Esta noche, cuando el presidente Santos anuncie que se cerró formalmente el acuerdo de paz con las Farc, culminan dos años de negociaciones secretas y cuatro de la Mesa en la Habana. Y se abre una oportunidad histórica para Colombia.
El término que usará es ‘cerrar’ la negociación pues, como lo anticipó La Silla hace más de un mes, esta noche no se firmará el Acuerdo Final. Se ‘antefirmará’.
Es decir, que los negociadores le estamparán su firma al texto final para que se pueda enviar al Congreso.
Según le confirmó a La Silla una directiva del Senado, la idea es que el martes esta corporación convoque el plebiscito para un mes después.
De esta manera, los colombianos podrán refrendar o no el Acuerdo a finales de septiembre o los primeros días de octubre, justo cuando se le vence el plazo al ministro de Hacienda para presentar la reforma tributaria que debe ser aprobada antes de que termine el semestre. Lo que explica el afán de los últimos días en la Habana por finiquitar la negociación y evitar así que la votación del plebiscito coincidiera con la discusión sobre el aumento de impuestos.
Si el Sí logra el umbral del 13 por ciento del censo electoral y le gana al No, Santos y el jefe guerrillero Timochenko firmarán el Acuerdo Final con decenas de presidentes extranjeros a bordo. Ahí sí, el país que votó por el Sí podrá celebrar el fin de las Farc como grupo armado.
¿De qué se trata el Acuerdo?
El Acuerdo logrado con las Farc busca tres cosas: por un lado, eliminar los factores que han sido caldo de cultivo para que la guerra en Colombia se haya prolongado y para que los grupos armados se reciclen uno tras otro.
Por el otro, crear las condiciones para que la guerrilla pase de buscar el poder a través de las armas para hacerlo a través de las urnas.
Y por último, intentar satisfacer mínimamente los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.
Para lo primero, el Acuerdo tiene un capítulo extenso en el que el Gobierno se compromete a llevar desarrollo al campo, a titular las tierras de los campesinos y a darles tierra y a crear garantías para que cualquiera pueda ser un crítico acérrimo del Gobierno de turno y que no lo maten por eso.
Las Farc, por su parte, se comprometen a dejar las armas en un término de seis meses a partir de su concentración en zonas que estarán bajo verificación de la ONU, a ayudar a desmantelar los cultivos ilícitos y a confesar sus crímenes, pedir perdón y reparar a sus víctimas.
Para lo segundo, el Acuerdo tiene un capítulo sobre participación política que le hace más fácil a las Farc convertirse en un partido político viable: le da curules directas en el Congreso (esta noche se sabrá cuántas), crea la posibilidad de que movimientos en sus zonas de influencia puedan postular candidatos que sean elegidos con menos votos que un candidato de un partido normal, les da acceso a medios de comunicación, le da garantías plenas a la protesta social.
Y para las víctimas, crea una Comisión de la Verdad donde podrán contar lo que sufrieron; una Jurisdicción Especial de Paz que condenará a penas alternativas a los que cometieron los peores crímenes si confiesan sus delitos; y programas de reparación, que será en muchos casos simbólica.
Es un acuerdo súper detallado, de más de 200 páginas, que sienta un precedente internacional importante porque se logra después de la firma del Tratado de Roma que creó unos estándares de justicia más altos para los criminales de guerra y que, de ser refrendado, lograría el fin de las Farc como grupo armado.
Aún así, es un acuerdo que ha inspirado muy poca emoción entre los colombianos, que estaban en su mayoría convencidos de que después de ocho años de Seguridad Democrática la guerrilla estaba prácticamente derrotada y solo merecía unos términos magnánimos de rendición.
Sin un acuerdo político previo al interior del Establecimiento, toda concesión –y hay varias, comenzando porque los que cometieron delitos de lesa humanidad pueden salvarse de la cárcel- ha sido vista como excesiva.
“Es una paz resignada”, la describió Álvaro Jiménez, director de la Campaña Colombiana contra las Minas cuando la negociación iba a medio camino.
Pero resignada o no, se logró llegar a un acuerdo de paz, algo que habían intentado infructuosamente los últimos cinco presidentes.
Los factores de éxito
Varias cosas contribuyeron a llegar tan lejos.
Primero, una correlación militar favorable al Establecimiento. Los dos gobiernos de Uribe tienen mucho que reivindicar porque si bien la guerrilla estaba lejos de estar acabada sí llegó derrotada estratégicamente a la Mesa. No tenía una verdadera posibilidad de tomarse el poder, lo que la hacía más abierta a llegar a un acuerdo.
Luego está la disposición de Santos de arriesgar todo su capital político con tal de llegar al final. Fue clave su habilidad para identificar el momento correcto para iniciar el proceso de paz, en el que las condiciones estaban dadas: la convicción de la izquierda latinoamericana de tener mayores posibilidades dentro de la democracia; la certeza que tenía el presidente venezolano Hugo Chávez de que las Farc sería más funcional a la expansión de la revolución bolivariana como partido político legal que como guerrilla; la conclusión a la que había llegado una parte del Establecimiento de que era menos costosa la salida negociada que la militar después del episodio de los falsos positivos; el interés de Cuba de demostrarle a Estados Unidos que ya no era una incubadora de guerras sino todo lo contrario.
La fase secreta a cargo de Sergio Jaramillo y el guerrillero Mauricio Jaramillo fue definitiva para definir una agenda acotada y unas reglas de negociación tan claras que cuando el proceso se volvió público ya estaba “el ferrocarril para que se moviera el tren”, como le dijo una fuente a La Silla y la claridad “para evitar negociaciones tipo sanandresito”, como le dijo otra.
También contribuyó al éxito de la negociación el equipo altamente comprometido de la Oficina del Alto Comisionado que aportó los insumos técnicos al equipo negociador y el compromiso de todo el equipo negociador de persistir a pesar del sacrificio personal que implicó estar cuatro años en La Habana; y fue fundamental el método de negociación en la Mesa que les permitió construir acuerdos a pesar de no tener un mediador.
El liderazgo, la habilidad y el respeto que inspiró dentro del equipo y por fuera Humberto de la Calle como jefe negociador le imprimió a la negociación una estatura política desde su arranque.
El aislamiento de Cuba y el profesionalismo de los cubanos junto con el rol que jugaron Noruega y Venezuela como garantes también fue crucial para llegar a donde se llegó. El que Barack Obama y Jhon Kerry le hubieran metido la ficha al proceso fue muy importante. Paradójicamente dado su ‘antiyanquismo’, la presencia del delegado del presidente de Estados Unidos Bernie Aronson fue una de las mayores garantías para las Farc.
El rol que jugaron los generales Jorge Enrique Mora y Óscar Naranjo y también la subcomisión técnica de militares fue muy importante para calmar los temores del establecimiento militar.
Y la decisión de las Farc de meter a todo el Secretariado y llevar a Timochenko a la Habana a tomar decisiones en la fase final también posibilitó el éxito de la negociación.
Lo que significa
Todo lo anterior permitió llegar a que hoy se de esta noticia que puede ser muchas cosas a la vez: junto con la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y la caída de la dictadura de Rojas Pinilla una de las tres noticias políticas más importantes en 70 años; el fin de la última confrontación inspirada en la guerra fría en América Latina; la esperanza de que la violencia será erradicada de la política en Colombia; la foto que todos los presidentes han esperado en los últimos 32 años; la consecuencia lógica de la derrota militar de la guerrilla o de su fracaso por tomarse militarmente el poder…o un pie de página en la historia si gana el No en el plebiscito.
Sin embargo, como le dijo una fuente a La Silla Vacía, la sola noticia significa hoy cosas diferentes para cada actor de la sociedad colombiana.
Para Juan Manuel Santos: es su éxito político más rotundo; es el pasaporte a un lugar destacado en la historia de Colombia;
Para las Farc: es su salida digna a la política y de la degradación del narcotráfico y del terrorismo. Significa su transformación en fuerza política en una coyuntura de falta de legitimidad de la clase política tradicional. Es la apertura de un espacio internacional.
Para Álvaro Uribe: una derrota política, que está lejos de ser la definitiva.
Para la mayoría de regiones, las fuerzas políticas alternativas, el movimiento social y las víctimas del sector rural: es la esperanza; es la expectativa de acceso al poder y de lograr soluciones a sus carencias, necesidades y aspiraciones; es una opción de tener una voz y una parte en el destino de Colombia.
“Si se cumplen los acuerdos, Colombia entrará en una transición política porque habría una desconcentración de poder con unas expresiones regionales y locales de poder”, dijo a La Silla César Jérez, líder de las Zonas de Reserva Campesina.
Para las Fuerzas Militares: es el reto para transformarse en un ejército moderno para la Defensa Nacional y superar la etapa de ejército contrainsurgente; es la salida a miles de procesados y detenidos; es la posibilidad de pasar la página de las violaciones a los derechos humanos.
Para los empresarios: es la situación deseada (sin las amenazas del conflicto) llena de incertidumbres sobre las nuevas condiciones para realizar negocios; en algunos sectores con más miedo que otros.
Para los campesinos: es la expectativa de una vida digna en el campo y de que el sector adquirirá la prioridad que no ha tenido en las políticas públicas. La opción de dejar de ser ciudadanos de segunda.
Para la población urbana: grandes ilusiones para los sectores más organizados y progresistas; muy poco para la mayoría.
Las oportunidades y los riesgos
Para Colombia la firma de este Acuerdo representa una gran oportunidad y también muchos riesgos.
“Es una oportunidad de pasar la página de un conflicto anacrónico”, dice María Victoria Llorente, directora de la Fundación Ideas para la Paz. “Este conflicto, tanto simbólica como mentalmente, ha sido un fardo para la modernización del país. Este acuerdo es como un regalo. Dependerá de los colombianos lo que hagamos con él”.
“El Acuerdo abre también la posibilidad de un acercamiento al sector rural, para convertirlos ahora sí en verdaderos colombianos”, opina el investigador del conflicto Juan Carlos Palou.
“Es la oportunidad de salir de esa decadencia humana y espiritual en la que hemos caído por cuenta del conflicto armado” dice Manuel Ramiro Muñoz, director del Centro de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali. “Los millones de víctimas son el reflejo de la barbarie de la guerra”.
A la par con las oportunidades, hay múltiples riesgos de que la mucha o la poca ilusión que genera la firma hoy se convierta en una nueva frustración para los colombianos.
El primer desafío tiene que ver con la capacidad del Estado de realmente asegurar el monopolio de la fuerza en los territorios que dejen las Farc. Su incapacidad de controlar a las bandas criminales o al Eln puede generar otro tipo de violencia.
Máxime cuando el narcotráfico, que ha servido de combustible de esta guerra, está boyante.
El manejo menos punitivo de los cocaleros por parte de este gobierno ha hecho –según el último informe de la Onu- que los campesinos sientan una menor percepción de riesgo para cultivar y que, como dijo recientemente el alcalde de Puerto Rico, Caquetá, la gente haya comenzado a “naturalizar” el cultivo de coca.
Existe un riesgo real que ante ese menor riesgo de ser fumigados o encarcelados, los narcos empresariales vuelvan a incrementar los cultivos que habían relegado a los cocaleros de base.
Según le contó una fuente experta a La Silla, en sitios como Túmaco los capos locales ya están empoderándose e incluso se están haciendo “vacas” para colocar cargamentos en Estados Unidos.
La esperanza de muchos es que las Farc, que querrá evitar que otros grupos armados lleguen tras la coca a las zonas donde siempre han mandado, contribuya eficazmente al desmantelamiento de los cultivos. Pero está la duda de si su autoridad sobre la gente se derivaba solamente del miedo que inspiraban sus armas.
También está el riesgo de que el Gobierno no tenga ni la plata ni el ‘alistamiento’ suficiente en las instituciones para cumplir los acuerdos.
Para solo dar un ejemplo, la Agencia de Renovación del Territorio, que será la encargada de reactivar económicamente e integrar con el resto del país a las regiones más afectadas por el conflicto, solo arrancó a funcionar nueve meses después de su creación y tiene apenas cuatro funcionarios, incluyendo a su directora Mariana Escobar, comocontó La Silla.
Y por último, está la dificultad de promover una reconciliación efectiva cuando no se ha logrado construir un acuerdo político mínimo alrededor de esta negociación. Lo que crea el mayor riesgo para lo acordado: que en un mes gane el No.
Por eso, la gran fiesta para celebrar el anuncio histórico que se hará a las siete de la noche tendrá que esperar. Hoy será solo un brindis.

La Silla
Juan Manuel Santos Calderón
Presidente de la República
Sergio Jaramillo Caro
Alto Comisionado de Paz
Humberto De La Calle
Negociador Jefe del Gobierno