz. Es el fin de conflicto. El fin del conflicto con las FARC, para mayores señas. O quizá deberíamos decir, si eso no fuera ser demasiado precisos, el fin del conflicto con el secretariado de las FARC y los comandantes y bloques que sigan su mando.
Es el fin de uno de los conflictos, pero no de todos, incluso si llegara la paz con el ELN. Hay y habrá bloques que no harán la paz, y guerrilleros que se empleen, ahora sí sin trabas, en las multinacionales de la coca. Hay y habrá numerosas pequeñas bandas de antiguos combatientes que encontrarán la persistencia de su forma de vida en la extorsión a comerciantes y el secuestro. Y quizá incluso tengamos algunos iluminados que en nombre del comunismo y los ideales “vendidos” funden nuevos grupúsculos guerrilleros, radicalizados y dispuestos a todo. Hay y habrá miles de muchachos que se escaparán de entre los dedos de las agencias de desmovilización, y terminarán temprano antes que tarde, muertos a bala en algún potrero.
Aún así, el fin del conflicto armado con las FARC sigue siendo atractivo; un cambio de época para todos. Y si con el fin del conflicto armado vienen algunas reformas a la iniquidad del campo, a su desigualdad grotesca y a las muchas formas en que las instituciones perpetúan la miseria rural, bienvenidas sean. Los países pasan a menudo por umbrales , vistos con claridad sólo después de muchos años, y quizá este sea el nuestro.
Pero el fin del conflicto, en estos términos, no da para una fiesta. Máximo da para unas cervezas en una tienda, y para caminar despacio a casa a las once de la noche mirando las estrellas, contemplando el fin de las FARC como guerrilla.
La sobriedad que requiere la posibilidad del fin del conflicto tiene poco que ver con el trasnocho por la paz, y con el manoseo de una palabra que de tanto usarla significa poco, o nada.
Otra forma de verlo es que la paz es nuestro poderoso significante vacío; esa idea política que sin tener un significado concreto aglutina las emociones políticas, generando acuerdos entre facciones contrarias precisamente por lo poco que significa y lo mucho que evoca. Es nuestro significante vacío, tan poderoso como lo han sido para otros, en otra épocas, patria, libertad, igualdad, familia y alguna religión.
Así, la paz aparece luminosa y seductora en la imaginación de los borrachos a medida que avanza la fiesta, aumentan los abrazos, se reconocen los amigos, se diluyen las diferencias con los contradictores y quieren cada vez más a la patria, o lo que es lo mismo, a la selección Colombia. Avanza la fiesta y en un rincón rumia su odio también aumentado por el alcohol alguien de pasado turbio, a quien las memorias de desplantes y agravios atormentan más con cada trago que se toma. Las chicas más lindas saltan acompasadas al ritmo de la música compitiendo por la atención del más guapo, y la promesa del amor perfecto. Nadie sabe cuándo acabará la fiesta, y todos corean “¡Qué viva la paz! Qué viva Colombia! ¡Qué viva James, nojoda!”
Posdata: Por razones de trabajo, a partir de agosto viviré en los Estados Unidos durante un año. Durante este tiempo no participaré en La Silla Vacía. Regresaré a en agosto del 2015, cuando espero que la generosidad de Juanita León me permita retomar este ejercicio intermitente de bloguera.