Pasacalles como éste para la protección de las especies en peligro están por toda la zona y reflejan el compromiso de la población con mantener el ecosistema conectado. |
En los bosques alrededor de la carretera de entrada a Filandia, en plena zona cafetera del Quindío, se ha vuelto común ver monos aulladores, armadillos, gallitos de roca y hasta especies amenazadas como la pava caucana.
Esto sucede desde que se conectaron los bosques de Barbas y Bremen, un proyecto que es considerado -entre los biólogos y ecólogos- como uno de los experimentos más exitosos de restauración de ecosistemas del país y también como la iniciativa más innovadora a la hora de persuadir a la gente para que le apueste en sus predios privados a la conservación.
Sin embargo, desde que se le entregó la licencia ambiental a un proyecto de tendido eléctrico de la Empresa de Energía de Bogotá, los temores de que el proyecto pase por en medio de esta zona se sumaron a una creciente tensión social en Quindío y Risaralda, donde el tema genera bastante polémica y ya se ha topado con la oposición férrea de la gobernadora quindiana Sandra Paola Hurtado.
Hace una década Barbas-Bremen no era sino Barbas por un lado y Bremen por el otro. Alrededor de Circasia, Filandia y la zona rural de Pereira estaban dos de los parches mejor conservados -aunque aislados- de selva húmeda andina, como la que recubrió por completo al Quindío hasta que comenzó su colonización a mediados del siglo XIX.
Pero en medio de los dos bosques había una franja ancha de potreros resecos y pastizales, bordeando la carretera de diez kilómetros que lleva desde Filandia hasta la Autopista del Café entre Armenia y Pereira, y que impedía que las especies de un lado cruzaran al otro.
En ese momento nació un ambicioso proyecto para conectarlos mediante unos 'corredores biológicos', unos túneles vegetales que -al ser poblados con las mismas especies- terminarían entretejiendo los dos bosques y se convertirían en pasadizos para los animales y las semillas. Era la joya de la corona del Proyecto Andes, el primer gran proyecto del Instituto Humboldt que conceptualizó su primer director Cristián Samper -luego número uno del Instituto Smithsonian en Washington- y que lideró el ex ministro de Ambiente Carlos Costa.
La meta iba más allá de este rincón en el norte del Quindío. Al unir a Barbas con Bremen, se logró formar una cadena de bosques continua desde el cercano Parque Nacional Los Nevados hasta el del Cañón de Las Hermosas en el sur del Tolima, pasando por el santuario Otún Quimbaya y la reserva de la biósfera del Macizo Colombiano.
La idea era relativamente sencilla, pero requirió un aterrizaje complejo. Sobre todo porque la mayoría de esos predios son privados, por lo que tuvieron que convencer -uno por uno y con fotos satelitales- a sus propietarios. A cambio de su compromiso a cinco años y de permitir investigaciones científicas en sus predios, recibieron incentivos como un descuento del 30 por ciento en el impuesto predial.
Así nacieron los cuatro hilitos de bosque, de un par de kilómetros, que unen a Barbas con su gemela Bremen.
El primero, que nació hace unos ocho años y que los niños del pueblo bautizaron el corredor de los monos, es ya un bosque secundario, con árboles de diez metros de altura y lleno de los bejucos que usan los artesanos filandeños para tejer sus famosos cestos. Al recorrerlo, La Silla vio un mono aullador y una pava colorada, una de las especies amenazadas mundialmente -junto con la tángara multicolor o la rana rubí- que habitan en la zona.
El segundo, el de los laureles, es menos tupido pero ya tiene a sus árboles de tamaño definitivo. En el tercero, el de las pavas, comienzan finalmente a separarse del suelo -tras 17 años- los penachos de las palmas de cera transplantadas allí. Y en el último, el de los colibríes, apenas están plantados desde hace tres años los árboles pioneros, que son las especies de crecimiento rápido -yarumos, sietecueros y arbolocos- que dan forma al corredor antes de que se siembren las que requieren sombra y crecen con lentitud.
“No sólo fue innovador acá. Fue el primer proyecto de corredores que se hizo en Suramérica y muy probablemente en toda América Latina”, cuenta el ecólogo Luis Miguel Renjifo, que lideró el proyecto desde el Humboldt y que venía pensando en el problema desde que hizo su tesis de doctorado de la Universidad de Missouri sobre los efectos de los bosques fragmentados en las aves.
Afuera de estos, a un lado de la autopista del Eje Cafetero, se hizo otro experimento. El Humboldt convenció a los vecinos que les permitieran introducir unas “herramientas del paisaje” dentro del paisaje: cercas vivas de árboles nativos, siembra de árboles en los bordes de las cañadas, cerramientos completos de los humedales para que los animales no tomen el agua y promesas de no tocar los pequeños relictos de bosque que se mantienen. Es decir, pequeñas intervenciones que ayudan a prolongar los corredores de flora pero sin cambiarle el uso productivo a la zona.
Todo el tiempo lo hicieron mano a mano con la comunidad. Casi todos los árboles los sembraron con los niños del pueblo y los cultivaron en un vivero de especies nativas que llegó a ser el más grande de América Latina. Para que fuera durable, ayudaron a los filandeños a fomentar el ecoturismo y la cestería con los bejucos del bosque, una actividad tradicional que iba desapareciendo pero que resulta benéfica porque convierte a sus artesanos en guardabosques informales.
En total, se invirtieron a lo largo de cinco años alrededor de dos millones de dólares en un proyecto en el que trabajaron mano a mano el Humboldt, Parques Nacionales, la alcaldía y el consejo filandeño y las corporaciones autónomas de Risaralda y Quindío.
El Banco Mundial y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF) pusieron la plata para hacer los corredores, el gobierno holandés la de los paisajes rurales y la Fundación MacArthur gringa financió la estrategia de trabajo con las comunidades.
Aunque ya han pasado nueve años desde que comenzó el primer corredor, la restauración de un ecosistema es un proceso lento y no es fácil mostrar la evidencia exacta de su impacto. Pero los indicios son sólidos.
“Han sido efectivos los corredores porque ya sabemos que algunas especies de aves están pasando y todo parece indicar que los monos también. Hay una osa de anteojos, con cachorro, a la que han visto pasar la carretera por los corredores”, dice Renjifo.
Los monos aulladores, que no están amenazados pero que se convirtieron en la cara visible de Barbas-Bremen, están cruzando y eso ha permitido que se enriquezca su flujo genético. A los gallitos de roca, una especie muy huidiza y que nunca se había visto en Quindío hasta este proyecto, también los han visto atravesar y la zona ya fue declarada Área de Interés para la Conservación de las Aves (Aica) por Birdlife International.
Pese a los reductores de velocidad en la carretera en la última semana se encontraron 18 animales atropellados, sobre todo culebras, una mala noticia que de todos modos prueba la movilidad de la fauna local.
Justo el fin de semana en que La Silla visitó la zona, el Humboldt organizó una de sus 'ventanas de investigación' allí con varias universidades. En cinco días de trabajo de campo ya habían hecho varios hallazgos: un murciélago -el de nariz ancha de Thomas- que no se había visto nunca en Quindío, otro que solo se observa por segunda vez. De las ocho especies endémicas de laureles, en dos se registró apenas el segundo árbol de la especie. De otras, como el manzano del monte y el cedro negro -ambas escasas- se toparon con poblaciones grandes y abundantes semilleros.
Con un sistema de fototrampas que han instalado en los corredores capturaron decenas de fotos de animales, desde guatis, chuchas locas, jaguarundis y dos especies de tigrillos, algunos de ellos observados por primera vez en la zona.
Eso es, según ellos, apenas una fracción de lo que podría haber. “Uno mete la mano en un saco y es lo que alcance a sacar. Puede haber diez veces más”, explica Hugo Mantilla, uno de los mayores expertos en murciélagos del país y presidente de la asociación nacional de investigadores en mamíferos.
“No tiene nada que envidiarle al Amazonas”, dice María Fernanda González, la jefe de botánica del Humboldt.
El experimento fue considerado tan exitoso que los corredores se replicaron en Providencia, en los alrededores del volcán Cumbal en Nariño y en la laguna Pedro Palo, en el occidente de Cundinamarca. Y las herramientas del paisaje rural se están adoptando en la zona rural de Usme.
Aunque la tensión social comenzó hace un año, ahora volvió a resurgir desde que la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla) le otorgó en junio la licencia ambiental al proyecto bautizado como 'UPME 2-2009'. Ese es el nombre técnico para la red de transmisión eléctrica de 230 kilovatios que construirá la Empresa de Energía de Bogotá entre las subestaciones de Santa Rosa de Cabal (Risaralda) y Armenia.
Con esta red de 38 kilómetros, catalogada como proyecto de interés nacional, el Gobierno busca garantizar el abastecimiento de energía de los tres departamentos del Eje Cafetero, sobre todo en tiempos de sequía.
A lo largo de ese recorrido instalará 83 torres de electricidad, 16 de las cuales caen dentro del área de Barbas-Bremen: trece del lado risaraldense y tres del quindiano. Otras ocho estarán en el Parque Regional La Marcada, en Risaralda.
Según, la EEB hacer ese trazado no era fácil. Por un lado porque el mapa de la zona tiene varias áreas protegidas, desde Los Nevados y Barbas-Bremen hasta algunas reservas de la sociedad civil. Por otro, porque también atraviesa el Paisaje Cultural Cafetero, el nombre que se le dio al área cafetera en 48 municipios que fueron designados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su valor cultural y social. Además, algunos puntos, como Los Nevados y la reserva forestal de Bremen, eran intocables. Y, por último, porque tiene que evitar todas las zonas habitadas.
“En medio de tantas restricciones, estamos tratando de minimizar el impacto”, le dijo a La Silla el ingeniero eléctrico Mauricio Acevedo, jefe del proyecto en la EEB, mientras muestra en un plano cómo el trazado de la red va serpenteando alrededor de los diferentes obstáculos.
No alcanzaron a evitarlos del todo pero, insiste él, lo hicieron hasta donde pudieron e intentaron solo entrar en las zonas más desarrolladas -menos naturales- de esas zonas. “Si mira el mapa verá que tratamos de irnos al máximo a los límites del lindero. No bajamos más porque no nos gusta entrar donde están las viviendas”, dice, añadiendo que la ubicación de las torres sin embargo “obedece a leyes físicas y no a linderos, decretos y leyes”.
Ellos argumentan que solo talarán 90 árboles aislados en todo Barbas-Bremen, que las torres se están construyendo a alturas que impide que afecten a los monos y que instalarán desviadores de vuelo para no molestar a las aves.
La mayor preocupación con Barbas-Bremen es que ya no es un parque nacional regional, como lo era cuando se creó el proyecto en 2007.
Cuatro años después, las dos corporaciones autónomas que lo manejan -la Carder risaraldense y la CRQ quindiana- decidieron recategorizarlo como un distrito de conservación de suelos, que se rige por reglas más laxas y que admite actividades económicas como la agricultura o la minería dentro de sus límites.
El Humboldt -cuyo concepto previo es obligatorio para crear un parque regional (o modificarlo)- se opuso, pero sus argumentos no fueron tenidos en cuenta.
Esta decisión levantó muchas ampollas, ya que los parques regionales tienen el mismo nivel de protección y las mismas restricciones que los nacionales desde una sentencia de la Corte Constitucional en 2010. Cuando se le bajó el estatus a Barbas-Bremen ya estaba en discusiones el tendido eléctrico, por lo que a muchos en el pueblo -y también dentro de la comunidad científica- les cuesta creer que las dos cosas no estén ligadas.
Esa oposición volvió a despertar desde que salió la licencia. Al caminar por Filandia es difícil evitar a los lugareños que reparten volantes contra las torres, hacen campaña en los colegios y resienten que -según ellos- la EEB visita los predios a hurtadillas y demanda a los propietarios que no les dejan entrar.
Muchos argumentan que, al contar el Quindío con dos redes de 115 kv y un consumo eléctrico bajo, no se necesita una tercera. Y se oponen porque ven en él la mano de la 'megaminería' y creen que, a futuro, será una conexión con La Colosa, el proyecto aurífero que tiene la minera sudafricana Anglogold Ashanti en la cercana Cajamarca, del otro lado de La Línea.
El personero de Filandia quiere enviarle un dossier a la Unesco, explicándole cómo el proyecto eléctrico afectaría 7 kilómetros del paisaje cultural cafetero y pidiéndole que lo incluya en la Lista de Patrimonio amenazado. Pero, con la cumbre anual de la Unesco terminada hace dos meses en Qatar, cuando llegue la próxima en un año el tendido ya estará en pleno funcionamiento.
Elvc paso por el Barbas-Bremen también sonó las alarmas de muchos técnicos del sector ambiental. A pesar de que la EEB dice que los mapas son públicos, ninguno de los ecólogos y de los científicos que han trabajado en la zona y a los que La Silla consultó los conoce.
“A pesar de que varias personas hicieron la pregunta durante la audiencia pública [en agosto pasado], solo mostraron un mapa tan amplio que ni siquiera se veía Filandia. Jamás mostraron un mapa detallado”, dice Carolina Montealegre, una bióloga de la Javeriana que para su tesis de maestría está rastreando los patrones de movimiento de las aves en los corredores.
En todo caso, hace dos meses la directora del Humboldt Brigitte Baptiste le pidió una cita a la EEB para discutir el trazado, que hasta ese momento no conocía. El resultado la tranquilizó un poco, aunque todavía tienen un par de reuniones técnicas en donde evaluarán el tema a fondo.
“Creo que es una oportunidad para negociar las ideas de restauración y conservación en un contexto de desarrollo donde no hay opciones. Tenemos que llegar a acuerdos y ojalá se puedan acordar recursos de compensación para inyectarle al proyecto y poder continuarlo”, dice Baptiste.
Las tensas relaciones entre la comunidad y la EEB tampoco han ayudado, un problema que comienza desde bien arriba y que un local describió como la 'pelea de las Sandras'. Su episodio más sonado fue la audiencia pública el año pasado, cuando la gobernadora quindiana Sandra Paola Hurtado dijo -manoteando- que a ella nadie la amenazaba en su tierra, después de que Sandra Stella Fonseca -la presidenta de la EEB- insinuara que ella torpedeaba el desarrollo regional.
“Sí me toca militarizar Barbas Bremen e irme a acampar con el alcalde y activistas, lo voy a hacer”, dijo hace un mes Hurtado, reanudando una pelea que podría seguir escalando cuando la EEB comience la construcción en un par de meses.


“Es una gran contradicción: tenemos un corredor biológico aquí pensado para unir las dos zonas de bosque y le vamos a atravesar torres y cables por la mitad. Estarían cortando lo que tanto trabajo nos costó unir”, dice Álvaro Camargo, un historiador y profesor de sociales jubilado que fundó la primera cooperativa ambiental de Filandia a finales de los noventa y que promovió el primer plantón contra la EEB hace un año.
Camargo, que calcula estará a 200 metros de una de las torres y que los cables pasarán por cinco predios vecinos, es el dueño de uno de los terrenos más admirados por los biólogos en la zona. Aparte de las doce hectáreas de bosque nativo de su finca -pobladas de barcinos, otobos y cedros rosados- tiene cercas vivas en 28 potreros y hace dos años sembró árboles pioneros en otras dos hectáreas, esperando que algún día sean igual de tupidos.
“Las pavas llegan hasta la casa y comienzan a chillar a las cinco. Los monos también llegan hasta acá al lado”, dice, contando luego con las manos el número de especies que ha avistado en su casa desde que arrancó el proyecto: el gallito de roca, el tigrillo, el carriquí de montaña, la guagua loba, la perdiz colorada, la reinita alidorada, el cusumbo solino y la pava gurria.
“Es el Estado mismo dañando lo que el Estado construyó”, dice, mientras se toma un tinto, Fernando Builes, un ingeniero industrial antioqueño que se instaló hace cinco años en Filandia.
Una de las cosas que más preocupan a los técnicos es que la Anla no le solicitó a la EEB un 'diagnóstico ambiental de alternativas', un paso habitual cuando los proyectos se acercan a áreas naturales sensibles que obliga a la empresa a sugerir otros potenciales trazados.
“Si están en un ecosistema estratégico, no es normal que les obviaran ese paso”, dice la abogada ambiental María del Pilar Pardo, que fue coordinadora del Proyecto Andes y directora de ecosistemas en el Ministerio de Ambiente.
La Anla le explicó a La Silla que no lo consideró necesario por “la mínima afectación en cada uno de los componentes socio-ambientales” y porque el proyecto solo toca 7,1 kilómetros de Barbas-Bremen y 2,2 de La Marcada, en zonas de pastizal o bosque fragmentado. Por eso concluyó que “el diseño del proyecto minimizaba al máximo los posibles impactos generados con el trazado de la línea de transmisión”.
Queda por ver si el conflicto social en Filandia sigue escalando y si la EEB logra concertar con las comunidades, que se resisten a que su parque se vea afectado. Como dice Álvaro Camargo, “somos conscientes de lo que tenemos y de lo que costó tenerlo. El de la biodiversidad es un parto muy doloroso”.