Mi última entrada ya es un periódico de ayer (abajo está el texto). No había terminado de escribir que Iván Cepeda le estaba dando un debate como regalo de bienvenida a Álvaro Uribe, cuando el Congreso negó la proposición. Resultado: 52–32 y siguiente punto en el orden del día, señor secretario.
Según varios senadores del Polo, el Partido Verde y el Partido Liberal, nunca antes en el Congreso se había negado una proposición de debate. Se había dilatado, se había aplazado, se había dejado de última en la agenda, pero no se había negado de plano. Lo cual quiere decir –dicen– que es ilegal. Desde la otra orilla dicen que lo que pasó no está prohibido ni permitido. Es decir, una de esas lagunas de la ley que ponen a salivar a los abogados.
Un problema distinto es si se trata de una violación del derecho a la libertad de expresión de Iván Cepeda, de los otros senadores que lo respaldaban y, en general, de las minorías del Congreso. Complicado. Creo que hay buenos argumentos a favor y en contra:
- Sí, porque la decisión mayoritaria evitó que un grupo de congresistas se expresara sobre un tema de interés general, propio de su actividad parlamentaria de control político. En el futuro, se corre el riesgo de que las mayoría bloqueen debates sobre cualquier tema que consideren inconveniente –como éste–.
- No, porque el reglamento del Congreso permite regular el uso de la palabra –y los temas sobre los que se habla– y evita que bajo el supuesto de expresarse libremente un discurso capture la atención y el tiempo de las sesiones. El reglamento se convierte en el moderador de voces: no permite que una voz se oiga tan duro que termine por opacar las otras (especialmente si el tema del debate es contra una de esas voces).
Me inclino más por la primera posición, pero dejemos parqueada esta discusión para hablar de la parte política. Decía en el texto incial que si Mr. Santos quería mantener las aguas mansas en el Congreso, tenía que desactivar ese debate. Y lo hizo. ¿Cuál era la apuesta de Iván Cepeda?
Poner contras las cuerdas a Álvaro Uribe hoy fue, cuando menos, una movida bastante ambiciosa. Apenas se están enfriando las aguas de las elecciones, aún hay gente mostrándose los dientes por la repartición de oficinas y, hasta esta mañana, no se habían conformado las comisiones permanentes. Peor todavía, en el Senado hay 50 senadores nuevos –en comparación con el periodo anterior– comenzando a mirarse las caras. Lo que hizo Cepeda fue salir a buscar pelea el primer día de clases.
Si dejan de lado por un momento el nombre del famoso protagonista, la idea del debate era un intento de encerrona a mansalva. Proposición: debate sobre usted, que es un delincuente.
Los anti-uribistas saltarán inmediatamente a decir, claro, ¡es que es un delincuente! El problema, señores y señoras, es que el inefable ex presidente no tiene condenas judiciales, acaba de llegar al Congreso con una bancada de 20 senadores y por poco le daña la reelección a Mr. Santos (y, si no fuera por la Corte Constitucional, ¡probablemente seguiría siendo el Presidente!). Uribe es una fuerza política, con bastantes enredos judiciales en sus huestes, pero una fuerza política.
A eso se suma, por un lado y como decía La Silla Vacía, el temor de varios senadores de que quedara el antecedente de que cualquiera de ellos podría ser el siguiente en pasar al banquillo. Y, por el otro lado, el temor –o, más bien, la jartera, carajo– de Mr. Santos de que en el edificio de al lado se armara una gallera y que en todos los televisores que prendiera apareciera Uribe hablando.
Entre los 52 senadores que hundieron la proposición del debate seguramente hay más de uno que no quiere que se hable de paramilitarismo en el Congreso. No obstante, para muchos la votación giraba alrededor de cómo manejar el factor Uribe. Algunos de los 32 que votaron a favor también debieron tener la misma preocupación en mente, pero no iban a concederle el punto al uribismo ni a callar a Cepeda. Ahí queda sobre la mesa un punto clave: ¿cómo piensan manejar a Uribe la izquierda menos radical y el centro? Querrán simplemente cantarle la tabla para ganarse unos aplausos –mientras él se radicaliza y las arañas anidan en los expedientes judiciales–, o buscarán una manera más estratégica de enfrentar su proyecto político?
Nota: añadí la frase «algunos de los 32 que votaron a favor también debieron tener la misma preocupación en mente, pero no iban a concederle el punto al uribismo ni a callar a Cepeda», del último párrafo, después de publicar el texto.
-------
Entrada anterior. El regalo de bienvenida de Iván Cepeda para Uribe: una plenaria
Hace menos de dos semanas se instalaron las sesiones del Congreso y ya está sobre la mesa el plato fuerte: un debate político a Álvaro Uribe Vélez. Como si no hubiera sido suficiente con el micrófono que tuvo durante cuatro años como ex presidente y el que tendrá como senador cada vez que vea la luz roja de una cámara, Iván Cepeda quiere darle a Uribe una plenaria como regalo de bienvenida.
“Tiene más reversa un paracaídas abierto que el debate”, dijo Cepeda la semana pasada. En teoría, el senador del Polo Democrático tiene información nueva sobre los supuestos vínculos de Uribe Vélez con el paramilitarismo. Es posible que la tenga, claro, pero mucho me temo que de las acusaciones de ex paramilitares y paramilitares y amigos de paramilitares que recogió Cepeda, solo quedará un round político; una pecheada de egos, con el riesgo usual de que el acusado termine luciéndose ante el acusador.
¿Recuerdan el show de la audiencia del ex presidente en la comisión de acusaciones en 2011? En ese entonces ni Uribe ni su escolta eran senadores, pero igual desplegaron toda su parafernalia en el Congreso, franqueados por Jaime Lombana y Jaime Granados (los Litigantes de Última Hora), para terminar volviéndose el centro de atención. Al final, el uribismo diluyó todo en medio de leguleyadas, victimizaciones de Uribe y sus defensores, y arengas desde las barras (pásense por la galería de fotos que publicó La Silla Vacía entonces).
Acá va a pasar algo similar. Es cierto que hoy Uribe tiene que hacer fila para hablar, como cualquier senador, y que Iván Cepeda no estará solo en su esquina. Sin embargo, el uribismo tendrá a su bancada entrenada, lista para defenderse a punta de ataques. José Obdulio Gaviria expondrá un largo sofisma sobre el sofisma de los griegos; Paloma Valencia comparará al Polo –y a Santos, para no perder la costumbre– con Castro, Maduro y Stalin, y Alfredo Rangel leerá alguna cosa que le dicte su jefe.
Iván Cepeda, que por supuesto quiere mostrar la dureza de su cuero, será el primero en recibir todo tipo de acusaciones. Le dirán guerrillero, a pesar de que no lo es; le dirán que es cómplice silencioso de los atentados de las FARC, a pesar de que los condena, y le recordarán que un frente de esa guerrilla lleva el nombre de su padre, Manuel Cepeda, como si eso explicara su asesinato.
Al final no ganará el que más pruebas exhiba sino el menos escrupuloso para acusar, el que más ruido haga, el más paciente para agotar al contrario. Y ya sabemos quién tiene un kilometraje largo en esa categoría.
Como resultado, el honorable Congreso que Mr. Santos instaló para la paz empezará en guerra. Quedarán heridas abiertas que arderán con el jugo de limón de los acuerdos de La Habana –si es que existen, si es que llegan–.Y de las denuncias de Cepeda contra Uribe solo tendremos de recuerdo las actas mal transcritas del Diario Oficial.
Según Cepeda, la extrema derecha quiera evitar el debate. No es el único sector. La movida es poco estratégica, como escribió Juan Diego Restrepo en Semana.com. La propia Claudia López, aliada del senador del Polo y anti-uribista de primera fila, dijo el domingo que los enredos judiciales del uribismo “requieren menos debate político y más acción judicial”. Firmaría ese tuit también yo.
Si Mr. Santos tiene alguna intención de empezar a rellenar ese muñeco vacío de la paz, tendría que ser el primero en desactivar el debate. El costo de las enemistades con Uribe –la de él y la de Cepeda– no puede ser que el Congreso se convierta en una gallera. Parece inevitable, pero al menos hay que tratar de evitarlo. De lo contrario, cualquier paloma que aterrice en el Capitolio será desplumada antes de la primera foto.