Sergio Fajardo es un matemático. Es el rasgo que lo define y el que marca la forma en que hace política. Es el detonante de muchos de sus logros en la Alcaldía de Medellín y en la Gobernación de Antioquia y también el que explicará en parte su derrota si no pasa a la segunda vuelta el próximo domingo.
Fajardo nació hace 62 años en una familia de clase alta de Medellín, el mayor de cinco hermanos y fue criado desde pequeño para brillar.
Su papá era el reconocido arquitecto Raúl Fajardo. Un hombre amoroso, comprensivo y positivo que no hablaba nunca mal de nadie y que fue querido y admirado en su tierra; construyó varios de los edificios más representativos de Medellín: el Coltejer, el de Suramericana, el Inem, la ciudadela de la Universidad de Antioquia para mencionar solo algunas de las obras con las que dejó huella en la ciudad que ayudó a construir y también a planear cuando fue su director de planeación.
Su mamá, Mara Valderrama, era una mujer bella, impulsiva, estricta y religiosa, del Opus Dei, que rezaba dos rosarios al día, y que organizaba su casa y educaba a sus hijos con orden y disciplina.
Tanto para el uno como para el otro, como para la abuela materna Lula, una maestra de San Pedro de los Milagros que tuvo una particular ascendencia sobre el ahora candidato, Sergio era el niño de sus ojos.
“Era el niño lindo, inteligente y exitoso. Era el ‘masterpiece’ de su familia’”, dijo a La Silla Vacía alguien cercano. “Y Sergio se lo creyó”.
Fajardo heredó de su papá la propensión a evitar los conflictos, de su mamá un cierto estoicismo que siempre impresiona a los que lo rodean, y de la forma como lo quisieron y lo educaron, la seguridad en sí mismo que lo caracteriza.
En su autobiografía política “El Poder de la Decencia”, Fajardo cuenta que de pequeño lo marcó haber crecido en una urbanización construida por su papá al lado del barrio obrero La Magnolia, que le permitía estar por la mañana en el campo de golf del club ‘El Rodeo’ y por la tarde montando en bicicleta o jugando con los hijos de los obreros.
Que darse cuenta que esos niños eran tan talentosos como él y que sin embargo, tenían oportunidades en la vida tan limitadas comparadas a las suyas lo hizo comprender que la extracción social determina lo que las personas pueden llegar a ser.
“Luchar contra esa injusticia es la mayor motivación de mi trabajo”, dice en el libro y lo repite cuando puede.
Es la responsabilidad, o quizá la culpa de clase, de haber nacido con privilegios en una sociedad excluyente, el motor de lo que hace.
Fajardo estudió en el colegio de los Benedictinos de Medellín (el mismo de Álvaro Uribe, que iba unos cursos adelante que él pero jugaban fútbol juntos a veces), y allí descubrió de la mano de su profesor de francés Saúl Sánchez, que amaba las matemáticas.
Llegó a Bogotá a principios de los 70 a estudiar en la Universidad de los Andes, donde hizo una maestría en matemáticas y después de hacer su doctorado en matemáticas en la Universidad de Winsconsin al lado del profesor Jerome Keisler volvió a seguir enseñando matemáticas hasta el 2000.
El mundo de las matemáticas
Estudiar matemáticas es muy inusual en Colombia (solo el 1 por ciento de los graduados son matemáticos) y requiere un tipo de cabeza particular.
Un matemático se dedica a resolver problemas complejos, a hacer conjeturas y a demostrar la veracidad o falsedad de esas afirmaciones usando la lógica, la deducción y la abstracción.
Fajardo se especializó en lógica, que -en sus propias palabras- “se encarga de las bases sobre las cuales se construye el edificio de las matemáticas” y en Teoría de Modelos.
Es en ese mundo de la belleza pura y abstracta, que parte de unas premisas para demostrar la verdad y cuya actividad discurre principalmente en la mente solitaria del matemático, en el que se formó Fajardo y vivió sus primeros 40 años.
Esa forma de aproximarse al mundo explica en gran parte quién es él hoy, aunque lleva más de 20 años habitando un universo diferente, incluso radicalmente opuesto, como es la política.
En su libro, Fajardo explica que así como en esa época se dedicó a construir un lenguaje que conectara diversos universos matemáticos que en principio no están comunicados (que es la esencia de la teoría de modelos en la que se especializó) descubriendo elementos que valían para todos, en su trabajo político lo que ha hecho es conectar grupos muy diversos.
Hay un anécdota que suelen contar los que trabajan con él que sucedió durante la campaña a la Alcaldía de Medellín cuando estaban pensando en hacer algo simbólico para enviar el mensaje sobre la importancia de unir a toda la ciudad. A la escritora Laura Restrepo se le ocurrió que podían poner una cinta desde el barrio rico de El Poblado hasta el muy pobre de Moravia.
Era una idea chévere pero imposible de realizar y desistieron de ella. A los pocos días, Laura le escribió a Fajardo y le dijo, “la cinta eres tú”.
Así se percibe Fajardo, como el nodo que puede unir a grupos antagónicos y así se ha vendido en esta campaña, como la alternativa a la polarización, como el que puede unir el país que le teme a Gustavo Petro y el que le teme a Álvaro Uribe.
Parte de verse como ‘la cinta’ que necesita este país dividido es producto de esa vanidad, que choca a muchos de los que lo ven o interactúan con él. Pero también es que en, gran parte, eso fue lo que logró en Medellín y Antioquia cuando gobernó.
Una marca de ambas administraciones fue elaborar planes de desarrollo con corresponsabilidades y con presupuestos participativos con las comunidades. No había casi ningún proyecto que no tuviera un socio en el sector privado y otro en el sector social. La mayoría tenían comités asesores integrados por ONG, empresarios y academia para ayudarlos a sacar adelante, a hacerles veeduría a los recursos públicos y sobre todo a convertirse en puntos de unión y de creación de confianza entre gente normalmente incomunicada.
Otro rasgo del matemático político es que así como los matemáticos parten de los axiomas, todo el accionar político de Fajardo parte de unos principios éticos, explícitos y compartidos con sus copartidarios de Compromiso Ciudadano y con los equipos con los que ha trabajado.
Su principal principio -el ‘supraprincipio’, lo llama él- es “que los medios justifican el fin”.
Es un axioma raro en la política, por lo menos en la colombiana, en la que sobre todo en campaña, los candidatos maximizan los medios para alcanzar el fin último de ganar.
Juan Manuel Santos, para citar solo un caso, uso una voz imitada de Álvaro Uribe para impulsarlo en la campaña contra Antanas Mockus; juró sobre mármol que no subiría impuestos aunque sabía que lo tendría que hacer (y lo hizo); se alió con los ñoños; recibió plata bajo la mesa de Odebrecht; se volvió el mejor amigo de Chávez; traicionó a Uribe; hizo muchas cosas justificado en el fin de acabar el conflicto armado con las Farc.
Fajardo no. Él tiene un ‘teorema’ en su cabeza, una proposición cuya veracidad se empeña en demostrar: “para nosotros -dice- el reto no es ganar sino cómo ganamos; el camino recorrido y la forma cómo lo recorremos le da sentido al lugar donde queremos llegar”.
Como el ‘cómo’ lo es todo para él, Fajardo no se ha movido un ápice en esta campaña de la senda que se fijó al iniciar.
Era evidente para muchos que ir a una consulta y hacer una alianza con Humberto de la Calle y el Partido Liberal era el paso obvio para ganar la Presidencia pero como él no comparte la forma de hacer política de los rojos (aunque en el 2011 se alió con ellos para apoyar a Aníbal Gaviria a la Alcaldía de Medellín) no lo consideró, si no era con De la Calle solo.
Los políticos suelen hacer acuerdos con organizaciones que representan a muchos individuos como lo ha hecho Petro con sindicatos y organizaciones indígenas y afro. Pero Fajardo no cree en los intermediarios, sino en las conversaciones uno a uno porque considera que así se construye confianza y así como lo hizo en su primera campaña a la Alcaldía lo ha hecho en ésta aunque sea menos eficiente para sumar votantes cuando se trata de cubrir todo un país.
Lo normal es salir con alguna respuesta, ojalá aderezada con cifras, cuando le preguntan a un candidato algo que no sabe en un debate pero Fajardo responde que no sabe si no tiene la absoluta certeza de lo que va a decir, a pesar del costo político de hacerlo.
Para él el fracaso no es perder la elección sino no poder demostrar la idea que tiene en la cabeza: que solo a punta de consistencia y coherencia es posible construir confianza y cambiar la política.
“Ante un problema, Sergio siempre nos dice, ‘arranque por los principios’. ¿Cuál es nuestra posición de principios frente a este tema?”, dice Santiago Londoño, su exsecretario de Gobierno en Antioquia y ahora gerente de su campaña.
Moverse a partir de principios con un norte fijo que Fajardo suele tener siempre en la cabeza le da a sus equipos una confianza absoluta en él porque, como dijo uno de sus excolaboradores “cada camino es pensado, y el camino siempre está centrado en el objetivo”.
Un exsecretario suyo en la Alcaldía le contó a La Silla que Fajardo les decía “nos vamos a concentrar en los proyectos como un disco rayado y habrá un momento en el que la ciudad se sintonizará”.
Aproximándose así a la política, a partir de esas máximas éticas, le permitió a Medellín pasar de ser la última ciudad en capital social en 2011 a ser la segunda más alta en capital social cuando dejó la Alcaldía Fajardo, como contó en su última columna el exsenador verde John Sudarski (que acompaña a Fajardo).
En la misma línea, en el Índice de Transparencia Departamental, con el que Transparencia por Colombia mide todos los años qué tan transparentes son las instituciones, Antioquia pasó del puesto 11 cuando recibió la Gobernación Fajardo al puesto 1.
“Antioquia fue el departamento con mayor progreso en la lucha contra la corrupción entre 2010 y 2014”, dijo la Procuraduría, después de que la gobernación pasó en su índice de Gobierno Abierto del puesto 27 a estar entre el primero y segundo lugar durante los cuatro años.
Eso lo logró Fajardo tanto en la Alcaldía como en la Gobernación precisamente porque no llegó con las manos amarradas a gobernar, porque no le debía favores a nadie ni tenía rabo de paja ni era amigo ni enemigo de nadie y porque escogía a sus colaboradores por mérito y no por recomendaciones. Básicamente, porque tenía libertad para decidir y también porque tenía en su cabeza un modelo que llevó a la práctica con relativo éxito.
Pero ser matemático también le trae sus limitaciones cuando se trata de hacer política.
El punto ciego
Para comenzar, las matemáticas son una actividad muy solitaria. Es un hombre sentado en su despacho enfrentado a unos números, tratando de encontrar un camino a través de ellos. “Sergio vive en un diálogo consigo mismo”, dice un amigo que lo conoce hace años. “Los problemas de hoy disparan la incertidumbre, una sola mente brillante no puede”.
Fajardo es el tipo de líder que tiene una visión y que lidera a partir de ella esperando que los que lo rodean lo sigan. No es el líder que construye la visión con su equipo.
Eso tiene dos efectos: hace que sus equipos funcionen de manera cohesionada y eficiente pero que no haya demasiado margen para la creatividad, y tampoco para disentir de él.
Varias personas con las que hablamos nos dijeron que Fajardo escucha a la gente durante horas. Además, sin establecer jerarquías, y que no se siente intimidado por los que saben más que él. Pero que no es fácil que se deje permear por lo que escucha.
“Es difícil convencerlo de algo de lo que no está previamente convencido”, dijo una de ellas. “Cuando tratas de convencerlo inmediatamente se pone a la defensiva, ‘no me acosés’, dice”.
“El punto ciego de Sergio es un problema para escuchar, sus convicciones son demasiado fuertes”, coincide otra excolaborador.
El segundo efecto, ha sido su dificultad para liderar entre iguales que quisieran que sus visiones ayudaran a complementar o modificar en algo las de él. Eso ha llevado a que gente que trabajó muy de cerca con él en el pasado haya seguido su propio camino sin él.
Porque su camino es el objetivo, y todo gira alrededor de él, Fajardo ha sido incapaz de crear un verdadero partido y ha abandonado a todos los que lo han apoyado en el pasado (abandonó la ASI, que le dió el aval a él y a Alonso Salazar para la Alcaldía; abandonó al Partido Verde después de ser elegido como gobernador; y seguramente abandonará la Coalición Colombia si no pasan a segunda vuelta y los verdes deciden respaldar a Petro).
Compromiso Ciudadano existe hace 20 años y sin embargo está lejos de tener una verdadera estructura. No logró ponerle a su único candidato al Senado, Iván Marulanda, sino 26 mil votos en las pasadas elecciones, y si no fuera por el Polo y por el Partido Verde seguramente la aspiración presidencial de Fajardo se habría hundido el 11 de marzo, esta vez como en el pasado.
Su forma de aproximarse a los problemas también le quita ‘reflejos’ políticos, porque le cuesta trabajo alterar las secuencias que ha definido previamente. Su hoja de ruta está en su mente, no en la realidad.
Él, por ejemplo, decidió desde el año pasado que se saldría de la polarización, que ésta no le convenía a Colombia y definió su estrategia ‘Macrón’ de meterse por la mitad. Cuando Petro comenzó a chuparse parte del electorado con el que él contaba, no cambió un milímetro su estrategia. Tampoco lo hizo cuando cayó 10 puntos en las encuestas.
Por último, así como los matemáticos tratan de encontrar la esencia de los problemas que intentan resolver y para ello se abstraen de todo lo que consideran ‘ruido’, hay cierta tendencia en Fajardo a desestimar los detalles que no considera esenciales para comprender el problema.
Algo que era puntual en sus gobiernos, se ha evidenciado en esta campaña: la superficialidad o desconocimiento en algunos temas, tanto en datos como en análisis. Incluso en temas conectados con su bandera principal, como le ocurrió cuando le preguntamos por el paro de maestros en la entrevista en Hora 20 con Red+.
Y es que a diferencia de otros candidatos que tienen una agenda muy amplia de propuestas, Fajardo tiene dos obsesiones y las ha mantenido a lo largo de su vida: la educación como el motor de la transformación social y acabar con la corrupción a partir de cambiar la forma como se hace política.
El punto de inflexión
Fajardo era un ‘bicho raro’ en su familia porque a diferencia de sus hermanos que se interesaron por los negocios, él era el intelectual que hacía diagramas desde niño y que era (y es) inmensamente tímido.
Luego, cuando llegó a la Universidad, tampoco cuadraba del todo. Era un matemático puro, pero su pasión, ya desde entonces, era la política.
Le tocó una época extraordinaria en los Andes, la de la Asamblea Constituyente, que desató todo tipo de debates políticos como no solían suceder antes ni sucedieron mucho después de la Constitución del 91.
Con el economista Mauricio Reina, y los historiadores Daniel García Peña y el ahora concejal Juan Carlos Flórez, entre otros, crearon un grupo que llamaron Profesores en Movimiento, que convocaba a los profesores a reflexionar sobre qué significaba en concreto el derecho a la autonomía universitaria que había quedado plasmado en la nueva Carta.
“No éramos subversivos pero en en el mundo cerrado de los Andes, éramos unos bichos raros”, recuerda García Peña.
A partir de las discusiones con los demás profesores, y de una columna que comenzó a escribir para el periódico El Mundo, Fajardo se fue acercando cada vez más a la política y alejándose de las matemáticas, de Bogotá y eventualmente de María Clara Arboleda, la esposa con quien tuvo los dos hijos, Mariana y Alejandro, ambos metidos ahora de lleno en su campaña.
En 1995, Álvaro Uribe le ofreció ser parte de la Comisión Facilitadora de Paz y Fajardo dice que fue “el año en que su vida comenzó a dar un giro” porque entendió que la vida pública era el escenario en el que quería jugar. Y la Constitución del 91 acababa de abrir el espacio para una nueva competencia política. El ejemplo de Antanas Mockus fue una inspiración para Fajardo.
Seis años después, ya había perdido su primera campaña a la Alcaldía, se había divorciado, se había mudado a Medellín, había sido subdirector de El Colombiano, se había enamorado de su actual pareja Lucrecia Ramírez y había conocido al periodista Alonso Salazar, que se convirtió en su lazarillo por un Medellín que desconocía y en una influencia clave para todo lo que hizo Fajardo después. Había iniciado una nueva vida.
En 2004 ganó la Alcaldía de Medellín, con la votación más alta de la historia en ese momento para la ciudad y desafiando los pronósticos de las encuestas. Lo hizo con una campaña igualita a la que hizo luego para la Gobernación y la actual. A punta de volantear en las calles durante horas, hablando con los transeúntes y explicando su programa.
Durante su Alcaldía, Fajardo transformó la ciudad en muchos sentidos. En su aspecto físico porque construyó muchas obras y en su aspecto emocional, porque la ciudad venía de una administración llena de ruidos y con él cambió su narrativa volviéndose un ejemplo para otras ciudades. Su mayor lunar fue la 'donbernabilidad' que como, contó La Silla Paisa recientemente, existió más allá de Fajardo pero aún lo persigue su fantasma.
Cinco años después de terminar su alcaldía ganó la gobernación también con una votación histórica y con el mismo método.
En ambos gobiernos tuvo un programa similar, centrado en la educación, y no muy diferente del que propone ahora para Colombia.
El equipaje de la educación
Como contó La Silla en esta historia, Fajardo invirtió el 40 por ciento del presupuesto de inversión de su Alcaldía y el 50 por ciento del de la Gobernación en educación.
Y puso la educación en el centro de la agenda de la ciudad y del departamento a partir de unos ‘pactos por la educación’ que involucraban a los colegios, a los estudiantes, a los padres de familia y a la comunidad en general.
El resultado de este esfuerzo focalizado se vio en la mejora de los índices de calidad hasta en 8 puntos porcentuales en la educación básica y primaria, en mejoras en el acceso a la educación con más de 40 mil becas, en la reducción a la mitad de la deserción escolar, en la construcción de más de 50 parques educativos y en la formación de profesores, que pasaron en la Gobernación de tener solo 90 de los 19 mil maestría a ofrecer más de mil becas el primer fondo que creó para eso. Varios de sus programas fueron imitados a nivel nacional.
A pesar de lo anterior, en 2015 —último año de Fajardo en la Gobernación— Antioquia bajó un punto con relación al resultado que obtuvo en 2014 y se ubicó por debajo del promedio nacional en los resultados de las Pruebas Saber 11.
Fajardo ha explicado que el Gobierno cambió las pruebas (que es cierto) cuando su mandato iba en la mitad, lo que las hace incomparables.
Su política de infraestructura educativa también fue criticada por algunos. Sus principales contradictores políticos aseguran que por destinar más recursos para construir los parques educativos no invirtió lo suficiente en reparar y mejorar los colegios.
“Manejó la imagen con obras que dejaron mucho que desear”, dijo a La Silla la concejal del Polo Luz Marina Múnera. Citó como ejemplo los parques educativos, muchos de los cuales están ahora desfinanciados porque el sucesor de Fajardo Luis Pérez decidió quitarles el apoyo, y la biblioteca España, que después de ganarse varios premios de arquitectura, comenzó a tener un deterioro prematuro y se ha convertido en un elefante blanco.
La otra apuesta grande de Fajardo ha sido acabar con la captura de la política por parte de los corruptos y transformarla.
Un unicornio en la política
Fajardo nunca ha pertenecido a un partido tradicional ni ha hecho política de la manera tradicional. Fue brevemente parte de los 'Quíntuples', cuando se unieron para una foto Marta Lucía Ramírez, Antanas Mockus, Enrique Peñalosa, Lucho Garzón y él pero rápidamente se salió porque él se opuso a la idea de que fueran a escoger el candidato presidencial por encuesta.
Luego cuando perdió estrepitósamente en las elecciones legislativas del 2010 y tuvo que declinar su aspiración presidencial y unirse a Mockus como su fórmula presidencial fue parte brevemente del Partido Verde. Pero nunca se le vio a gusto de segundo de Mockus ni en esa estructura.
Fue una época mala para Fajardo. Casi como castigándose, en esa campaña tuvo un accidente montando en bicicleta, en el que se fracturó la cadera, y mordió literalmente el polvo. La derrota política, seguida del accidente, fue una experiencia dolorosa para él, que lo hizo consciente (¿por primera vez?) de sus vulnerabilidades.
Pero apenas se recuperó, comenzó campaña nuevamente, esta vez a la Gobernación, en un Willys viejo y con un bastón. El triunfo lo curó.
Cuando Fajardo llegó a la Gobernación tenía tres diputados de 26 y cuatro alcaldes de los 125.
A diferencia de otros gobernadores que lo primero que hacen es armar coalición apenas llegan para tener aseguradas las mayorías, Fajardo no lo hizo.
A los pocos días de llegar a la Gobernación, el ahora candidato de la Coalición Colombia citó a todos los alcaldes y les dijo que ese día empezaba un "partido" que duraba cuatro años, que quería que todos jugaran en la misma cancha.
"Nos dijo que no necesitábamos pedir citas a través de nadie y fue así. Uno no tenía la necesidad de buscar a un diputado. En mi caso yo entraba a hablar directamente con los secretarios", nos contó Elkin Jaramillo, que fue alcalde del municipio de Andes en esos años.
La Gobernación hacía una jornada anual en la que los alcaldes iban un día específico y se sentaban con todos los secretarios y firmaban un acuerdo público con el monto de los recursos asignados y la manera en que serían invertidos. Esto garantizaba mucha transparencia porque los ciudadanos podían verificar que la plata sí se fuera en eso.
Jaramillo y otra exalcaldesa coincidieron en contarnos que otro cambio era que la contratación de las obras, en su mayoría, las manejaba la Gobernación.
Para lograr que le aprobaran casi todos los proyectos de ordenanza que presentó, los seis diputados con los que hablamos nos contaron distintas razones por las cuales se convencieron de apoyarlo.
Uno de ellos nos dijo que los citaba en su oficina y que les dedicaba tiempo. "Le preguntaba a uno que qué necesitaba, que él sabía que uno era bueno para tal y tal cosa, que le ayudara y que con él no era ni con puestos ni con plata. Que era trabajando juntos que se lograba".
"No se les daba puestos, ni contratos, pero sí reconocimiento, respeto", nos dijo Santiago Londoño, que fue su secretario de Gobierno durante la Gobernación. "Algunos vivieron muy aburridos con nosotros, otros le sacaron jugo".
Un día que La Silla acompañó a Fajardo a inaugurar el parque educativo de Hispania, un municipio enclavado en las montañas y a horas de distancia de cualquier punto urbano, el alcalde estaba muy orgulloso. Los niños del municipio habían diseñado unos robots y ese proyecto de innovación y tecnología había sido su idea.
Me contó, casi como en una confesión, que había sido dos veces alcalde, una vez con el partido Conservador y otra con el Liberal, y que él estaba acostumbrado a ir a pedir contratos al respectivo gobernador. Que al principio le había chocado mucho cuando Fajardo le dijo que con él no era así, que cuando le presentara un proyecto hablaban.
Pero que después de haber entendido que no había otra forma y haber conseguido la aprobación del de innovación y tecnología para los niños sentía que había recuperado su dignidad. Usó esa palabra, que no suele usarse tanto en la política. Y cuando le pregunté por qué, dijo que porque el Gobernador había creído en él.
“Él cree en las gente, en que las cosas pueden cambiar, cree en los ciudadanos”, nos dijo también el general José Gerardo Acevedo, que fue el comandante de la Policía en Antioquia cuando Fajardo fue Gobernador.
Dijo que Fajardo siempre apoyó la mano dura y que era muy exigente con los resultados, como otros gobernadores con los que ha trabajado. Pero lo que recuerda de él es otra cosa: “Me impactó que tenía claro que había que partir de los jóvenes para cortar de raíz los brazos de la delincuencia. En las Olimpiadas de los jóvenes en Cáceres, los muchachos creaban un carnaval frente a tema del conocimiento, me impactó mucho. Él creía que podían ser los más pilos”.
Eso es consecuente con otro de los principios de los que parte Fajardo: “Cuando las personas (comunidades) sienten que se les reconoce su dignidad y que se apuesta con respeto por sus capacidades se transforman, se comprometen. Así se construye la esperanza”
Fajardo cree en la gente y cree en él mismo. Quizá a veces demasiado como cuando dice con arrogancia que la historia de Medellín fue una antes de él y otra después.
“La transformación de Medellín no empezó con Sergio ni con nosotros los que fuimos parte de su gabinete. Todo esto empezó desde la sociedad civil a fines de los 80 y, especialmente, desde la Consejería Presidencial para Medellín a partir de fines de los 90, con María Emma Mejía. Sergio ganó la Alcaldía por lo que se había logrado hacer durante 15 años en Medellín”, dice uno de sus excolaboradores, que no quiso ser citado.
Pero quizás porque creció viendo a su papá construir grandes obras con tan solo imaginarlas, Fajardo está convencido -como lo están sus coequiperos Claudia López, Antanas Mockus y Jorge Robledo- “del poder de los sueños, de los ideales, de la fuerza de las ideas. Por eso, la expresión de la campaña es Se puede”, dice en su libro.
Cree que el poder que tienen los políticos tradicionales se refleja en que le hacen pensar a los colombianos que “las cosas solo son posibles como ellos las hacen”.
La hipótesis que él tiene es que hay otro camino, el de la decencia y el de la ingenuidad. El 27 de mayo sabrá si la pudo demostrar.
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