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Lo bueno, lo malo y lo feo de Santos I

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A una semana del final del primer período presidencial de Juan Manuel Santos, La Silla empieza a hacer el balance de su gobierno.

Esto es lo mejor, lo peor y lo más feo de estos cuatro años:

Juan Manuel Santos apostó su capital político y su puesto en la historia a encontrar una solución estructural al conflicto. Aunque hasta ahora no ha logrado hacerlo, el esfuerzo es lo mejor que ha tenido un gobierno que ha tenido problemas para encontrar una narrativa pero que terminó girando alrededor de la paz.

La negociación con las Farc es la movida más visible en esa apuesta. Esa negociación, a diferencia de los esfuerzos anteriores de los gobierno de Betancur, Gaviria y Pastrana, ha tenido una estrategia clara que incluye una hoja de ruta acordada con las Farc, un temario delimitado y unas reglas de juego que permiten que las negociaciones no sean usadas por la guerrilla para fortalecerse (por ejemplo, evitar los despejes y negociar sin parar las acciones militares).

A eso no solo se le suman las otras fichas que permitirían que funcionara en eventual acuerdo, como el Marco Jurídico para la Paz, sino otras iniciativas orientadas a atacar algunas de las cosas que alimentan el conflicto.

Las iniciativas que se vinculan más claramente son el proceso de restitución de tierras o la promulgación de la Ley de Víctimas (que reconoció la existencia de un conflicto armado) van en esa dirección, pues tratan de romper el círculo vicioso del conflicto en el que las víctimas, ignoradas por el Estado, pueden terminar convertidas en victimarios.

Hay otros programas del gobierno que encajan en ese mismo esfuerzo, pero ya enfocados en superar la pobreza. Los programas del Departamento de Prosperidad Social, y especialmente de la Agencia para la Superación de la Pobreza Extrema o la Ley de Vivienda han ayudado a reducir la pobreza en el país - y, como priorizan a las víctimas del conflicto, encajan en este logro del gobierno Santos.

Hubo otros temas, que no fueron grandes banderas del Gobierno, pero que también le salieron muy bien evaluados como el control a los precios a los medicamentos o el haberle dado juego a técnicos como Juan Ricardo Ortega en la Dian, Luis Fernando Andrade en la ANI o Luz Helena Sarmiento en el Ministerio de Ambiente.

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Lo que quizás le salió peor a Santos en estos cuatro años es que sus grandes apuestas dieron pocos resultados, en parte porque cambió de énfasis a medida que avanzó su gobierno.

Su primer énfasis era el de la prosperidad democrática, una idea etérea que el Plan de Desarrollo aterrizó en las cinco “locomotoras”. Pero éstas a duras penas arrancaron.

Como explicamos al evaluarlas, solo la de vivienda anda a buena velocidad, mientras que en minería, innovación, agro e infraestructura el Gobierno solo arregló los rieles.

Aunque en general le fue bien en sacar leyes o en crear entidades y reorganizar sectores, desde el de inteligencia (donde eliminó el DAS y creó la Dirección Nacional de Inteligencia, con un Inspector autónomo) hasta la minería (donde reorganizó la ventanilla minera y se puso a organizar los títulos mineros concedidos sin mayores requisitos por el gobierno Uribe), eso no se ha reflejado en resultados concretos.

En cambio, en las áreas en las que ha ido bien al Gobierno no han sido su énfasis: ni la caída del desempleo ni la reducción de la pobreza han sido sus grandes apuestas, como tampoco el mejoramiento de las relaciones con los vecinos.

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Lo más feo de Santos es que con él no es fácil saber a qué atenerse, un rasgo que quedó claro desde cuando se hizo elegir con las banderas de Uribe para luego cambiarlas por unas contrarias.

Esa falta de claridad se nota en muchas de sus declarariones públicas, en las que puede pasar de convertirse en uno de los grandes críticos de Hugo Chávez a hablar de él como su “nuevo mejor amigo”; o pasar de defender a rechazar la reforma a la justicia después de que se armó una ola de rechazo en la opinión pública; o decir un día que “el tal paro agrario no existe” para luego echarse para atrás.

Además de esos cambios de parecer, que muestran a un Presidente sin un norte claro más allá de las negociaciones con las Farc, Santos muchas veces habla con eufemismos u oculta realidades que no quiere mostrar.

Por ejemplo, aunque el PIN le puso votos en las elecciones de 2010 y desde que empezó el gobierno quiso estar en la Unidad Nacional, Santos nunca se tomó la foto con ellos y terminó siendo su tinieblo.

Algo similar pasó en la campaña para la primera vuelta de este año, cuando Santos recibió el apoyo de senadores cuestionados por diferentes motivos, pero no quiso subirse con ellos a la tarima, algo que tuvo que cambiar para la segunda vuelta.

Otro caso es el de la famosa “mermelada”, que Santos sigue defendiendo como inversión social cuando es dinero que los congresistas manejan a su antojo y en muchos casos ha terminado en manos de aliados o de contratistas amigos de ellos.

Y uno final es que aunque le diomjuego a los tecnócratas, también entregó entidades claves a políticos, desde las fichas de algunos senadores conservadores en el agro hasta haberle entregado la Unidad de Consolidación al político nariñense Germán Chamorro, ficha de La U.

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