Acceso y calidad de educación superior: ¿Podrá Colombia caminar y mascar chicle a la vez?
por Carolina Gonzalez-Velosa, Graciana Rucci y Sergio Urzúa (Universidad de Maryland, blogueros invitados)
Entre 1990 y 2012 la cobertura de educación superior en Colombia se triplicó, pasando de 15% a casi 45%.[1] Se trata de un logro que merece ser celebrado; un reflejo del esfuerzo de miles de colombianos que han decidido invertir en su formación y, también, del éxito de las políticas públicas que han facilitado el acceso a la educación superior en el país. Desafortunadamente, esta visión optimista se ha visto debilitada por la preocupación, cada vez mayor, de que los aumentos en cobertura no han estado acompañados de logros en materia de calidad. Las alertas sobre la calidad del sistema, que en el pasado se limitaban a una audiencia especializada (OCDE, 21012), ahora son parte de la discusión política y social. Un ejemplo de ello es el debate de control político sobre calidad de la educación superior que tuvo lugar en el Senado de la República en días pasados y que ha tenido amplia cobertura en los medios. (Ver por ejemplo, http://www.claudia-lopez.com/faltan-10-billones-en-metas-de-colombia-la-...).
Para contribuir a la discusión con evidencia, compartimos en este blog los resultados de un estudio reciente sobre los beneficios económicos a la educación superior en Colombia (González-Velosa, Rucci, Sarzosa, Urzúa, 2014). En éste se analizan los retornos económicos netos de 3,833 programas de educación superior (técnica, tecnológica y universitaria), imitando el cálculo que podrían realizar los hogares a partir de información de acceso público. En particular, usamos las bases de datos del Observatorio del Mercado Laboral (OML) que utiliza el Ministerio de Educación para construir los reportes publicados en el portal de internet graduadoscolombia.edu.co. Debido a que los programas de SENA no son parte del OML (situación impresentable para una institución que maneja 2.7 billones de pesos de presupuesto), no fueron incluidos en el análisis. Para calcular estos retornos, tenemos en cuenta en primer lugar, los beneficios económicos de obtener un título en educación superior, que estimamos a partir del flujo de salarios que obtienen los egresados a lo largo de su vida laboral. En segundo lugar, descontamos los costos de matricularse en cada uno de estos programas. Finalmente, descontamos el costo de oportunidad de estudiar, esto es, los ingresos que los estudiantes dejan de percibir por no estar trabajando. Para calcularlo usamos como referencia el percentil 75 del ingreso de los individuos que sólo completaron la secundaria y no adelantaron estudios universitarios[2]. De este modo, nuestro ejercicio consiste en comparar el flujo salarial de los egresados, netos del valor de la matrícula, con el flujo salarial de individuos comparables que no completaron un programa de educación superior.
Los resultados son preocupantes. Si bien en el país hay programas altamente rentables, para muchos jóvenes la educación superior parece no asegurar un retorno económico neto positivo. El problema es particularmente serio para quienes obtienen títulos técnicos y tecnológicos. Más precisamente, según nuestros cálculos, para cerca de un 30% de los egresados de programas universitarios y casi un 60% de los de programas técnicos y tecnológicos, los retornos económicos de acceder a un título de educación superior podrían ser negativos. ¿Qué quiere decir esto? Que le evidencia sugiere que muchas personas hubiesen estado en mejores condiciones económicas si sólo hubiesen completado la secundaria.
Documentamos también la existencia de una dramática variación en los retornos que enfrentan los jóvenes según el programa que elijan, incluso entre aquellos que elijen una misma carrera pero deciden hacerlo en instituciones diferentes. Por ejemplo, una persona que obtenga un título técnico o tecnológico en comercio exterior podría enfrentar, según la institución educativa que elija, retornos netos en un rango que va desde -15% a 120%. Dada esta enorme dispersión, es crucial que los estudiantes y familias puedan acceder a información que permita guiar sus decisiones considerando la calidad y pertinencia de las distintas opciones.
El sistema de aseguramiento de la calidad debería contribuir a guiar estas decisiones. Sin embargo, como documentamos en el estudio, actualmente no hay una relación clara entre acreditación y rentabilidad. Contrario a lo previsto, nuestro estudio muestra que la rentabilidad económica de muchas carreras es mayor en las instituciones NO acreditadas que en las instituciones acreditadas.
Desde su concepción, el sistema de acreditación se ha nutrido principalmente de información sobre los insumos del sistema educativo (v.g., educación de los docentes, coherencia del proyecto educativo, infraestructura), y sólo recientemente se ha empezado a contemplar los resultados de las pruebas SABER 11 y SABER PRO (proxies de calidad de aprendizaje) gracias a los esfuerzos del ICFES. En contraste, la información sobre el desempeño laboral de los egresados no se ha incorporado sistemáticamente en los procesos de evaluación del sistema ni se ha utilizado para informar las decisiones de política. Esto es particularmente grave para la educación técnica y tecnológica, que tiene como objetivo primordial la formación para el trabajo, y que, por tanto, debería evaluarse en buena medida por su proximidad al sector productivo y su capacidad para generar empleos rentables y de calidad.
Nuestros resultados no implican que la educación superior de calidad no sea rentable, pero sí sugieren que muchos de los programas que se ofrecen en el país pueden no serlo. Como en todo estudio empírico, estos resultados están sujetos a la calidad de los datos y supuestos, que documentamos claramente en el texto. En cualquier caso, esta nueva evidencia contribuye a informar la discusión sobre la calidad y pertinencia en educación superior. Colombia debería, en primer lugar, hacer mayores esfuerzos por construir y divulgar información sobre el desempeño laboral de los egresados, para guiar las decisiones de los futuros estudiantes y sus familias. Fortalecer el Observatorio del Mercado Laboral y el portal graduadoscolombia.com sería un primer paso en esta dirección. Además, la información sobre el desempeño laboral de los egresados debería incorporarse como un criterio de relevancia en los sistemas de evaluación del sistema educativo. Esta medida no estará exenta de controversia ya que, para muchos el simple hecho de contemplar la formación para el trabajo como uno de los múltiples objetivos al que deben apuntar las instituciones educativas constituye una comercialización de la educación y el conocimiento. Desconocen así el hecho de que muchos colombianos deciden invertir en educación superior porque el único capital con el que cuentan es el humano y el único ingreso al que pueden acceder es el ingreso laboral. Estos colombianos merecen un sistema que fomente el pensamiento crítico, la reflexión y la creatividad. Pero también merecen un sistema que no empeore sus condiciones económicas.
En Estados Unidos, donde los egresados de un sistema de calidad cuestionable se han visto en dificultades para financiar el crédito educativo, se dio un debate similar que tampoco estuvo libre de polémica (múltiples artículos en The Economist y The New York Times dan cuenta del punto). Lo mismo ocurrió en Chile. De hecho, Colombia debería aprender de la experiencia chilena, en la que el sistema educativo alcanzó una situación crítica porque se aumentó la cobertura sin contar con un sistema de acreditación a la altura de las circunstancias. El país está avanzando a paso firme en acceso. La duda es si hará los esfuerzos para, al mismo tiempo, asegurar calidad. El país debe caminar y mascar chicle a la vez. El costo de no hacerlo puede significar la frustración de miles de colombianos.
Links de interés:
OCDE (2012) “Tertiary education in Colombia”, Reviews of National Policies for Education, OCDE y Banco Mundial.http://www.oecd.org/education/skills-beyond-school/Reviews%20of%20Nation...
The Economist (2014) “Is college worthy?” http://www.economist.com/news/united-states/21600131-too-many-degrees-ar...
The Economist (2012) “Progress and its discontents” http://www.economist.com/node/21552566
[1] La tasa de cobertura gruesa mide el porcentaje de individuos que, en el intervalo de cinco años después de su egreso de la secundaria, se han matriculado en un programa de educación superior. Fuente: Edstats –Banco Mundial
[2] Tomamos como referencia el percentil 75 motivados por la abundante literatura económica que muestra que muestra que las habilidades, recursos o conexiones de quienes logran graduarse de educación superior son superiores a las de una persona “mediana” que sólo alcanzó la secundaria. En el estudio hacemos un análisis de sensibilidad de este supuesto.